jueves, 30 de noviembre de 2017

LOS PRIMEROS Y LOS ULTIMOS (Tomás Cremades)


En Mateo 20, 1-16 se relata la parábola de “Losobreros de la viña”, sobradamente conocida, y que crea una controversia entre los mismos cristianos. Resulta que un patrono, según la costumbre de aquellos tiempos en el pueblo de Israel, va llamando a los obreros situados en la plaza del pueblo para trabajar en su viña. Y se ajusta con ellos en un precio determinado: un denario. Y el patrono, que sería el empresario actual, va llamando a distintas horas a los trabajadores a trabajar. 

Cuando llega el fin de la jornada, paga igual a todos, independientemente del horario que han trabajado, comenzando por los que han llegado al final. Visto desde el punto de vista humano, parece incluso injusto: a más trabajo, más salario, podríamos pensar. Y no estaríamos mal encaminados. Cuando en la Escritura hay algo que parece “chirriar”, hay que detenerse: Dios nos quiere decir algo. Dios, paradigma de todas bondades y justicias, no puede caer en esa trampa.
El primero que fue llamado desde los tiempos de Adán y Eva, fue el justo Abel, asesinado por Caín, hijo de nuestros primeros padres. Y después el Señor fue llamando a Abraham, a Jacob, a los Patriarcas, a Moisés, a David…a los profetas, y por último a Jesucristo, Dios mismo encarnado en las purísimas entrañas de María, nuestra Madre. Y a todos los ofreció lo mismo: el premio de “trabajar” en su Viña, que no es otra cosa que el Reino de Dios.  Y a todos paga lo mismo, si le somos fieles: la Vida Eterna. 
A algunos les llama a la primera edad, para ser hijos de su Iglesia; a otros más tarde, quizá en la juventud…después de un problema de cualquier tipo…a otros en la madurez o la vejez. Pero es cierto que a todos nos llama. Dice el texto bíblico de Mateo, que “sale” a distintas horas. Y repite, en diferentes formas verbales la palabra “salir”. Literariamente hablando, podríamos decir que incluso es poco afortunada la repetición de esta palabra. Y es que el Señor, insiste e insiste en “salir” a nuestro encuentro. Salió al encuentro de los de Emaús, y sigue saliendo, como salió en busca de san Agustín, por la intercesión de su madre santa Mónica. Él mismo escribiría en su libro de “las Confesiones”: “…tarde te amé, belleza infinita… yo te buscaba en la belleza de las criaturas… pero Tú estabas dentro de mí…” Incluso a Dimas, en los últimos instantes de su vida, con su confesión de fe, le regala la salvación. 
Y sale en busca de la oveja perdida, de nosotros, una y otra vez, con distintos acontecimientos de la vida, haciéndose presente en ella, para recordarnos su Presencia junto a nosotros. Nos llama, en definitiva, a trabajar en su Viña, en su Reino; cada uno con las habilidades, carismas…que nos regaló. Y el pago es igual, para todos: la Vida Eterna. Aquí está la Justicia de Dios, que no es, sino, “ajustarse” a Él. Por eso nos recordará, por medio del profeta Isaías: “mis caminos no son vuestros caminos (Is55,8), o reprochará a Pedro: “tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,21-23)
De ahí que adoremos a Jesucristo, nuestro Maestro y Señor, Dios único y verdadero, que nos enseña las verdades de su Reino, adonde nos tiene destinados.
Adorado sea Jesucristo
 
 

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Tú nos encuentras (por Carmen Pérez)

"Confiarán en Tí los que conocen tu Evangelio,

Porque no abandonas a los que te buscan. " (Salmo 6)


A todos los que hacen algo por buscarte .. Tú Señor te haces el encontradizo... como con Zaqueo ... Lo viste ya cuando se estaba subiendo al árbol .... Ya antes, cuando se estaba pensando  cómo hacer para que le vieras    y ¡vaya si le viste! ...lo mismo con todo el que te busca .. tu encuentras la manera ... 

BENDITO SEAS

martes, 28 de noviembre de 2017

POEMAS II.- LA PAZ QUE TÚ DAS.- (por Olga Alonso)


Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.

Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.
Gal 6. 1-2
LA PAZ QUE TÚ DAS
La Paz que tú das supera en gran medida lo que nosotros llamamos “paz”.
La Paz que tú das nos hace entrar en un mundo dentro del mundo que antes mirábamos y que, por obra de tu Paz, ahora vemos.
Un mundo en el que ya no tiene sentido dejar a nuestro corazón desbocado lanzarse contra el hermano, porque tu paz nos calma, nos sosiega y nos enseña a elegir otras sendas donde nos encontramos con tu amor.
Tu Paz nos da sabiduría y hace vagar el alma por el aire, apenas sin peso, como lo hacen las pequeñas motas de polvo cuando un rayo de sol las ilumina y nos permite verlas.
Pasar por la vida sin apenas pesar. Ligeros por obra de tu paz que descarga nuestro corazón de odio, rencor, envidia, murmuración. 
El alma ligera; descargados de lo que destruye nuestras vidas y las de nuestros hermanos y cargados del oxígeno de Dios.
Libres, limpios, acurrucados y a la vez, abiertos nuestros brazos para volar, abrazando el mundo, abrazados a los hombres, envueltos en tu Paz.
Te he quitado de los hombros
la carga que llevabas;
ya no tienes que cargar
esos ladrillos tan pesados.
Cuando estabas angustiado,
me llamaste y te libré;
te respondí desde la oscura nube
donde estaba yo escondido;
junto al manantial de Meribá
puse a prueba tu fe.



