martes, 3 de enero de 2017

AMAR LA EUCARISTÍA.-CONVERSIONES-TODO LO PUBLICADO


Hijo de una familia judía de Hamburgo, de buena posición social, Hermann Cohen (1820-1871) es educado en el judaísmo ilustrado, y en el desprecio de todo lo cristiano: sacerdotes, cruz sacramentos, etc.
A los cuatro años inicia su formación musical, dando ya conciertos de piano a los once años. Un año después, como discípulo predilecto de Franz Liszt (1811-1886), inicia en París y desarrolla después por toda Europa una carrera muy brillante como pianista, profesor de piano y compositor. Felicité de Lamennais (1782-1854), sacerdote que acabó en la apostasía, fue su maestro. Incluso la escritora George Sand (1804-1876), escritora casada, que abandonó a su familia, y vivió sucesivamente con Mérimée, Musset, Chopin y con algún otro, tenía en Hermann, su amigo inseparable. De gran cultura literaria, sus personajes predilectos eran Voltaire, Rousseau, o el anarquista Bakunine.
Hermann Cohen viaja por toda Europa, habla varias lenguas -alemán y francés, italiano y español-, gana mucho dinero con sus conciertos, lo pierde también cuantiosamente en el juego, y llega a conocer todos los vicios. Así malvive hasta los veintiséis años (1847).
Su conversión
El propio Hermann relata su conversión al sacerdote Alfonso María de Ratisbona (1814-1884), otro judío converso, como antes lo fue el hermano de éste, Teodoro, también sacerdote. Un viernes de mayo de 1847, en París, el príncipe de Moscú le pide a su amigo Hermann que le reemplace en la dirección de un coro de aficionados en la iglesia de Santa Valeria. Y en el acto final de la bendición con el Santísimo, experimenta «una extraña emoción, como remordimientos de tomar parte en la bendición, en la cual carecía absolutamente de derechos para estar comprendido». Sin embargo, la emoción es grata y fuerte, y siente «un alivio desconocido». 
Vuelve a la misma iglesia los viernes siguientes, y siempre en el acto en que el sacerdote bendice con la custodia a los fieles arrodillados, experimenta la misma conmoción espiritual. Pasa el mes de mayo, y con él las solemnidades musicales en honor de María. Pero él cada domingo vuelve a Santa Valeria para asistir a Misa.
Se aloja en la casa de Adalberto de Beaumont; y es allí donde toma un viejo devocionario de la biblioteca, y con él inicia su instrucción en el cristianismo. En seguida, recibe la ayuda del padre Legrand, de la curia arzobispal de París. También el vicario general, Mons. de la Bouillerie, muy interesado en las obras eucarísticas, se interesa por él. Pero de nuevo tiene que partir a Ems, en Alemania, donde ha de dar un concierto. Y comenta: «Apenas hube llegado a dicha ciudad, visité al párroco de la pequeña iglesia católica, para quien el sacerdote Legrand me había dado una carta de recomendación. El segundo día después de mi llegada, era un domingo, el 8 de agosto, y, sin respeto humano, a pesar de la presencia de mis amigos, fui a oír Misa.
«Allí, poco a poco, los cánticos, las oraciones, la presencia -invisible, y sin embargo sentida por mí- de un poder sobrehumano, empezaron a agitarme, a turbarme, a hacerme temblar. En una palabra, la gracia divina se complacía en derramarse sobre mí con toda su fuerza. En el acto de la elevación, a través de mis párpados, sentí de pronto brotar un diluvio de lágrimas que no cesaban de correr a lo largo de mis mejillas... ¡Oh momento por siempre jamás memorable para la salud de mi alma! Te tengo ahí, presente en la mente, con todas las sensaciones celestiales que me trajiste de lo Alto... Invoco con ardor al Dios todopoderoso y misericordioso, a fin de que el dulce recuerdo de tu belleza quede eternamente grabado en mi corazón, con los estigmas imborrables de una fe a toda prueba y de un agradecimiento a la medida del inmenso favor de que se ha dignado colmarme...«Al salir de esta iglesia de Ems, era ya cristiano. Sí, tan cristiano como es posible serlo cuando no se ha recibido aún el santo bautismo...»
Vuelto a París, se dedica apasionadamente a la oración y a su instrucción religiosa. Pero todavía se ve obligado durante unos meses a dar clases y conciertos, pues ha de pagar considerables deudas de juego a sus acreedores.
El día de su bautismo, el 28 de agosto de 1847 dice:«Estaba tan emocionado, que aun hoy no recuerdo, sino muy imperfectamente, las ceremonias que se hicieron».. El 10 de noviembre hace voto, ante el altar de la Virgen, de ordenarse sacerdote y de prepararse a ello en cuanto se vea libre de sus acreedores. Cambia su vida totalmente, y sus antiguos compañeros de bohemia y de fiesta no lo entienden. Piensan que, quizá por sus excesos, anda trastornado. Algunos, como Adalberto de Beaumont, le vuelven la espalda, y él ha de buscarse nuevo domicilio. Hermann alquila un modesto cuarto en la calle de la Universidad, número 102 -casa que ya no existe-, y que se puede considerar como la cuna de la Adoración Nocturna. Un amigo suyo, el señor Dupont, uno de sus primeros seguidores, refiere los datos de esta fundación:
«Habiendo entrado un día por la tarde en la capilla de las Carmelitas se puso a adorar a Nuestro Señor manifiesto en la custodia, sin contar las horas y sin advertir que la noche se acercaba. Una Hermana tornera llega y da la señal de salir. Entonces dijo a la religiosa: "Ya saldré cuando lo hagan esas personas que se hallan al fondo de la capilla". Y ella: "Pues no saldrán en toda la noche". Hermann sale del oratorio y se dirige precipitadamente a casa de Monseñor de la Bouillerie: "Acaban de hacerme salir de una capilla, exclama, en la que unas mujeres estarán toda la noche ante el Santísimo Sacramento"... Monseñor de la Bouillerie responde: "Bien, encuéntreme hombres y les autorizo a imitar a esas buenas mujeres, cuya suerte ante Nuestro Señor envidia usted". ya desde el día siguiente encuentra la necesaria ayuda.
Monseñor de la Bouillerie había establecido ya anteriormente en París, en 1844, una pequeña asociación para la Adoración nocturna en casa, cuyos miembros, hombres o mujeres, se levantaban por turnos durante la noche una vez al mes, a hora fijada de antemano, para adorar a Nuestro Señor. También había contribuido a fundar la Adoración nocturna del Santísimo Sacramento, asociación femenina establecida por la señorita Debouché, que iba a ser el núcleo de las religiosas Reparadoras. Hermann,con la autorización de Monseñor de la Bouillerie, se puso inmediatamente en busca de hombres de fe, ávidos como él de adorar a Jesús en la Eucaristía. Los primeros inscritos lista fueron el caballero Aznarez, antiguo diplomático español, que había enseñado el castellano a Hermann en los tiempos de su vida artística, y su amigo el conde Raimundo de Cuers, capitán de fragata. 
Poco a poco se fueron incorporando otras personas, y el 22 de noviembre de 1848, Hermann los reunía a todos en su cuartito de la calle de la Universidad. Sólo diecinueve miembros se hallaban presentes; Monseñor de la Bouillerie presidía la pequeña reunión, cuyos miembros se habían juntado «con la intención, dice el acta de esta primera sesión, de fundar una asociación que tendrá por objeto la Exposición y Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, la reparación de los ultrajes de que es objeto, y para atraer sobre Francia las bendiciones de Dios y apartar de ella los males que la amenazan.
Éstos fueron los instrumentos de que el Señor se sirvió para establecer la asociación de la Adoración Nocturna, que pronto había de extenderse por casi todos los países católicos.

