Un judío exiliado en Babilonia sufre al recordar el Templo de Jerusalén en el que veía el Rostro de Dios (Sl 42,1-3). Se refiere a la contemplación de su Belleza reflejada en la suntuosidad de sus Liturgias. Hace años que percibimos una auténtica vulgarización de la belleza sobretodo en el mundo del arte, vulgarización que corre el peligro de que se traslade a nuestras celebraciones litúrgicas. Un mundo sin belleza engendra una sociedad amorfa y el peor servicio que los discípulos de Jesús haría a esta sociedad sería que nuestras Liturgias que deberían de ser Teofanías, adolecieran de la misma banalización de lo bello imperante en su seno. Tenemos que ofrecer al mundo la belleza que el hombre en general ha menospreciado o mejor decir que se la han usurpado. Nuestras iglesias deben ofrecer al hombre la Belleza del Rostro de Dios por medio de las celebraciones litúrgicas y esto es tarea y misión de todos. La Belleza del Rostro de Dios debe resplandecer en nuestros cantos , antiguos y actuales, en la unción de los sacerdotes, la fina elegancia de su túnica ,también la de los acólitos, la majestuosidad y esplendor del Altar, también del Atril en el que se proclama la Palabra de Dios… y atención a la Palabra de Dios… no se lee, como se lee cualquier libro, se proclama con amor y con fe. Cuidemos y mímenos entre todos la Liturgia y entonces resplandecerá la Belleza de Dios y como el boca a boca es lo que mejor funciona, muchas almas insatisfechas por la atonía imperante desearan vivir la exultante atracción de la Belleza de Dios.
P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com
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