Sl 81, 6-7

viernes, 24 de noviembre de 2017

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 para el Evangelio del Domingo 26 deNoviembre de 2017 (por Antonio Pavía)

Buscando a Dios

No me busques en el vacío, dice Dios a su pueblo (IS. 45,19) ni en todo aquello que es pasajero. Búscame en mi Palabra pues en ella esta la Vida (Jn 1,4). Jesús proclama que sus ovejas escuchan su Voz y que por eso vadean el valle de la muerte y tienen Vida Eterna (Jn 10,27-28) La primera Voz que escuchan los que quieren ser discipulos de Jesus es: "Venid conmigo..". Durante su caminar por la vida experimentan encuentros, desencuentros, ánimos y desánimos... lo normal en todo crecimiento. Poco a poco el Evangelio va afianzando en ellos la fidelidad. La última Palabra que escuchan... como vemos en el Evangelio de este domingo es: 
 ¡Venid, benditos de mi Padre! Sí sois benditos... y Él os quiere porque me habeis querido a mí (Jn 16,27).

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“… Y se saciaron…” (Mt 14,20) (por Tomás Cremades)

El hombre de todo tiempo necesita saciarse de todo. Es la época del consumismo: todo invita a la felicidad, con minúscula, olvidando lo que es verdadera Felicidad. Y así, cada vez necesitamos más; compramos un coche nuevo, y al poco tiempo, ya estamos deseando otro modelo. Vamos de fiesta, y saciados de luces y lujos, necesitamos más…Y cuanto más se tiene, más se necesita. El mundo actual nos presenta una sociedad competitiva que necesita cada vez más de todo, y todo vale con tal que no te pillen…

Dice el Salmo 147: “…Alaba a tu Dios, que ha puesto paz en tus fronteras y te sacia con flor de harina…” Y es que lo único que nos puede saciar es esta Flor de Harina, que el salmista, inspirado por Dios, profetiza sobre el Pan de Vida, Jesucristo, Pan vivo en la Eucaristía. Él es esa Flor de Harina, Pan convertido en el Misterio de la Transubstanciación, en su Cuerpo.
En esta línea nos comenta un texto el evangelista Mateo. Jesús, enterado de la muerte de su primo Juan el Bautista, a manos del rey Herodes, se retira al lago de Galilea. Y al desembarcar encuentra una muchedumbre que necesitaba saciarse de su Palabra. Tanta gracia derramó Jesús sobre ellos, que ni siquiera se acordaron de comer. Igual que nosotros, que, a veces, vamos a Misa – si vamos-, a la iglesia donde es más corta la homilía. O no esperamos al “ Ite, Misa est” porque tenemos mucha prisa; no digamos ya cuando salimos “escopetados” cantando un himno a nuestra Madre, que se va perdiendo por las puertas de salida del templo…Eso, nosotros, los que vamos a Misa.
Estos que escucharon a Jesús, no se acordaron ni de comer. Y el Señor, atento siempre a las mínimas necesidades del hombre, se da cuenta que su Palabra es su alimento espiritual, pero que el cuerpo necesita también el alimento, como soporte que es,de su persona. También los discípulos tiene esa sensibilidad, y le dicen al Maestro: “…despide a la muchedumbre, que vayan a comprar comida, que la zona está despoblada; que vayan a los pueblos a comprar…”“…dadles vosotros de comer…” les responde Jesús. Efectivamente, los discípulos tiene esa sensibilidad; pero lo que no tiene es caridad: “¡Despídelos! ¡Qué se busquen la vida! Diríamos ahora.
El Señor demuestra otra vez más, paciencia con ellos. Simplemente les dice: Dadles vosotros de comer. Él enseña a comer a sus hijos. Y, como no entendían: “…Aquí hay un muchacho con cinco panes y dos peces, y con esto no hay para todos…”- le comentan-. Siguen, naturalmente sin entender. Tendrá que venir nuevamente el Señor Jesús, a abrirles los ojos. Y realiza el milagro. Convierte esos pocos panes y peces, en alimento para todos. Y dice el Evangelio: “…y se saciaron…”.  Pero dice más el Evangelio: “…mandó que se recostaran en la hierba…”. Argumento que puede pasar desapercibido. Podemos pensar que en el campo no había mesas ni sillas; pero el Señor va más allá: el hecho de recostarse en la hierba es considerar a esas personas como sus propias ovejas, que toman esa postura para acomodarse después de haber comido. El Señor ya considera a estas personas ovejas de su rebaño…Es hermosa la apreciación, la sensibilidad de Jesús, no sólo mirando la comodidad del almuerzo, sino, sobre todo, enseñar a “comer” a su pueblo, a comer de su Mano, a comer de su Pan, a comer de su Palabra, a comer a Dios.
Ya dirá el salmista: “…me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos…” (Sal 62,6), salmo que la Biblia de Jerusalén llama: Sed de Dios
Alabado sea Jesucristo

jueves, 23 de noviembre de 2017

LA ACEQUIA DE DIOS (Tomas Cremades)

Cuenta el evangelista san Marcos la parábola del Sembrador. Es en (Mc 4. 1-20). Y habla Jesús de la tierra donde cae la semilla del sembrador, que es Él mismo. Y así va desgranando las posibilidades de terreno donde, aleatoriamente, cae la semilla. Y esta semilla de Dios, que es su Palabra, el Evangelio de la Vida, el Evangelio de su Reino, no cae como la semilla del labrador de forma aleatoria; Dios elige la tierra. Es verdad que su Palabra es para todos, que Él no hace acepción de personas, pero también es verdad que, de igual forma que eligió a sus Apóstoles, - que no eran los mejores-, nos ha elegido a ti y a mí. Aun siendo conscientes de que no somos los mejores. No hay más que mirarse para dentro y ver y discernir la clase de “tierra” que somos. Y, sin embargo, somos elegidos por Él.