“Habiendo entrado a las cinco y diez de la tarde en la capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra”. Son las palabras de André Frossard.
André nace en 1915 en un pueblecito al sur de Francia llamado Colombier-Châtelot. Es hijo de Louis-Oscar Frossard, uno de los fundadores históricos del Partido Comunista Francés. 
Comienzan sus primeros recuerdos infantiles en el pueblo de su padre, Fousssemange, de unos cuatrocientos habitantes. Allí convivían los judíos con la familia Frossard, ateos republicanos del rojo más subido, tal y como nos dice él mismo. Convivía también una minoría cristiana de tal forma que prácticamente no existían problemas de convivencia.
En ese ambiente vivía André, y para él Dios no existía. 
El niño André crecía con la única interrogante de la Naturaleza creada que pudiera, quizás, revelar la imagen de un supuesto Creador. Pero pronto se despejaban sus incipientes maquinaciones ante la seguridad de la no existencia de Dios. La tierra y lo creado era simplemente una combinación de elementos químicos que se reunían de forma aleatoria con atracciones y repulsiones naturales. 
De los diez a los veinte años, su vida transcurre dentro de la normalidad entre los chicos de su época. Buen estudiante, es enviado a estudiar al Liceo de París. 
Su padre, socialista de pro, le sugirió la idea de fundar una sección de juventudes socialistas en la ciudad minera del Este. 
Tras su conversión, de septiembre de 1936  a febrero de 1941 se incorpora a la Armada, ocupando diversos cargos tales como marinero, contramaestre, secretario de oficial de Estado Mayor...
Se incorpora a la resistencia antinazi y es arrestado por la Gestapo en diciembre de 1943, e internado en un barracón para judíos en la prisión de Montluc, siendo uno de los siete supervivientes de dicho barracón donde setenta y dos presos fueron asesinados. A su salida de prisión, fue movilizado de nuevo por la Armada hasta diciembre de 1945. Condecorado con la Legión de Honor a título militar, fue ascendido a oficial por el general de Gaulle.
En 1990, Juan Pablo II le otorgó la Gran Cruz de la Orden Ecuestre de Pío IX, siendo uno de sus amigos franceses más cercanos.
Su conversión
Nos lo cuenta así en su libro “Dios existe, yo me lo encontré”: 
Un compañero de trabajo, llamado Willemin, le invita a cenar. De camino, se paran un momento para “algo” momentáneo que Willemin ha de hacer de forma perentoria, urgente, pidiéndole que le espere unos minutos. Necesita confesarse urgentemente; ¡mejor! Piensa André; es una de esas actividades que ocupan tanto tiempo a los cristianos. “¡Razón de más para permanecer donde estoy! se dice a sí mismo.
Cansado ya  del tiempo que pasa, y de la incomprensible prisa por la devoción repentina de mi amigo, me decido a entrar, comenta. En principio lo que se ve al traspasar el umbral de la capilla no es para entusiasmarse. Es un gótico a la inglesa, de finales del siglo XlX, ordenado  en sus ojivas…tres naves… Se ven al fondo unas cabezas cubiertas con un velo negro,- más tarde me enteré que son monjas de la Asociación Reparadora-, que repiten y repiten una exclamación de Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto…” Busco a mi amigo y no lo encuentro. Repasando la mirada de un lugar a otro, e ignorando la Presencia del Santísimo Sacramento, hay dos filas de cirios encendidos. La vista va de la sombra a la luz, y ¡de pronto! Sin saber por qué, la vista se va al segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. Se desencadena entonces con una brutal violencia una serie de prodigios que me hacen ver el absurdo que soy, y que traen al mundo el niño que jamás he sido. Oigo como una voz que me es como sugerida: vida espiritual.
Quizá son dichas por alguien que no ve lo que yo veo. El cielo se eleva, se alza, fulguración silenciosa… No encuentro palabras para describirlo. Es un mundo distinto de un resplandor. Él es la realidad, Él es la verdad, la veo desde la evidencia oscura donde estoy retenido. Hay un orden en el Universo y en su vértice, la evidencia de Dios, del que los cristianos llaman Padre Nuestro; y es dulce, capaz de hacer estallar la piedra más dura que existe: el corazón humano.
Es tan grande la alegría del náufrago recogido a tiempo, que tomo conciencia del lodo en que estaba sumergido.
Willemin, ya en la calle me interroga al ver algo diferente en mi fisonomía:
¿Qué te pasa?
Soy católico, apostólico y romano.
Tienes los ojos desorbitados
Dios existe y todo es verdad
¡Si te vieses! Comenta el amigo
Caminaba sin ver a los viandantes, Dios estaba allí, revelado y oculto por esa embajada de luz que me hacía comprenderlo todo.
El milagro duró un mes. Cada mañana volvía a encontrarme con éxtasis esa Luz que palidecía el día. Cada día, sin embargo palidecía algo más, hasta que desapareció. Pero no me vi reducido a la soledad. Un sacerdote del Espíritu Santo me preparó para el Bautismo, que fue, el 8 de julio de 1935, en la Chapelle des Religieuses de l’Adoration teniendo yo 20 años.
La experiencia Paulina de André Frossard es impresionante. Verdaderamente Jesucristo se revela con la Fuerza incontenible de Dios, su Luz inunda sus ojos y su alma se anega de Él. Su particular “caída del caballo” al estilo de Saulo, le marca para siempre, asiendo en cinco minutos la fe que había despreciado durante veinte años.



SU VIDA
Svetlana Iósifovna Stálina, (1926-2011) era hija de Iosif Stalin y de Nadezhda Alilúyeva, (segunda esposa de Stalin), la cual murió cuando Svetlana contaba con seis años.
A los 17 años, Svetlana se enamoró de Grigori Morózov, judío. A los 19 años, Svetlana dió a luz a Iósif y tres años después en se divorció.
En 1949, Svetlana se casó con Yuri Zhdánov y tuvieron una hija,Yekaterina. Se divorciaron poco después. 
En 1963 se enamoró de un comunista hindú e intentaron casarse pero no se les permitió. Él murió en 1966 . Svetlana fue a la embajada de los Estados Unidos en Nueva Delhi y pidió asilo político. Después de obtenerlo, se le urgió que abandonara la India para ir a Suiza, con el fin de evitar un incidente internacional. Después de pasar seis semanas en Suiza, se dirigió finalmente a los Estados Unidos. 
En 1970 Svetlana se casó con William Wesley Peters y se cambió el nombre a Lana Peters. La pareja tuvo una hija llamada Olga, pero finalmente se divorciaron.
En 1982 se mudó con su hija a  Inglaterra, donde entró en la Iglesia católica.
En 1984 regresó a la Unión Soviética, donde después de recobrar la ciudadanía, se estableció en Tiflis, Georgia
En 1986 Svetlana regresó a los Estados Unidos, y luego viajó a Bristol, Inglaterra, en los años 90. 
Sus últimos años de vida residió en un hogar de la tercera edad en Wisconsin hasta su muerte el 22 de noviembre de 2011 por un cáncer de colon. 

SU TESTIMONIO DE CONVERSIÓN
Los primeros 36 años que he vivido en el estado ateo de Rusia no han sido del todo una vida sin DiosSin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. De Dios no se hablaba. 
Mi abuela paterna, era una campesina casi iletrada, precozmente viuda, pero que nutría confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora, soñaba con hacer de su hijo sobreviviente –mi padre– un sacerdote. El sueño de mi abuela no se realizó jamás. A los 21 años mi padre abandonó el seminario para siempre.
Mi abuela materna, nos hablaba gustosamente de Dios: de ella hemos escuchado por vez primera palabras como alma y DiosPara ella, Dios y el alma eran los fundamentos mismos de la vida. 
Agradezco a Dios que ha permitido a mis queridas abuelas que nos transmitiesen las semillas de la feconservaron profundamente en el corazón su fe en Dios y en Cristo.
Cuando mi hijo Iósif tenía 18 años se puso muy enfermo. Por primera vez en mi vida, pedí a Dios que lo curara. No conocía ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro. Pero Dios, que es bueno, no podía dejar de escucharme. Me escuchó, lo sabía. Después de la curación, un sentimiento intenso de la presencia de Dios me invadió.
 Pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran a la iglesia. Dios no sólo me ayudó a encontrarlo, sino deseaba darme mayores gracias. Me hizo conocer al sacerdote más maravilloso que podía encontrar, el P. Nicolás Goloubtzov. Él bautizaba en secreto a los adultos que habían vivido sin fe. Yo tenía necesidad de ser instruida sobre los dogmas fundamentales del Cristianismo. Bautizada el 20 de mayo de 1962, tuve el gozo de conocer a Cristo, aunque ignorase casi toda la doctrina cristiana. 
En 1982 partimos para Inglaterra, para permitir que mi hija recibiera una buena educación europea. Mis contactos con los católicos continuaban siempre naturales, calmos y alentadores. La lectura de libros notables como el de Raissa Maritain, contribuyeron a acercarme cada vez más a la Iglesia católica. Y así en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, un tiempo litúrgico que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la Iglesia católica, me brotó naturalísima, mientras vivía en Cambridge, Inglaterra. 
Hay una cosa que aprendí por vez primera en los conventos católicos: la bendición de la existencia cotidiana, de cada pequeña acción y del mismo silencio. En general soy felicísima en mi soledad; en la tranquilidad de mi departamento siento en modo vivo la presencia de Cristo.
Sólo ahora he entendido la gracia maravillosa que nos producen los sacramentos, como el de la reconciliación y la comunión ofrecidos no importa qué día del año, e incluso cotidianamente.
Antes me sentía poco dispuesta a perdonar y a arrepentirme, y no fui jamás capaz de amar a mis enemigos. Pero me siento muy distinta de antes, desde que asisto a Misa todos los días.
 La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria
El sacramento de la reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia.
“El Padre celestial me ha corregido dulcemente. Fui nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacerme presente mi puesto en la vida: un humilde puesto de mujer y de madre. Así, en verdad, fui llevada en los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar, reteniendo que esta devoción fuese cosa de campesinos iletrados como mi abuela georgiana, que no tenía otra persona a quien dirigirse. Me desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado sino la Madre de Jesús? Imprevistamente Ella se me hizo cercana, Ella a quien todas las generaciones llaman Bienaventurada entre las mujeres.”