Dios, como decía el santo, no elige a los capacitados, sino que “capacita a los que elige”; sólo hay que tener el oído abierto a su Palabra, a su Evangelio. Y tenemos que tener abierto el corazón. La fe, dice san Pablo, viene por la predicación del Kerygma, por el anuncio de su Revelación.
La acequia de Dios va llena de agua” dice el Salmo 64. Dios ha elegido nuestra tierra; quizá haya sido en principio terreno pedregoso; quizá cayó su Palabra “al borde del camino”…Pero su “acequia”, va preparando los surcos, regando y desmenuzando los “terrones” que no dejan pasar el Agua…este Agua es Jesucristo, ya profetizada por Ezequiel: “…Derramaré sobre vosotros un Agua viva que os purificará, de todas vuestras idolatrías os he de purificar…” (Ez 36)
Y vendrá Jesucristo a explicar a la Samaritana que Él es el Agua viva. Ese Agua  que llena su acequia, como vínculo de unión del hombre con Dios. Esa agua que, como el Sembrador, va preparando los trigales para la cosecha, con mano Poderosa, pero paciente. “…Recordad,-dice Pedro-, que la paciencia de Dios es la garantía de nuestra salvación…”
Y el Agua viva, va empapando la tierra; y donde era un páramo, lo transforma en tierra mullida apta para recibir la Semilla: “…como si la lluvia temprana la cubriera de bendiciones…” (Sal 83)
Tenemos que revisar nuestra vida: Seguro que encontraremos en ella páramos, momentos de desierto que hemos ido tapando con la búsqueda de momentos de felicidad que no han hecho sino dejarnos la sensación amarga de la frustración de la verdadera felicidad. 
Quizá en aquellos momentos ni tan siquiera tomábamos conciencia de ello…el hombre va buscando sin saber bien qué, tapando con un placer lo que no quiere acercarse a mirar…cada vez necesitando nuevas sensaciones, cada vez alejándose más de Dios.
Ha de venir la “lluvia” del Evangelio, que a lo mejor, o a lo peor, no es tan “temprana” en el tiempo en que nos “moja”; pero que es temprana en tanto en cuanto nos abre a la Luz de la mañana, que no tendrá ocaso. La acequia de Dios nos anuncia la verdad de nuestra vida, poniéndonos ante ella. Es la Verdadera Agua, que nunca nos dejará con sed.
Alabado sea Jesucristo
 

Camina confiado (por Jose Luis Díez Soto)

Comienza la cuenta atrás
ya tocan a retirada,
hay que ponerse en camino,
fijos los ojos en tí,
para retornar a casa,
con la mesa preparada.

Y descansar en tus brazos,
que fue larga la jornada.
Si no lo hicimos mejor,
no fue por falta de ganas.
La cuenta atrás comenzó.

No te quedes ahí parado.
Pon tus ojos en Jesús 
y avanza,
Con el bastón agarrado.
Vive el presente, 
olvida el pasado.
Adora, espera, ama,
camina confiado,
que sí tienes su mirada,
lo demás no importa nada.



POEMAS II.- CUANDO.. - (Por Olga Alonso)

"Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.» .Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente." 

Lc 22; 60-62



 
Cuando…..


 Cuando el amargor suba a tu boca por una nueva caída,
Cuando sientas que no puedes sostener tu promesa,
Cuando el avance de ayer es el retroceso de hoy,
Cuando te repugne tu ingratitud por recibir tanto y responder con tan poco,
Cuando mires a los demás y pienses que todos han podido más que tú,
Cuando te equivoque la fatiga de tu debilidad,
Cuando sientas el fracaso de tu infidelidad,


Levanta los ojos y mírale.
Mira su mirada y su perdón
Mira su espera paciente.
Mira sus manos recogiéndote para iniciar de nuevo el camino.
Fija tus ojos en Él y sigue caminando.


 "A orillas de los ríos de Babilonia estábamos sentados y llorábamos, acordándonos de Sión; en los álamos de la orilla teníamos colgadas nuestras cítaras. Allí nos pidieron nuestros deportadores cánticos, nuestros raptores alegría: «¡Cantad para nosotros un cantar de Sión!» ¿Cómo podríamos cantar un canto de Yahveh en una tierra extraña?" 
Sl 137; 1-4

lunes, 20 de noviembre de 2017

Mi Corazón (por María García Soriano)