Hoy traemos ante nuestros lectores la figura de Edith 
Stein, una de las mujeres más inteligentes y mejor preparadas de la Europa de la primera mitad del siglo veinte. Judía y alemana de nacimiento, a la edad de catorce años, según testifica ella misma, dejó de creer en Dios; a los veinticuatro se doctoró en filosofía en la universidad de Gotinga. Su tesis doctoral llevó el título de “Sobre la Empatía”, alcanzando la mayor calificación posible: Summa Cum Laude.

Tanto sus profesores como posteriormente los catedráticos con los que trabajó como docente en la universidad de Friburgo, fueron unánimes al ensalzar su brillantísima mente, así como su capacidad asombrosa de apasionamiento por la Verdad. No es, pues, de asombrar que cuando percibió la existencia de Dios, su natural, tan vivamente apasionado, diese lugar a un contenido huracán, diríamos incluso una locura por vivir abrazada al Dios vivo a quien había encontrado.
Varios fueron los acontecimientos, también las personas, a través de los cuales se le hizo presente Dios. puesto que hacemos hincapié, a lo largo de los testimonios que estamos exponiendo, en la importancia de la Eucaristía y la Adoración al Santísimo en cuanto bellísimos artífices para que se encontraran con el Absoluto, con Dios, expongo un hecho que, tal y como ella misma atestigua, marcó profundamente su búsqueda.
Los biógrafos de nuestra querida profesora universitaria llaman “la mujer anónima” a la protagonista involuntaria que hizo reflexionar profundamente a Edith. Estando ya como quien dice levemente tocada por Dios en su caminar hacia la Iglesia Católica, un amigo la llevó a ver la Catedral de Frankfurt, a lo que ella accedió quizás movida por su belleza artística. Lo que aconteció preferimos que nos lo cuente ella misma: “Lo que vi fue totalmente nuevo para mí. En la sinagoga, así como en las iglesias protestantes que había visitado, la gente sólo entraba en los momentos del servicio litúrgico. Pero aquí alguien entró en la Iglesia vacía en medio del trabajo del día como si fuera a hablar con un amigo. Nunca he sido capaz de olvidar eso.”
He aquí lo que levantó el corazón de esta mujer superinteligente al tiempo que le hizo arrodillar su mente ante el Misterio: Una visita de una mujer anónima al Santísimo Sacramento despertó en el corazón de Edith un gran anhelo por una intimidad similar con Dios, un anhelo podría llamarse irreprimible por un encuentro con Dios, que fuera más allá de conceptos filosóficos, un encuentro que combinase la Verdad con el Amor.
Nos atrevemos a sondear lo que pudo pasar por su mente aquel día tan importante para ella. Podríamos adivinar sus pensamientos que serían más o menos de esta índole: Si esta mujer, atareada en los afanes normales de una madre de familia, que venía del mercado, fue capaz de desviarse de su camino para acercarse al Santísimo Sacramento con las bolsas de la compra en sus brazos porque su corazón le pedía tener una conversación amorosa con Dios, ¿qué podría impedirle a ella, la gran y admirada filósofa, tener acceso a esa intimidad? 
Como a todos los que en esta encrucijada de su búsqueda de la Verdad y de Dios, le llega el momento de dar pasos decisivos; solamente un impedimento le corta el paso: la soberbia de creer en Dios, a quien aparentemente sólo los débiles intelectualmente pueden reconocer y adorar. Ante el impacto estremecedor que la sobrecogió, sconsideró bastante menos inteligente que esta mujer porque, mientras ésta sabía y sentía el impulso de adorarella aún navegaba entre tesis y prejuicios. Sí, una mujer muy probablemente mucho más inculta que ella, la hizo arrodillarse ante Dios.
En enero de mil novecientos veintidós, Edith Stein recibió las aguas bautismales. El dos de agosto de mil novecientos cuarenta y dos, Edith y su hermana Rosa, ambas carmelitas descalzas, son llevadas al campo de concentración de Amersfoort. Posteriormente ella es enviada al campo de exterminio nazi de Auschtwitz, donde fue ejecutada. Murió mártir de la fe católica a los cincuenta y un años de edad.
En la ceremonia de su canonización, entre otras cosas, Juan Pablo II dijo a todo aquel que seguía la celebración: “No te quedes en la superficie, vete al corazón de las cosas. Y cuando sea el momento apropiado, ten el valor de decidir. El Señor está esperando a poner tu libertad en sus buenas manos”. Sin duda un buen broche de oro a la figura de esta mujer incansablemente buscadora e incansablemente apasionada, por eso pudo acoger a Dios.

De Pastor protestante a católico comprometido 
Realmente los caminos del Señor Jesús son inescrutables.
El Salmo 18 nos recuerda: “…sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su Voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los confines del orbe su lenguaje… Nada se libra de su calor (Sal 18, 2-7)
¿Quién le iba a decir a Peter Pellican que se “iba a suicidar de su carrera, para hacerse católico?- comenta él mismo, en octubre de 2013, que es hijo y nieto de Pastor protestante y él mismo ha seguido por ese camino. La Voz del Señor, su Palabra, su Evangelio, alcanzó de lleno a Peter mediante al poder atractivo de la Eucaristía. Le alcanzó de lleno su pregón.
Australiano, educado en el protestantismo, fue testigo ocular de las actividades de su padre, pastor protestante, ejerciendo el ministerio de la predicación y el bautizo, así como dirigiendo los servicios de la comunión del pan y del vino con las Palabras de Cristo en la Última Cena.
Sus comienzos religiosos como Pastor Evangélico se inician en una iglesia independiente de Rangeville (Toowoomba, Australia). Tan sólo llevaba tres años ejerciendo su ministerio, cuando recibe un e-mail de un tal Peter Kreeft con una grabación de audio titulada: ”Cómo ganar las guerras culturales”, con el tema de debate sobre la familia, la vida y los valores en nuestra sociedad actual.
Hasta esos momentos, su fe protestante la sentía “encorsetada”, rígida; él mismo la comparaba a las tesis de las matemáticas: a este problema, esta solución inmediata; o lo que es lo mismo: ante un problema religioso, ¡aplíquese este versículo, o esta cita, como remedio inmediato! No, la fe no se puede reducir a eso, pensaba. 
Y comienza a entrar en las charlas de Peter Kreeft, sin sospechar que era un católico venido del protestantismo, de origen metodista.
Y el Señor sigue trabajando en él. No se le presenta en una erupción; se le presenta como el “viento suave de Elías”, poco a poco, con el susurro de una conversación, con el alimento de un buen libro, con la inquietud por conocer y conocerse de saber que lo que conoce de su fe no llena sus ansias de Dios. Y así conoce la “Teología del cuerpo, de Juan Pablo ll”, relativo a la fecundidad matrimonial y contra la anticoncepción. 
Es novedoso; los protestantes mantiene un equilibrio inestable entre una anticoncepción al casarse, concepción para tener hijos después, de nuevo métodos anticonceptivos…No tienen problemas de conciencia en este sentido; no es concepto que se cuestione.
Para los católicos los hijos son una bendición de Dios al igual que la fertilidad. Baste, para ello, meditar la Biblia católica desde sus orígenes.
Este es el primer choque emocional que abre los ojos de Peter. Tan claramente ve los errores de su fe hasta ese momento, que comienza a predicar este concepto católico los domingos a sus parroquianos.
Ya está preparado para la Manifestación final de Dios. ¡Cristo es real en la Eucaristía ¡Siente una atracción irresistible hacia la Eucaristía que le hace permanecer una hora, dos horas,…, frente a un sagrario católico en oración intensa. Él seguía en la iglesia protestante, pero ya no tenía fuerzas para levantar el pan, y pronunciar las Palabras de Cristo. Se cuestionaba su propia autoridad para celebrar.En sus predicaciones cita una y otra vez el “Catecismo de la Iglesia Católica”, hace continuas referencias a Karol Wojtila, a Joseph Razinger, a los “Santos Padres” de la Iglesia Católica…hasta que después de cinco años en su escuela protestante y seis como pastor de campus, dimite: ¡No puedo más! ¡Lo que estoy haciendo no es verdad!
En diciembre de 2013 entran en la Iglesia Católica él y su mujer Leone, confirmados por el Obispo de Toowoomba, Robert Mc Guckin.
La primera vez que pudo sentir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en su boca le pareció “impresionante”, “silencioso, humilde, casi cotidiano, pero muy real”. Algo muy diferente a las anteriores experiencias profundas de su etapa protestante.
Hoy estudia en la Universidad de tre Dame Teología bíblica, mientras trabaja en la Universidad Católica de Australia.