Dijo Jesús a Tomás:” Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente” Juan: 27                                                                                                                          Ante tal revelación, Tomás, no puede más que caer rendido y decirle ¡Señor mío y Dios mío!                                                      Aunque me duela decirlo, me siento identificada con Tomás.                                                                                                       Tengo que contaros, que a mí me llamó mucho la atención la experiencia mística de la religiosa Marie Adele Garnier, que queda recogida en el capítulo 12 de Amar la Eucaristía. Marie Adele (1838-1924), dijo haber visto sangrar una Hostia consagrada que estaba en manos de un sacerdote.                                                                                                                                                                                                    Al poco tiempo, me mandaron un video, donde un doctor hablaba de un análisis  realizado a una Hostia, a la cual, después de haber caído al suelo y ser rechazada por quien la iba a recibir, “por estar sucia” el sacerdote la puso en agua, cumpliendo el protocolo establecido para tales casos. La sorpresa del sacerdote fue al verla después de unos días, pues habían aparecido unas manchas rojizas, en vez de haberse disuelto. Y decide que tomen unas muestras y saber de qué se trata. El resultado es que la muestra llevada a analizar es de músculo de corazón, “sorprendente” verdad! Este doctor en un momento determinado habla de Lanciano (una pequeña ciudad de Italia), y busco lo referente al tema y otra vez “sorpresa”. En el siglo VIII un monje basiliano, después de realizar la consagración del pan y vino, tuvo dudas de la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo. Y delante de sus propios ojos, la Hostia se tornó en un pedazo de carne viva, y el vino en sangre viva. Y se ha conservado a lo largo de los siglos y sobre ellas han sido realizadas diversas investigaciones eclesiásticas. La última, y por no alargarme se realizó entre 1970-71, y se han revisado en 1991, la conclusión es la misma, pertenece a un trozo de corazón humano”                                                                                                                                            Sigo buscando y encuentro un montón de historias sobre “Milagros Eucarísticos”. Hay uno muy tierno “El milagro del Alboraya” (quizás como soy valenciana he reparado en él) Vaya! Alboraya no solo es famosa por su “horchata”.                                                                                                                                    Bueno, la cuestión es que ante tanta “sorpresa” ¡siento una voz! De qué te sorprendes? Ya os lo anuncio mi profeta “Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros: os quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” Ezequiel 36:26                                                                                                                                                                                                     Desde entonces, durante la Consagración, ya no digo solo ¡Señor mío y Dios mío! Como Tomás. Digo:¡Señor mío y Dios mío y Padre mío y mi Corazón!

Seguir tu Camino (por Carmen Pérez)




"El que me ofrece acción de gracias,
ese me honra,
Al que sigue el buen camino 
le haré ver la salvación de Dios. (Salmo 49).

Sólo siguiendo al Señor por su camino, veremos su salvación. Cuando curó a los diez leprosos dice que el que volvió dándole gracias, le seguía por el camino...

Y Jesús dice de sí mismo: Yo soy el Camino  y la  Verdad y la Vida.
¡Gracias Señor, que aprenda y sepa seguir tu camino ... Y alabarte .. para darte gloria!

viernes, 17 de noviembre de 2017

¿ QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 para el Evangelio del Domingo 19 deNoviembre de 2017

Al atardecer de la vida, los bienes propios de Dios como son: el Amor, la Verdad, la Belleza que emana la Transcendencia ..etc, brillan con luz propia en aquellos que tuvieron la amorosa audacia de escarbar con las manos de su alma el Evangelio de Jesús hasta encontrarlos. 

Al atardecer de la vida, estos bienes se abren en un Alba inmarcesible hacia el Rostro del Padre que reconoce en ellos a sus hijos. 

Al atardecer de la vida, nos daremos cuenta que nunca habíamos envejecido pues cada vez que encontrábamos Vida en la Palabra, el tiempo se detenía respetuosamente ante los bienes eternos que colmaban nuestra alma.

Al atardecer de la vida, comprenderemos que las confidencias que nos había hecho Dios no eran un delirio. 

Esto es lo que quiso decir Jesús en la parábola de los talentos a los que recibieron y acogieron su Evangelio.

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jueves, 16 de noviembre de 2017

¡VIGILAD! ..para no caer en la tentación (Tomás Cremades)

Dijo Jesús a sus discípulos:”Estad atentos, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre, que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!  (Mc13, 33-37)

“…Estad atentos, pues no sabéis cuándo es el momento…”. En principio estremecedoras palabras de Jesús. ¿El momento de qué? Se preguntarían los Apóstoles. Y nos lo preguntamos nosotros. Jesús acaba de comentar ciertos acontecimientos que han de pasar antes de su Resurrección gloriosa y su última venida, para liberar a los elegidos. Muchos de los acontecimientos sucedieron ya como la caída del Templo de Jerusalén; otros están aún por llegar.
Jesús habla de catástrofes, de la llegada de falsos profetas, que, en su Nombre predicarán. El sol se oscurecerá, la luna no dará su luz…es un lenguaje “apocalíptico”, muy al uso de su tiempo.
Constantemente nos llegan noticias del fin del mundo; de la cercanía de determinado asteroide que puede impactar con la tierra…Hasta ahora todos los agoreros han fallado. Estamos inmersos en un mundo tan globalizado, tan adelantado (sólo en algunos aspectos…), con una información en “tiempo real “, que nos permite saber y ver lo que sucede en cualquier punto del planeta, que nos angustia el momento del “fin del mundo”. Y sin embargo, ¡ha de suceder!
¿Por qué angustiarnos por ello? El fin del mundo, de nuestro mundo, es el día en que morimos…ese es nuestro “fin del mundo”. Y, no estamos preparados para ello.
Cuando éramos niños, y se estudiaba el Catecismo de la Iglesia Católica en los colegios…y había clase de Religión, y a nadie le extrañaba, y no nos sentíamos oprimidos por ello, ni dirigidos en una única dirección, cuando no nos sentíamos oprimidos por considerar que nos faltaba la “libertad”…entonces nos enseñaban algo que decía: “Piensa en las postrimerías, y no pecarás”. Quizá los lectores más veteranos, como yo, lo recuerden. Los más jóvenes, conviene que lo mediten. 
“Las postrimerías”: palabra extraña, que nos suena a “postre”. Y así es: el postre se toma al final de la comida. Al fin de nuestra vida terrenal. Las postrimerías nos enseña el Catecismo que son: muerte, juicio, infierno y gloria. Es lo que ha de suceder al fin de nuestros días. 
Yo creo que si meditamos sobre ello, efectivamente, no pecaremos. O pecaremos menos; o tendremos conciencia de pecado, algo que se ha perdido. Por desgracia también se ha perdido el interés por meditar (que no leer, el Evangelio). 
Y esto es lo que nos recuerda el Señor: Nuestras postrimerías. No sabemos cuándo ni cómo ha de suceder. Y cuando nos paramos a pensarlo, nos entra pavor. Y es natural: te ves tan sucio, tan leproso, tan desvalido ante el Juicio de Dios, tan merecedor del infierno, (eso si crees en ello), que… ¡es mejor no pensar! Es mejor meter la cabeza como el avestruz, y  pensar que todo esto no existe. Pero existe. Hasta aquí, el poder de las tinieblas. 
Pero olvidamos algo fundamental. La Misericordia de Dios. Dios ve nuestras miserias, las de nuestro corazón, (que es lo que significa la unión de las palabras, la palabra “cordia”, de cor-cordis, corazón), que se enternece con entrañas de Madre. Él modela nuestro corazón y sabe de nuestro barro. Sólo nos pide una cosa, y es bien fácil: No estar dormidos. Que nuestro corazón, como ” del centro neurálgico del amor, no esté dormido; que sea un centinela vigilante de nuestro actuar en la vida. Que nos mantengamos “despiertos”, alerta, ante las insidias del enemigo, que quiere arrebatarnos de nuestro destino ideado por Dios: el Cielo. Nos dice Jesucristo: ¡Velad! Es el mismo consejo que dio a los Apóstoles en el Monte de los Olivos, inmediatamente antes de la consumación de su martirio. “Vigilad y orad, para no caer en la tentación”.
Y no nos dejó solos. Como conoce nuestro barro, nos dio el Sacramento de la Reconciliación, para medicina de nuestras almas.
Resumiendo: la muerte nos acecha, pero no nos angustia. El enemigo nos persigue, pero Dios está con nosotros. 
Armas para vencer: Vivir en la Presencia del Señor, todos los días de nuestra vida; tener confianza en Él y en su Misericordia.
Y si caemos: no desesperación: acudir a la Reconciliación: es medicina segura.
Alabado sea Jesucristo