Muchos son los testimonios que el Señor pone en manos de sus hijos más desfavorecidos, que evidencian la grandeza de Dios presente con presencia real en el sacramento de la Eucaristía.

Si en textos anteriores hemos ido testimoniando el milagro del Señor para cada uno de sus hijos, que posteriormente nos enriquece en la fe, leamos con atención esta increíble historia.
El Papa Francisco, al reconocer sus virtudes, vividas en su enfermedad desde la cama, empuja con fuerza hacia el camino de su beatificación.
Nace la niña Marthe en la localidad francesa de Chateauf-de Galeur, cerca de Lyon el año 1902, cuando sus padres, campesinos en ese lugar, ya tienen cinco hijos. A la edad de 26 años, sufre de una encefalitis que le deja postrada en cama, con parálisis total de su cuerpo, ciega y con imposibilidad de deglutir cualquier tipo de comida o incluso bebida. La medicina de aquellos años se ve incapaz de la curación, y, a instancias del médico, le administran la Unción de los enfermos para prepararla para morir; su enorme piedad le permite estar preparada para entrar en la Vida con el Señor. Esto sucede un miércoles; pero una semana después, continúa viviendo, y así sucesivamente durante 53 años. Es decir, vive de esta forma, sin recibir ningún alimento ni aguaSólo el alimento Eucarístico le mantiene viva.
Su Director espiritual, el padre Finetle traía la sagrada Comunión una vez por semana, y alguna vez observaron que la sagrada Forma “volaba” hacia ella directamente. Incluso un obispo “testificó” que vio cómo se disolvía una vez que pasaba por sus labios. Es entonces cuando entraba en éxtasis y revivía los estigmas de la Pasión de Cristo, quedando como muerta. Solamente cuando su Director espiritual la llamaba a la vida, volvía en sí. Dios le había adornado también con los carismas de “ver”, por así decir, el interior de las almas, y les animaba a cuantos iban a verla, en sus preocupaciones.
Hay un caso similar en la historia de la Iglesia, en ese carisma, que es el del padre Pío de Pietrelcina, que “adivinaba” en las confesiones, los pecados ocultos de los penitentes, y se los “sacaba” afuera para que pudieran ser perdonados.
“El cuerpo y la Sangre de Cristo son mi único alimento sobreabundante”, comentaba. No hay de qué asombrarse.
Son innumerables los testimonios de obispos, cardenales, y personajes de la cultura, que fueron testigos de este prodigio. Destaca la figura del académico Jean Guitton, amigo de PabloVl, a la sazón el único laico que participó en el Concilio Vaticano ll, quien en su libro: “El retrato de Marthe Robin” aporta pruebas fehacientes de la veracidad de estos prodigios, consciente – según comenta él mismo -, de las dudas que se pueden presentar a cualquiera ante tales acontecimientos milagrosos. Otro personaje conocido en el mundo cultural de la época fue el filósofo escritor Marcel Clement, que la entrevistó en varias ocasiones durante elperíodo de la ll guerra mundial, y al que Marthele hizo varias confidencias sobre la guerra, sin haber oído radio, ni prensa ni TV.
Por si fuera poco lo relatado hasta ahora, desde su postración, fundó lo que se conocía como “foyers de Charité”, (hogares de caridad), para ser, en sus propias palabras, “hogares de luz, caridad y amor”. Fue la Santísima Virgen la que dio instrucciones de cómo debían ser estos hogares: dirigidos por un sacerdote –el Padre -, en silencio, sólo con las predicaciones del Padre, llevando una renovación completa de la fe, durante cinco días. En palabras de Marthe, “tres días no convierten un alma”. Todo ello inspirado en los ejercicios de san Luis de Monfort. (Se recomienda leer “el tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen” de san Luis de Monfort). 
Una vez se encontró en su cama una copia de este libro. Marthe comentó que había sido la Virgen la que lo había dejado allí. El historiador Jean Jacques Antier en su libro “el viaje inmóvil” recuerda que desde su cama logró fundar más de 70 “Hogares de Caridad” en los cinco continentes.
Su muerte se produce el 6 de febrero de 1981, y la causa de su beatificación se está estudiando en Roma, por la “Congregación de la causa de los Santos”.
Por último, en el año 1939 comenta: “Señor, me ofrezco, me doy a mí misma a Ti, por todas las almas del mundo, por la santidad de tus amados sacerdotes, especialmente por aquellos cuyos pecados llevo en mi corazón. Que a través de mí, Señor, por mi oración, por mi amor, por mis sufrimientos, por mi inmolación, por toda acción exterior que pueda yo tener, que por mi vida entera, el apostolados de ellos sea más efectivo, más fructífero, más santo, más divino”
Que todo este relato, nos sirva para comprender mejor que:
“…mi Cuerpo es verdadera comida, y mi Sangre es verdadera bebida…” (Jn 6,55)
Alabado sea Jesucristo y Adorado sea el Santísimo Sacramento

Una de las figuras más fascinantes a los ojos de los que
, aun inmersos en mil dudas e incluso decepciones, encaminan sus pasos hacia la búsqueda de Dios como única savia de su existencia es Carlos de Foucauld. Nacido en Estrasbusgo, Francia, en mil ochocientos cincuenta y ocho, de familia noble, vive su adolescencia y juventud totalmente inconsciente, como si la vida fuese un juego. Con un planteamiento así no es de extrañar que considerase a Dios como un estorbo, por lo que abandona toda relación con Él y, por lo tanto, con la Iglesia.

Una existencia así, tan banal como frágil, le conduce a excesos lo suficientemente graves como para ser expulsado del ejército que era la profesión que había escogido. Entre vueltas y más vueltas, idas y venidas, desengaños y vacíos cada vez más hirientes, Carlos de Foucauld se atreve, y hace falta aplomo para ello, a mirar al cielo y lanzar esta pregunta: ¡Dios mío, si existes haz que te conozca!
Dios le escuchó y le hizo ver, como solamente Él sabe hacerlo, que sí, que existía, que le amaba, y que arrancase los miedos de su corazón porque su Hijo había entregado su vida para que él, incipiente buscador, pudiera recibirla en plenitud.
No es el momento de dar detalles de los pasos que dio este hombre en su peregrinaje hacia Dios, en su conversión; pero sí es conveniente sacar a la luz estas palabras que manaron como agua cristalina cuando su corazón tuvo la certeza de que estaba habitado por Él. Oigamos el testimonio imperecedero que nos legó: “Desde el momento que me encontré con Dios comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él”.
Ya dijimos que no era el momento de entrar en detalles y pormenores en lo que respecta a lo que fue su camino de conversión, así como por las diferentes etapas por las que Dios le fue conduciendo. Sucintamente diré que se ordenó sacerdote y que después de años de experiencia de vida contemplativa se instala en Argelia en medio de una población totalmente musulmana, lo que implica sin posibilidad alguna de predicar el Evangelio oralmente.
Carlos comprendió que en esa masa de no creyentes su evangelización consistiría en hacer visible el amor a Dios. Sabemos que pasaba un buen número de horas diarias ante el Santísimo Sacramento, sobre todo por la noche. Allí, ante el Hijo de Dios Sacramentado, aprendió a amar a los hombres aun cuando fuesen indiferentes a su fe. Jesús fue su Maestro en lo que respecta a esta peculiar evangelización.
Cuántos ríos de vida brotaron del alma de Carlos de Foucauld a lo largo de sus incontables horas ante el Santísimo, es una temeridad contarlas. Nos limitaremos a transcribir algo de la inmensa riqueza que Dios puso en su corazón y en su alma.
Fijémonos, por ejemplo, en este testimonio tan íntimo como profundo: “Dios mío, el lugar y el tiempo son los adecuados, estoy aquí en mi casa, ya anochece, todo duerme, no se oye más que la lluvia y el viento y algún gallo lejano que, a pesar mío, me recuerda la noche de tu pasión… ¡Enséñame a orar, Dios mío, en esta soledad, en este recogimiento! Aquel que ama y está frente al bien Amado, ¿podrá alejar sus ojos de Él? Orar es mirarte, porque tú siempre estás allí, ¿podría yo, si te amo de verdad, no mirarte sin descanso?”
Ante la inmensidad del desiertola extrema belleza de sus puestas de solel amigo de Dios y también nuestro, escribe: “Achico estas contemplaciones y vuelvo delante del Sagrario… Hay más belleza aquí que en la creación entera”.
Frente a la tentación de pensar que pueda estar perdiendo el tiempo y la vida sin provecho ni fruto alguno, escribe: “¿Mi presencia aquí hace un poco de bien? Si no hace nada, la presencia del Santísimo Sacramento hace ciertamente mucho bien. Jesús no puede estar en un lugar sin resplandecer”.
Fruto de tan maravillosas experiencias nos legó este testimonio tan válido como imperecedero: “Cuanto más se ama mejor se reza”. El uno de diciembre de mil novecientos dieciséis en el fragor de una revuelta es martirizado. Esa misma mañana había escrito: “Si el grano de trigo caído en tierra no muere, permanece solo, si muere dará mucho fruto” (Jn 12,24).

AMAR LA EUCARISTÍA.-CONVERSIONES- 8.-CARLO ACUTIS




Era tanto su amor a la Eucaristía, que desde su adolescencia – murió a los quince años -, recopilaba todos los milagros eucarísticos ocurridos en el mundo que ya ha visitado los cinco continentes, y que todavía hoy se puede consultar a través de internet en la página web: 
https://www.miracolieucaristici.org/

Su amor a Jesús sacramentado era tal, que desde su primera comunión no faltó ni un solo día a Misa, adorando al Santísimo en ella., después el santo rosario. El Señor Jesús se enamoró tanto de su alma, que a los quince años lo llevó a su lado, víctima de una leucemia. Tanto le gustaba la vida de Francisco de Asís, que, sin conocer aun su destino, pidió ser enterrado en Asís, donde efectivamente reposan sus restos.

Estamos hablando de Carlo Acutis, nacido en Milán. En palabras de su madre, Antonia Acutis, Carlo era un muchacho experto con las computadoras, leía textos de ingeniería informática y dejaba a todos estupefactos, pero este don lo ponía al servicio del voluntariado y lo utilizaba para ayudar a sus amigos. Su gran generosidad lo hacía interesarse en todos: los extranjeros, los discapacitados, los niños, los mendigos. Estar cerca de Carlo era estar cerca de una fuente de agua fresca”.

Quizá, sin saberlo, dada su corta edad, ya bebía de las verdaderas Fuentes de Agua Viva, JesucristoIncluso las palabras de Antonia revelan un cierta inspiración poética que sólo podía salir de los labios de quien conocía al hijo de sus entrañas desde lo más profundo de su ser. 
Durante la enfermedad mostró una valentía sobrehumana y una fe que le llevó a ofrecer todos sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa. E incluso intentaba minimizar unos dolores que los médicos calificaban de atroces. “¡Hay gente que sufre mucho más que yo!”, decía él“¡Cuantas más Eucaristías recibamos más nos pareceremos a Jesús y ya en esta tierra disfrutaremos del Paraíso!” Eran sus propias palabras a la edad de once años. 
Era tal el amor a Cristo-Eucaristía, que consiguió de sus padres llegar a conocer todos los lugares donde se habían producido milagros eucarísticos, creando la página citada antes para conocimiento y Adoración de todos De hecho, el Prefecto de la Secretaría de Comunicación, monseñor Viganó ha abierto la posibilidad de que algún día este joven pueda ser el patrón de Internet.

La Postuladora para la causa de los Santos de la Diócesis, Francesca Consoliniafirmaba que Carlo “había entendido el verdadero valor de la vida como don de Dios, como esfuerzo, como respuesta, a dar al Señor Jesús día a día en simplicidad” y qu“era muy amado y buscado por sus compañeros y amigos por su simpatía y vivacidad”. 
Monseñor Ennio Apeciti, jefe de la Oficina para la Causa de los Santos de la diócesis milanesa confesaba a Avvenire: “Alrededor de su vida ha sucedido algo grande, ante lo cual me inclino”

Mi autopista para el cielo: Biografía de Carlo Acutis y Un genio de la informática en el cielo: biografía de Carlo Acutis, son dos de los libros editados sobre su vida.



 










AMAR LA EUCARISTÍA-CONVERSIONES-9-Luciana Rogowicz
Nací en una familia judía: abuelos, bisabuelos... todos judíosMi abuela paterna era polaca, y vino antes de la guerra a Argentina por las malas condiciones que había allí en varios sentidos. Es el testimonio de Luciana Rogowicz, argentina, educada como judía que relata cómo la presencia de Jesucristo transformó su vida, hasta llegar al catolicismo.

  

Fui criada con valores tradicionales, familiares; y en cuanto a la religión, educada en las ideas y culto de la religión judía. Fui siempre a una escuela judía, primaria y secundaria. Todo mi entorno era judío, en el club, en la escuela, amistades…incluso siguiendo las tradiciones tales como:”el día del Perdón, el Pesajetc 


A los 19 años conocí a quien hoy es mi marido. Él, de familia católica. Incluso su hermana es monja hoy en día. Sus padres iban a misa todos los domingos, él también. Mis padres siempre me educaron bajo la premisa tácita de que “mejor me casara con un chico judío”. Pero ellos nunca fueron cerrados, y sabían que antes de eso lo principal era el amor y que quien fuera a ser mi esposo fuese una buena persona.

   

Siempre charlábamos de diferentes temas: de Dios, de su Verdad, etc. Pero yo no quería entrar en el tema de JesúsEso era algo que un judío ni debía mencionar. Lo “otro”, lo “fuera de los límites”. No me lo enseñaron explícitamente en mi educación judía, pero es algo que se transmite y no sé cómo. En realidad hoy sí entiendo que es una cuestión divina, Dios no lo permite, Dios puso un velo sobre el pueblo judío y sólo va permitiendo de a poco que a algunas personas se les “caiga” este velo y puedan ver la Verdad, leer las Escrituras con un corazón abierto y sincero y encontrar allí las respuestas. 

En una ocasión, teníamos mi esposo y yo un largo viaje en auto y me insistió para escuchar un audio de un “judío católico. Si bien en un principio me pareció algo medio extraño e incompatible, y no me generaba ningún tipo de interés escucharlo, no quise parecer tan cerrada como para negarme, así que no me quedó otra opción que escucharlo. En este audio esta persona contaba sobre una experiencia “sobrenatural” que había tenido, una comunicación con Dios, y al cabo de un tiempo con la Virgen María. Era de un tal Roy Schoeman. Este audio que escuché ese día era solo su testimonio..
¿Cómo llegó el Señor en ese momento? En ese mismo instante, sólo por escuchar su testimonio (donde no daba ningún tipo de argumento ni nada, sino que contaba lo que a él le pasó y cómo hoy vivía su vida como judío completo, judío que reconoce a Jesús como el Mesías y a la Iglesia como transmisora de sus ideas y doctrina), el velo “invisible” cayó de mis ojos, de mi corazón, y creí en todo en un solo instante. No entiendo bien cómo funcionó, pero es como si hubieran trasplantado en mi cerebro una parte nueva, llena de conocimiento y entendimiento. No sólo creí que Jesús era el Mesías, sino que la Iglesia era la verdadera transmisora de la verdad, la virginidad de María, la infalibilidad del Papa y todo lo que la doctrina enseña. En ese momento creí para siempre, y también tomé conciencia de “los porqué” de mi existencia.
Siempre supe que tenía una misión, como todo el mundo la tiene, pero no sabía aun en qué consistía. Y en ese instante también comprendí que mi misión: debía como judía era “abrazar” esta fe y transmitirla a mi entorno, parientes, conocidos…a todos.