atribuir a un órgano del cuerpo humano una potencia espiritual (tomado de Orígenes, Padre de la Iglesia)

miércoles, 15 de noviembre de 2017

POEMAS II.- LA SOBERBIA DEL CORAZÓN (Por Olga Alonso)

Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él.

Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.
Lc 16;14-15
LA SOBERBIA DEL CORAZÓN
La soberbia del corazón nubla los sentidos y ciega el alma.
La soberbia del corazón no permite escuchar y tiene aversión a la verdad.
La soberbia del corazón levanta barreras y se defiende porque no quiere claridades y teme tu palabra.
Tu palabra como un cuchillo penetra en los corazones que buscan, corazones que salen cada día a buscar respuestas que despiertan, respuestas que rasgan, que reconstruyen y que salvan.
La soberbia vive en un lugar elevado, dentro del corazón del hombre, segura y dueña de su verdad.
Pero cuando siente que su trono está amenazado por la transparencia de la verdad, se defiende, reacciona y por eso trataron de matarte, Señor
La mirada altiva del hombre será abatida, y humillada la soberbia de los hombres;
Is, 2, 11

martes, 14 de noviembre de 2017

Discipulado (Jose Luis Díez Soto)

¿Qué significa el discipulado?
Tomar la cruz sobre sí mismo 
Amar al prójimo como a sí mismo
Salir de sí mismo, Olvidarse de sí mismo
Y tomar a Jesús de la mano
Para caminar a su lado 

¿Qué significa el discipulado?
Tomar la cruz sobre sí mismo 
Amar al prójimo como a sí mismo
Salir de sí mismo, Olvidarse de sí mismo
Y tomar a Jesús de la mano
Para caminar a su lado 

viernes, 10 de noviembre de 2017

LA VIRGEN MARIA, NUBE DE MOISES EN EL DESIERTO (Tomas Cremades)


Se narra en el libro del Éxodo que, en la salida del pueblo de Israel de Egipto, una Nube les protegía en el camino: “…de día delante de ellos, para guiarles por el camino, y de noche, cual columna de fuego, para alumbrarlos, de forma que pudieran caminar dedía y de noche..” (Ex 13, 21-22).
Dice el texto, que era Yahvé que caminaba delante de ellos en forma de esta Nube. Y se me ocurre pensar como imagen bellísima de nuestra Madre María, caminado con nosotros de día y de noche protegiéndonos de las iniquidades del Maligno, en nuestro peregrinar por la tierra. No en vano la peregrinación del pueblo de Israel es anticipo de nuestra macha por la vida, como nuevo “Pueblo de Dios”. 
María, al igual que la Nube del desierto, nos protege del demonio de día, formando una niebla tal, que es imposible ver a su través. De noche, con su Luz, que irradia como nadie la Luz del Padre, nos guía por el camino. 
Son muy pocas las veces que María habla en la Escritura. Sólo lo indispensable, quitando, en su infinita humildad, todo protagonismo, para dejárselo todo al Humilde por excelencia, Jesucristo. No en vano ella misma en el canto del Magnificat nos dirá: “…derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…”.
En las Bodas de Caná, al darse cuenta de que faltaba el vino, le dijo a su Hijo: “…no tienen vino…”.Esta frase de nuestra Madre es más importante de lo que parece: no tener vino es no tener el vino de la fiesta, es no poder disfrutar del Vino Nuevo, que es Jesucristo en su Fiesta de “las Bodas del Cordero”. En efecto, Jesucristo en el Cielo es el novio - (Cordero sin mancha) -, que se desposa con el alma del creyente. 
Por eso nos dirá Jesús en su Evangelio: “… ¿Es que tienen que ayunar los amigos del novio mientras Él está con ellos?... (Mc 2, 18-22) Catequesis en que Jesús catequiza sobre el ayuno.
María nos enseña a acercarnos a Jesús cuando queremos pedirle algo; no le dice: ¡Haz un milagro! No le dice lo que tiene que hacer. Sólo le expone la necesidad. ¡Qué gran catequesis de María! Acudamos a Jesús cuando necesitemos algo con estas palabras: “…Señor, no tengo vino, me faltas Tú, me falta fe, sabes lo que necesito…no tengo el vino de la esperanza…”
Y, a continuación, les dice a los empleados de la boda: “… ¡Haced lo que Él os diga…”
Maravillosa explicación complementaria: preguntemos al Señor, frente al Sagrario, cual es su plan para nosotros, qué desea que hagamos, para saber hacer lo que Él nos pide… 
María, Corredentora nuestra en el camino de la Cruz, mártir incruenta, Madre nuestra, regalo de Dios en su último suspiro, ¡llévanos a Jesús como tú sabes!
Con el fuego de la Nube por el desierto de nuestra vida inúndanos del fuego de amor por Jesucristo revelado en su Santo Evangelio, pues Él es el Camino, la Verdad y la verdadera Vida.
Alabado sea Jesucristo

¿ QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 para el Evangelio del Domingo 12 deNoviembre de 2017

En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta cinco vírgenes necias y otras cinco llenas de Sabiduría. Tengamos en cuenta que el término virgen en la Biblia apunta preferentemente a la virginidad del corazón por el hecho de estar marcado por el sello de la infinitud y esto implica que el encaje natural del corazón solo puede ser Dios. Una persona que va tras la Sabiduría del corazón, conoce la debilidad, el error y hasta la rebeldía contra Dios..pero es celoso de la verdad y es por ello que termina por deshechar todo encaje artificial al que ha sometido a su corazón. Entonces ya está preparado para hacer suya la intuición genial de San Agustín aunque no tenga conocimiento de ella :  "Nos hiciste Señor para Tí y nuestro corazón estará insastifecho hasta que descanse en Ti "

jueves, 9 de noviembre de 2017

POEMAS II.- SER CRISTIANO.- (Por Olga Alonso)

"En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos .Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad" 


1 Jn 3; 16-18
SER CRISTIANO

Ser cristianos es sentir como su vida recorre tus venas y llega a todas las partes de tu cuerpo y de tu espíritu.
Ser cristiano es mirarle y caer de rodillas en el suelo para darle gracias.
Ser cristiano es caminar cada día con un cuerpo y alma agotados que reviven por su fuerza y llegan a lugares insospechados.
Ser cristiano es no tener palabras para explicar lo que se recibe.
Ser cristiano es vivir la vida eterna en ésta.
Ser cristiano es ansiar amar de una forma que el hombre , solo, es incapaz de alcanzar.
Ser cristiano es gritar a los cuatro vientos la vida que Dios nos regala.
Ser cristiano es caminar por los caminos que la vida pone ante nosotros, abrazando su voluntad.
Ser cristiano es escuchar con los oídos muy abiertos la soledad de los otros.
Ser cristiano es abrir, no cerrar; es ser, no decir; ser cristiano es vivir para Cristo en los demás.

Es ser su luz, es preguntarse cada día qué hemos hecho para ser tan dichosos.
"¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?" 
Is 58; 6-7

miércoles, 8 de noviembre de 2017

EL PAN DE LOS PERROS (Mt 15,21-28) (Tomás Cremades)

Entra Jesús en casa de una mujer sirio-fenicia, de la región de Tiro, que le suplica cure a su hija poseída de un espíritu inmundo. La Ley prohibía tocar a cualquier persona no judía para no quedar contaminada, y Él contesta con unas palabras que pueden extrañar en el Señor de la Misericordia. “…Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos…” Palabras duras de Jesús. En aquellos tiempos los judíos llamaban “perros” a los gentiles, y éstos lo sabían. 
Es tanto el amor y la necesidad de la mujer por la curación de su hija que pasa por cualquier vejación; no repara en ello. Cree firmemente que Jesús la puede curar. “…Sí, Señor, que también los perritos comen bajo la mesa  las migajas de los niños…”. Le reconoce como Dios, pues la palabra “Señor” estaba reservada sólo a Dios. Ella reconoce no ser del pueblo elegido, pero intuye que la salvación de Dios es para todos; tiene fe.
Jesús prueba su fe. Una madre no para en nada para curar a su hija. Y esta es la catequesis que le da el Señor. ¡Cuántas veces los milagros de Jesús son realizados a continuación de una confesión de fe!
Por eso nosotros no pidamos milagros; el Señor Jesús sabe lo que necesitamos. Nosotros sabemos que Él desea hacernos el bien, no solo material, sino, sobre todo, espiritual; quizá lo que pedimos no conviene en el futuro, que Él ve y nosotros no vemos; quizá la tradanza en conseguir nuestra petición se debe a que de esta espera se van a producir bienes mayores. Tengamos “confianza” en Cristo. Confianza que tiene la misma raíz etimológica de “fe”. 
“…los que en ti confían no quedan defraudados…” (Is 49,23) nos recuerda el profeta, y apoyémonos en lo que dice el salmista: “…el justo no temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor…” (Sal 111)
Incluso no digamos al Señor, con nuestras peticiones, lo que debe hacer. Digamos como María: “…No tienen vino…”, no tenemos el vino de la esperanza, el vino de la fe, el vino de la confianza…el vino de la fiesta, el vino de la alegría.
Y Jesús, desde la distancia, curó a la hija de la mujer sirio-fenicia. De la misma forma que curó en la distancia al criado del centurión romano, cumpliendo la Ley, para no contaminarse con el gentil.  Los Evangelios no relatan lo que sucedió después, ni siquiera el nombre de los actores. Seguro que en el anonimato, se produjo la conversión de los parientes y ciudadanos del lugar. Jesús no buscó el protagonismo, buscó el bien, como no podía ser de otra forma.
La tentación de Satanás era bien distinta:”… ¡Tírate del pináculo del Templo porque está escrito, vendrán los ángeles y te recogerán para que tu pie no tropiece en la piedra…”, recordando el Salmo 90.
Jesús se escapó de la arrogancia de la exhibición; igual nosotros, busquemos sólo la gloria de Dios en nuestro caminar, no la de los hombres, no el aplauso.
Alabado sea Jesucristo