Esto fue hace ya ocho años y medio. ¿Y qué ocurrió desde ese momento? Si bien esa “conversión” fue instantánea en cuanto a mi vida interior, no fue tan rápida en cuanto a mi vida exterior. Con mi esposo conversamos mucho sobre el tema y comencé a investigar. Me puse en contacto con esta persona del testimonio que escuché, Roy Schoeman, y también comencé a investigar y leer argumentos racionales sobre el tema.
Mientras tanto estaba mi dilema interior: si creo en esto, debo ser coherente con eso. Y Jesús no sólo dijo increíbles y sabias enseñanzas sino que también dijo las cosas que uno debe hacer: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”… El bautismo, la comunión… era demasiado todo eso para mí en ese momento. La cuestión familiar era muy difícil. ¿Qué dirá mi familia? ¿Cómo le podrá doler esto a mis padres? Y no podía llevar a cabo todo este proceso en secreto. Si mi misión es transmitirles esto, ¿cómo iba a hacerlo en secreto? Esto es solo un resumen de lo que fue pasando por mi mente en los cinco años y medio después de ese momento único. Por supuesto que también seguí con mi rutina, mi trabajo, mi hija, luego otra hija más a quien también bautizamos.
Este proceso mío fue interno, conocí historias de otros judíos católicos, y leí sobre las profecías. Pero ahí quedó. No avancé sobre el tema, el temor me paralizaba. Y al mismo tiempo se comenzaba a enfriar todo esto dentro de mí.
Pero el Señor no me abandonó; midió mis tiempos, esperó a que su Verdad madurara en mí. Cinco años después de este hecho, ya hoy casi tres años atrás, pasó algo increíble que transformó realmente mi vida y mi alma. Un domingo “cualquiera” acompañé a mi esposo a misa. No tenía muchas ganas de ir, pero ese día realmente no tenía ninguna excusa para no acompañarlo y realmente era más práctico ir con él, ya que luego teníamos que ir a otro lado, y de allí llegábamos directo.
Así que me senté junto a él, aguardando que terminase la ceremonia, un poco distraída. Pero algo ocurrió. En el momento de la consagración y sobre todo cuando las personas se acercaban a tomar la comunión, sentí en mí un amor profundo y una unión con todas las personas que estaban tomando la comunión. Una trasformación interior que no podía comprender qué era. En ese momento fue como si el imán más potente del mundo se hubiera instalado en mi alma, un imán que se siente atraído siempre, cada día, por la Eucaristía. Yo creo, y lo sé, que Dios se hace presente allí. Desde ese día, no pasó ni un solo día que no tuviese ganas y necesidad de ir a Misa. Desde ese día mi corazón se tornó hacia Dios. Mi vida interior dio un giro inexplicable, un amor profundo diferente a todo lo que jamás sentí (y estuve y estoy rodeada de amor toda mi vida). Tras ese domingo tan especial, al otro día le pedí a mi esposo que me acompañe a misa. Él me miraba raro: “¿Un lunes? Si ya fui ayer, domingo”. Pero no le quedó otra opción que acompañar a su judía esposa a misa. ¿Cómo decir que no a semejante pedido? El martes, lo mismo… “Vamos a Misa” le dije. Y así todos los días de la semana. No podía pensar en otra cosa que no fuese la hora de ir a Misa. De que el cura levantase la hostia y dijese esas palabras para la Consagración.

En esa etapa también tuve otras sensaciones y una conexión tan fuerte a Dios en cada momento. Era como si estuviera a mi lado, bien cerca de mi cabeza. Por momentos sentía una energía tan fuerte que solo podía llorar, llorar y llorar. No era de tristeza, ni tampoco de alegría: era como que mi alma se desbordaba de tal sensación de Dios. Sentir que todo lo que había escuchado alguna vez era verdad, que realmente Dios existía, y no solo eso, sino que se brindó por nosotros, en su totalidadY que está presente y nos conoce, me conoce y decidió no esperarme más y me sacudió y me llenó de su amor. Un amor tan grande y tan diferente a lo que conocía.
Todo esto, en ese momento de mi vida, fue el impulso que necesitaba para poder llevar a cabo lo que durante años sabía que tenía que hacer: hablar con mi familia, bautizarme y tomar la comunión. Es una larga historia cómo cada cosa pasó, sus dificultades, nervios, pensamientos, tensiones. Pero en el transcurso de menos de tres meses pude hacer todo eso que por cinco años no me había animado a hacer: hablar con algunos integrantes de mi familia y luego bautizarme, tomar la comunión y la confirmación.
 Desde ese momento y hasta hoy (algunos días, más otros menos), cada vez que voy a una misa, al momento de la comunión mi corazón late. Aunque esté algún día más desconectada por las ocupaciones diarias de la vida, en ese momento mi corazón late como si actuara en forma independiente del resto de mi cuerpo, como si viera lo que mis ojos no ven, como si percibiera lo que mis sentidos no pueden percibir. Si no fuera por mis ocupaciones y responsabilidades, iría dos veces por día a misa para sentir esta presencia tan profunda de Dios. Recibirlo es sentir un abrazo de Él que alimenta mi alma. Una luz que se expande Aún no todo mi entorno conoce sobre esta parte de mi vida. Actualmente estoy comenzando a contar mi historia y estoy armando un blog personal, Judía y Católica, con pensamientos y escritos para personas que les interese este tema y gente que quizás sienta dudas, miedos y necesite compartirlo con alguien.
De ningún modo diría que esta es una historia de conversión. La llamo una historia de “plenitud”, ya que no me convertí a otra religión. Soy judía y reconozco al verdadero Mesías del judaísmo que Dios envió, que es Jesús. Y Él transmite sus ideas, sacramentos, doctrinas, a través de la Iglesia. Por eso es que sigo al catolicismo. Esta Iglesia tiene la Eucaristía, a Dios presente, realmente presente en cada misa.
Asimismo, no pierdo mis raíces, ni dejé de tener mis tradiciones. Mis hijas son judías y católicas. Van a una escuela hebrea, y también van a hacer los rituales y tomar los sacramentos católicos. Estas dos “religiones” son la perfecta comunión, plenitud, la perfecta unión. Dos piezas de un rompecabezas que encajan perfectamente y ninguna, jamás, elimina a la otra.

(Tomado del texto original de Religión en Libertad, y del Blog: Judía y Católica)




El doctor Scott Hahn es un profesor de teología y Escritura en la Universidad Franciscana de Steubenville, en donde ha enseñado desde 1990. Es el fundador y director del Centro Saint Paul para Teología Bíblica. Es un ex-ministro presbiteriano ordenado con 10 años de experiencia ministerial en congregaciones protestantes, y ex-profesor de teología en el Seminario Teológico en Chesapeake. 

Su conversión. La llamada de Dios.-  Un día de Pascua de 1986, se decide entrar en una iglesia católica, la parroquia Gesu de la Universidad de Marquette, para observar en qué se parecen y en qué se diferencian los cultos de ambas iglesias. 