martes, 7 de noviembre de 2017

PASTORES SEGÚN MI CORAZÓN.- XXXIII.- YO SÉ.. (Por el padre Antonio Pavía)


Yo sé…

 

           Mediados de la década de los sesenta del siglo primero. Pablo sufre su segundo cautiverio en la cárcel Mamertina de Roma. Siente cercana su muerte. Si Francisco de Asís le dio a ésta el nombre de hermana, Pablo ve en ella el pórtico glorioso que, cual gran Chamberlan de la Corte, anuncia su entrada triunfal en el lugar preparado para él por su Señor, en el regazo del Padre (Jn 14,1-3).

El apóstol está orgulloso de su condena. No la lleva por malhechor, como diría Pedro (1P 4,15), sino por una locura, su loca pasión por Dios y por los hombres; pasión inmortal por el Evangelio que le lleva hacia sus hermanos más allá de toda prudencia. No, no se detiene a calcular su propio desgaste, pues considera que detenerse en eso no es más que pequeñeces de hombres simplones. Y es cierto. Cuando un hombre que ha sido llamado por Jesucristo a ser pastor se mira demasiado a sí mismo, hace tan resbaladizo el Evangelio que a ellos mismos se les escapa de las manos.

Pablo está prisionero a causa de Jesucristo, la misión que le ha confiado le ha llevado hasta allí. En definitiva, por pertenencia a quien, compadeciéndose de él, le llamó a la Luz; de ahí que se enorgullezca de ese su especial sello de identidad: “prisionero de Jesucristo”. Así y como enmarcando honoríficamente su título de prisionero del Señor, se dirige a los fieles de  Éfeso en los siguientes términos: “Por lo cual yo, Pablo, el prisionero de Cristo por vosotros los gentiles… si es que conocéis la misión de la gracia que Dios me concedió en orden a vosotros…” (Ef 3,1-2).

Cadenas, mazmorras, cautiverio, penalidades de todo tipo, y aun así Pablo manifiesta su gozo, su orgullo y su victoria. ¿Estará mal de la cabeza, como le insinuó el procurador Festo ante el rey Agripa? (Hch 26,24b). ¿Es un fanático que ha perdido el sentido objetivo de la realidad, o bien es un hombre muy entero que, tras vadear abismos y tinieblas propias de todo combate de la fe (1Tm 6,12), está ya con Dios? Motivos tenemos para creer en esta segunda posibilidad, y daremos fe de ello.

Sí, razones muy serias tenemos para argumentar nuestra convicción de que Pablo no es ni un soñador ni un fanático. Sus testimonios, confesiones de fe abundantes y profesados en condiciones que más que duras podríamos llamar inhumanas, -pensemos cómo serían las cárceles en la antigüedad- nos dan base real para valorar su gran equilibrio psicológico, su entereza y, por supuesto, su entrega amorosa a la grandeza de la misión recibida de su Maestro y Señor. Nada hay de subjetivo en el devenir de su vocación apostólica. Es un hombre profundamente apasionado por el Evangelio que predica; sin embargo, no vemos en él ninguno de los tics que manifiestan los “iluminados”. Repito, es un hombre de Dios, y en cuanto tal, equilibrado y entero.

Incomprendido muchas veces hasta por los suyos; desprestigiado, despreciado, perseguido y, por fin, encadenado. Con tanta carga que debería aplastarle el alma, no salimos de nuestro estupor al oírle cantar y proclamar su victoria. Nos acercamos a una de sus profesiones de fe tan bella como grandiosa. La analizaremos catequéticamente no sin preguntarnos una vez más cómo es posible que pueda caber tanto amor en el corazón y el alma de un simple mortal: “Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi confianza, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día” (2Tm 1,12).

 

El que me llamó está vivo…

Empezamos por decir que cuando Dios llama así, con tanto amor, –en realidad Él siempre llama derrochando amor- el corazón y el alma de la persona llamada está en fiesta, y el mundo también porque un río de gracia corre por pueblos y ciudades. La predicación del Evangelio no está muy asociada al saber académico, tiene que ver con el amor; éste fluye en cada palabra que proclama el anunciador, y, como fuego, prende en el corazón de los que le escuchan.

Preludio de lo que estamos diciendo lo encontramos en los dos discípulos de Emaús. Gélidos por el escepticismo estaban sus corazones cuando dieron el portazo y salieron de la Comunidad de Jerusalén; fuego ardiente cuando escucharon al Resucitado que, como Buen Pastor, se acercó a ellos. Recordemos lo que se dijeron el uno al otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).