Hahn describe en detalle lo que le ocurrió un día cuando asistía a la misa católica. Escribió: “El día que cometí una ‘fatal metedura de pata’, decidí que era tiempo para mí de ir a misa por mí mismo. Finalmente, resolví pisar el umbral de la parroquia. Exactamente antes del medio día, me deslicé calladamente en el sótano de la capilla para la misa diaria. No estaba seguro de qué me esperaba; quizás estaría a solas con el sacerdote y dos monjas ancianas. Fue así como ocupé un asiento como un observador en una banca en la parte de atrás”.  “De pronto, un montón de personas ordinarias comenzaron a llegar de la calle, gente común y corriente. Entraban, hacían la genuflexión, se arrodillaban y se ponían a rezar. Su devoción simple pero sincera era impresionante’. “Luego sonó una campana y un sacerdote caminó en dirección al altar. Yo permanecí sentado; no estaba seguro si era prudente arrodillarme. Como calvinista evangélico, se me había enseñado que la misa católica era el mayor sacrilegio que un hombre podía cometer - al volver a sacrificar a Cristo - así que no estaba seguro qué debía hacer. Y continúa: “Después de pronunciar las palabras de Consagración, el sacerdote sostuvo la Hostia. Sentía como si la última gota de duda hubiera sido extraída de mí. Con todo mi corazón susurré: ‘Mi Señor y mi Dios. ¡Eso es realmente tú! Y si eres tú, entonces deseo tener plena comunión contigo. No deseo vacilar y volver atrás’.  Los pensamientos contradictorios de su condición religiosa se agolpaban en su mente: “Y recordé mi promesa: 1990. Oh, sí, tenía que volver a recuperar el control - yo soy un presbiteriano, ¿cierto? Y con ese pensamiento salí de la capilla, sin decirle ni a un alma dónde había estado o lo que había hecho. Pero al día siguiente, estaba de regreso, y el siguiente y el siguiente. Al cabo de una semana o dos me encontraba atrapado. No sé cómo decirlo, pero estaba locamente enamorado de nuestro Señor en la Eucaristía. Su presencia para mí en el bendito Sacramento era poderosa y personal. Conforme permanecía sentado en la parte trasera comencé a arrodillarme y a rezar con los otros quienes ahora sabía eran mis hermanos y hermanas. ¡No era un huérfano! Había encontrado mi familia: era la familia de Dios”.  Pronto el proceso de conversión fue completado. Hahn fue vencido por su experiencia, convencido de que verdaderamente había descubierto la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Estas son sus propias palabras en las páginas 88 y 89 de su libro: “Día tras día fui testigo del entero drama de la misa, vi el pacto renovado ante mis propios ojos. Sabía que Cristo deseaba que lo recibiera por fe, no sólo espiritualmente en mi corazón, sino asimismo físicamente: sobre mi lengua, a través de mi garganta y hacia mi entero cuerpo y alma. Esto era lo que significaba la Encarnación. Era la plenitud del Evangelio’.  “Cada día después de la misa, pasaba entre media a una hora rezando el rosario. Sentía que el Señor desataba su poder a través de su Madre ante el bendito Sacramento. Le rogué que abriera mi corazón y me mostrara su voluntad”.  El doctor Hahn ha dado numerosas conferencias, nacional e internacionalmente, sobre una amplia variedad de tópicos relacionados con la Escritura y la fe católica. Sus enseñanzas han sido efectivas para ayudar a cientos de protestantes y católicos disidentes a volver a abrazar la fe católica.  

La conversión de Kimberly Hahn
En el texto anterior relatábamos la conversión de los esposos Scott y Kimberly. La conversión de Scott fue en 1986, pero la conversión de Kimberly no ocurrió sino cuatro años después.El Señor sabe hacer las cosas, y “…a cada uno le da la comida a su tiempo...” (Sal 104,27). 
Ambos autores del libro Roma dulce Roma: Nuestra jornada hacia el catolicismo,Kimberly describió la lucha que experimentó viviendo en un matrimonio mixto con su esposo recién convertido al catolicismo romano.Escribe::Traté de adaptarme a la vida de Scott como católico. La semana después de Pascua, Scott dirigió un estudio bíblico en nuestro hogar y yo permanecí sentada allí. Cuando se le pidió a un joven que iniciara con una oración, él rápidamente rezó un Ave María. Abandoné el cuarto en agonía, caí de rodillas en mi habitación y lloré amargamente - ¡Cómo se atrevía a pronunciar esas palabras en mi casa, echándole sal a mi herida abierta desde la conversión de Scott! Más tarde, traté de reunirme nuevamente con ellos, pero sus comentarios y expresiones de devoción católica me abrumaban. Pronto Scott trasladó el estudio bíblico fuera del hogar, por lo cual me sentí muy agradecida”. Debió ser duro para ella la experiencia de su marido.
Finalmente, Kimberly suavizó su posición y estuvo de acuerdo en asistir a misa con su esposo. Ella describe así en la página 142 los pensamientos que pasaron por su mente: “Una tarde tuvimos la oportunidad de estar en misa en donde tuvo lugar una procesión Eucarística al final. Nunca había visto esto antes. Conforme observaba, hilera tras hilera de hombres y mujeres adultos se arrodillaban e inclinaban la cabeza en reverencia cuando pasaba la custodia, yo pensé: ‘estas personas creen que es el Señor, y no sólo pan y vino. Si éste es Jesús, esa es la única respuesta apropiada. Si uno se arrodilla ante un rey hoy, ¿cuánto más ante el Rey de reyes, el Señor de señores? ¿Será correcto no arrodillarse?’
“Pero continúe rumiando, ¿qué sino es? Si quien está en la custodia no es Jesús, entonces lo qué están haciendo ellos es total idolatría. Por lo tanto, ¿será correcto arrodillarse? La situación destacaba lo que Scott había dicho desde el principio: de que la Iglesia católica no es solamente otra denominación - o es verdadera o es diabólica”.
Conforme pasaba el tiempo, la perspectiva protestante de Kimberly de la Eucaristía y María cambió gradualmente. Finalmente se encontró a sí misma como su esposo Scott, en la posición en la que tuvo un encuentro Eucarístico que cambió su vida. Y sigue diciendo: “Durante un tiempo de oración la semana antes de Pascua, estaba asombrada de lo mucho que la custodia parecía simbolizar para la iglesia católica. Como muchos protestantes, me preocupaba que María, los santos y los sacramentos eran obstáculos entre los creyentes y Dios, de tal manera que para acercarse uno a Dios tenía que ir a su alrededor. Ellos parecían complicar la vida con Dios innecesariamente - como acrecentamiento en los lados de tesoros hundidos, tenían que ser descartados para tener lo que era importante’.
“Pero ahora podía ver que la verdad era lo opuesto, el catolicismo no era una religión distante, sino una presencia orientada - los católicos eran los únicos que tenían a Jesús físicamente presente en las iglesias, los veía como tabernáculos vivos después de recibir la Eucaristía. Y como Jesús es la Eucaristía, el mantenerlo a él en el centro permite que todas las ricas doctrinas de la iglesia emanen de él, de la misma forma como los hermosos rayos dorados brotan de la hostia en la custodia”.
Dice el Libro del Génesis: “…Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno (Gen 1,31)

Efectivamente, sólo Dios sabe los tiempos y las circunstancias de cada persona, y respeta la libertad de cada uno, pero sale cada momento a nuestro encuentro como le salió a Kimberly, respetando sus tiempos, sus angustias, sus dudas, sus circunstancias.  





El Señor nos sigue alimentado con su Sabiduría. Este relato nos enseña que "su Cuerpo es verdadera comida, y su sangre verdadera bebida"