No me avergüenzo -dice Pablo- de sufrir estas penalidades, porque son connaturales al ministerio de evangelización que el Señor Jesús me ha confiado. Cualquier persona puede llegar a avergonzarse de ser pecador, del daño infligido a los demás, de haber echado a perder por su egoísmo una amistad, etc., pero nunca a causa del sufrimiento inherente a su vivir abrazado al Evangelio de Jesús. Más aún, el mismo Hijo de Dios proclama y promete que toda injuria, calumnia o persecución por su causa es fuente de alegría; nos lo hace saber en la última Bienaventuranza. “…Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 5,11-12).

Alguien podría decir que vivir como un proscrito en espera de que esta promesa se cumpla no es muy atrayente, incluso se puede llegar a desarrollar una patología desequilibrante. Si fuese así, sin más, mirando, como quien dice, al futuro, podríamos aceptar esta objeción; sin embargo, no es así. Pablo no tiene su mente y su corazón puestos en el mañana sino en el hoy, por eso le oímos hablar en presente: Yo sé…

“Yo sé bien de quién me he fiado”, confiesa Pablo (2Tm 1-12b). No se apoya en nadie, en ningún hombre por muy santo o poderoso que sea, sino en su Señor a quien bien conoce; el que le reveló el Evangelio, auténtico Manantial por el que discurre el Misterio de Dios: “Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gá 1,11-12).

Pablo, en cuanto hombre, lleva a su plenitud la experiencia y confesión de fe de Job. Cuando hasta sus mejores amigos, que en un primer momento fueron a su encuentro con el fin de confortar su alma sometida a tan terrible prueba, terminan por acusarle considerándole casi como un maldito de Dios, Job encuentra su verdadero apoyo en Dios. Él mismo pone en su corazón y en sus labios una confesión de fe que preanuncia su victoria sobre el mal que se ha apoderado de él: “Yo sé que mi Defensor está vivo” (Jb 19,25a).

 

…y está pendiente de mí

Ya anteriormente había proclamado que su Defensor no sólo estaba vivo en el cielo,        –Morada de Dios- sino que se había erigido como testigo a su favor, lo que quiere decir que estaba al tanto y pendiente de todas y cada una de sus pruebas y sufrimientos: “Ahí arriba en los cielos está mi testigo, allá en lo alto está mi defensor” (Jb 16,19). Jesucristo, el que sabe que, aunque sea abandonado por sus discípulos, -que de hecho le van a abandonar- nunca estará solo porque el Padre estará a su lado, es el “Yo sé en quién confío” por excelencia. Lo grande, lo enormemente grande, consiste en que sus discípulos pueden confesar su misma fe y confianza. Pablo lo hace y –repito- ya estaba profetizado en la figura mesiánica que es Job.

Yo sé, dice Pablo, en quién tengo puesta mi confianza. Está testificando en manos de quién ha confiado su vida. Si le dejáramos seguir hablando, nos diría: Mis enemigos creen tenerme en sus manos, mas no, Dios mío; es en las tuyas en las que vivo mi descanso. Pablo hace suya la confesión  del salmista a quien sus perseguidores dan ya por vencido: “Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: ¡Tú eres mi Dios! En tus manos está mi destino, líbrame de las manos de mis enemigos y perseguidores” (Sl 31,15-16).

Sabemos que este salmista es figura de Jesucristo, en quien se cumplen plenamente las profecías y promesas del Antiguo Testamento. El Hijo de Dios hace realidad su confesión cuando ante los escarnios y burlas de los sumos sacerdotes, ancianos, escribas y, en general, de todo el pueblo que, agolpado al pie de la cruz, vociferaba su triunfo. Fue entonces cuando Jesús el Señor, majestuosamente, proclamó que no eran las manos de sus perseguidores las que tenían poder sobre Él, sino las de su Padre; de ahí que, en un último esfuerzo, gritó: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! (Lc 23,46).

Ya sé, dice Pablo, en quién tengo puesta mi confianza. Le damos la palabra y nos dirá que  también sabe que Jesucristo, anticipándose a su fidelidad, en un derroche de misericordia, le ha confiado su Evangelio (1Tm 1,11). Sí, me consideró digno de confianza y puso en mis manos su Misterio, su intimidad con el Padre, las riquezas infinitas de su Espíritu. Con todos estos dones, ¿no voy a confiar en Él? Claro que sí, sé quién es. Es difícil de entender, pero ha apostado por mí, ha dado vida a mi alma, a todo mi ser, y ha abierto mis labios para anunciar su Evangelio, el de la gracia y el perdón; me ha hecho pastor según su corazón.

Yo sé, claro que lo sé, lo tengo escrito a fuego en mi historia personal, pecados y negaciones incluidas. Él sabe de mis debilidades, al tiempo que yo sé de su Fuerza. Dicen que los contrarios se comprenden mejor; debe ser que sí, porque ¡ya no puedo vivir sin Él, sin anunciarle! Además no tengo miedo a nada ni a nadie porque me ha hecho depositario de sus palabras que son espíritu y vida (Jn 6,63).
A la luz de un testimonio tan elocuente como decisorio, podemos decir y testificar en su nombre, el de Pablo y el de todos los pastores según su corazón, que es imposible amar apasionadamente el Evangelio de Jesús sin amar con la misma pasión la evangelización. Ni un hombre es extraño a estos apasionados, primicias de lo inmortal, porque su pasión no muere jamás. Al encuentro de todos van porque a su encuentro fue el Señor Jesús –de mil maneras, como todos sabemos- y les selló con la inmortalidad de su Palabra.