.LA EXPERIENCIA MÍSTICA DE LA RELIGIOSA MARIE ADELE GARNIER
El hombre, sometido al poder del pecado original, sólo se fía de lo que tocan sus manos y ven sus ojos…Tenemos muchos testimonios a lo largo de la vida, y ¡cómo no! de la vida de la Iglesia, que nos lo recuerdan. Así, entre otros, el Evangelio de Jesucristo según san Mateo, nos habla de la aparición de Jesús resucitado a los apóstoles en la barca; al ver andar al Maestro sobre las aguas, símbolo precioso del poder de Cristo sobre el mundo de las tinieblas, y pensando que era un fantasma, Pedro le dice: “…Si eres Tú, mándame ir a Ti…” (Mt 14, 28).
Sabemos, y no es el objeto de esta catequesis, que Pedro comenzó a andar sobre el mar, pero al ver el ímpetu de las olas, dudó, y comenzó a hundirse; y al verse en esa situación invocó el Nombre de Jesús, que, al punto, le sacó de las aguas.
En otro contexto diferente, pero dentro de lo que podríamos llamar las dudas del hombre sobre todo lo que él no domina con sus manos, paso a relatar un acontecimiento extraordinario en el tema eucarístico de la transubstanciación, esto es, el milagro de la conversión del agua y vino, en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Sólo el poder de la fe, alimentada por el Evangelio, puede hacernos aceptar el regalo y el Misterio de Dios al hombre, que el poder de sus palabras, - las del hombre -, producen esta presencia real y física de Jesús Eucaristía. Sólo Dios puede dar tanto poder al sacerdote en el sacramento de la Consagración. 
Y, dada la dificultad del hombre para admitir el hecho, y al poder del Maligno infundiendo su veneno en el alma de la incredulidad, se han producido verdaderos actos de “duda” de algunos sacerdotes, y también de seglares, en el momento de la Consagración. 
Nuestro alimento, nuestra medicina, nuestro antídoto contra esos pensamientos, es la Fe en el Hijo de Dios, que con sus mismas Palabras nos dice: 
“…Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida…El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él…” (Jn6,55)
En este orden de cosas, paso a relatar el siguiente texto que nos ha de ayudar en nuestro camino de fe. El israelita de entonces, y el hombre de ahora, somos de “dura cerviz”, como comenta Dios-Yahvé a Moisés (Ex 32,9).
Se ha abierto la causa de canonización de la religiosa Marie Adele Garnier, fundadora de las Adoratrices del Sagrado Corazón del Montmartre, y popularmente llamadas las benedictinas de Tyburn, por medio del obispo de Langres, monseñor Joseph de Metz. Esta religiosa, nacida en el año 1838, y fallecida en 1924 en el covento de Tyburn en Londres, dijo haber visto sangrar a una Hostia consagrada que estaba en manos de un sacerdote.
En el libro, El camino de la madre Adele Garnier,editado en el año 2012,  el padre Gianmario Pigarevela que esta religiosa tuvo experiencias místicas comparables a las registradas por los grandes escritores espirituales tales como Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.
"En el momento en el que el sacerdote tomó la Hostia santa y lo puso sobre el cáliz alcé los ojos para adorar y contemplarla", escribió."Oh, si pudieras saber lo que vi y cómo todavía me siento conmovida e impresionada por esta visiónnos diceen una carta al abad Charles Sauvé"Los dedos del sacerdote no sujetaban una forma blanca, sino una partícula de un rojo llamativo-el color de la sangre-,y luminoso al mismo tiempo”, explicaba en la misiva.
Durante la homilía en la misa con la que se abría el proceso de canonización, el obispo francés Joseph de Metz, ya citado, dijo que esta religiosa  buscó siempre hacer la voluntad de Dios a través de la adoración en la Eucaristía. Esto se manifestó en sus escritos sobre la caridad y el amor y sirvió como modelo de evangelización. A medida que nos regocijamos con la Madre Garnier queremos señalar su insistencia en la contemplación de Cristo en el sacramento de la Eucaristía”, agregó el obispo durante su intervención. Los frutos de evangelización a través de leas experiencias de la madre Garnier no se han hecho esperar, y ya en el año 1950 se habían fundado casas en Francia, Irlanda, Escocia, Australia, Nueva Zelanda, Italia, Perú, Colombia o Ecuador.  
Sólo el Señor Jesús “capacita a los que elige”, sin “elegir a los capacitados”. “…Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños”. (Mt 11,25)
Son los “anawim” de Dios. Y así, esta religiosa, quizá insignificante a los ojos de los hombres, fue capacitada a los ojos de Dios para revelar que: 
“…Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida…”
 
Alabado sea Jesucristo


 La historia del ingeniero Jean-Marc Potdevinbusiness angel, millonario, ex CTO de Kelkoo (un comparador de precios online), ex vicepresidente de Yahoo! Europa, casado con 4 hijos, deportista, aventurero, hiperactivo, y cristiano tibio y poco convencido hasta vivir un encuentro que cambió su vida. Fue en 2008, cuando empezó el Camino de Santiago, insatisfecho con lo que tenía y sin saber qué quería ni qué buscaba.

Cristo ofrece a veces a personas que parecen no esperar pero que están dispuestas a cambiar su vida desde el momento en que la luz de Dios se manifiesta a ellos. 
Él lo cuenta así, en una de las etapas del Camino de Santigo, donde se inicia la ruta por el Camino Francés: Es Él quien vino a mi encuentro. Cara a cara. Y eso es muy impresionante. Ocurrió un poco por casualidad. Había entrado en Puy en una capilla durante la adoración al Santísimo Sacramento –yo no sabía lo que era-, y casi instantáneamente se apareció frente a mí, muy grande, muy impresionante. Y yo que nunca he fumado ni tomado psicotrópicos, etcétera, puedo deciros que se hace raro ver lo sobrenatural surgir así”.
Yo sé lo que he visto, estaba perfectamente consciente en el momento de esta experiencia, de esta casi-experiencia de Dios, y he encontrado después en los libros criterios precisos que permiten distinguir un delirio místico de una casi-experiencia de Dios. Dicho esto, más tarde me he dado cuenta también de que hay que ser cauteloso con este tipo de aparición. Evidentemente la he buscado porque la sensación es tan buena que se busca la consolación en cuanto tal, pero eso es bastante peligroso. San Juan de la Cruz es claro al respecto: no hay que buscar este tipo de experiencia.
 
Cuenta que, con posterioridad, no hay que realizar ningún esfuerzo, ningún acto especial; es Dios quien actúa. Es Él quien hace todo el trabajo. No es necesariamente sencillo dejarle hacer. Pero he encontrado un libro que se ha convertido en mi libro de cabecera, Je veux voir Dieu del Padre Marie-Eugène del Niño Jesús y en este libro él explica lasbuenas disposiciones que permiten justamente dejarle hacer al Señor para que venga a nosotros, entre ellas la humildad, el don de sí y el silencio.
 

La experiencia del francés Jean-Marc Potdevinforma parte de estos encuentros sorprendentes que Cristo ofrece a veces a personas que parecen no esperar pero que están dispuestas a cambiar su vida desde el momento en que la luz de Dios se manifiesta a ellosDicho esto, ahora me pasa que hablo con los empresarios ya sea de Dios directamente (es un poco más raro) o indirectamente a través de la doctrina social de la IglesiaLos empresarios se plantean preguntas sobre el sentido del trabajo, de la responsabilidad, de su compromiso, el sentido de la propiedad, el sentido del dinero. Y en ningún sitio se les educa. No son formados en las escuelas de comercio, de ingeniería, de negocios, ni en los MBA. Y sin embargo son cuestiones fundamentales.


Me he dado cuenta de que yo era un cristiano mal creyente después del encuentro con el Señor. Y de que hacía muchas cosas al revés. Quisiera quizás transmitir eso.
Un segundo aspecto que es importante para mí en este libro: la función del testimonio. Yo no puedo guardar este tesoro para mí. Es un poco difícil hablar de estas cosas íntimas, de estas cosas de la fe. Pero no puedo guardar este tesoro: es necesario que lo dé. La gente no lo sabe. En todo caso, algunas personas no lo saben y yo no puedo guardarlo”. Las palabras no pueden explicar lo que yo he vivido” 

Tomado de las experiencia mística publicado por Religión en Libertad en Septiembre de 2014


Mireily Rodríguez Vargas es una joven puertorriqueña que cambió su nombre por el de Sor María Faustina cuando profesó sus votos como dominica en el convento de Nuestra Señora del Rosario de Fátima en Texas (EEUU). Pero su vocación llegó tras una conversión dura, después de haber estado bajo la influencia de las enseñanzas de los adventistas. Cuando descubrió la verdad sobre la Iglesia Católica se le abrió un mundo que le fascinó hasta tal punto que decidió entregar su vida por completo.

Fue criada en una familia católica pero no demasiado practicante y eran sus compañeros de colegio los que le decían que la Virgen María había tenido más hijos, hasta llegarse a convencer de ello. A los 16 años tras un duro acontecimiento familiar aparecieron en su vida los adventistas. “Por insistencia de un familiar, comencé a ir a clase con ellos. Al principio consistía en contestar las preguntas de unos folletos, luego el pastor vino a darnos la clase personalmente, creo que era una vez por semana”, recuerda.
 
El odio a la Iglesia y al Papa
Después de esto, fue invitada a un taller denominado” Descubriendo la verdad” y que tenía como objetivo realizar en ella un lavado de cerebro. Cuenta la hermana María Faustina que “trataba de cómo la Iglesia Católica era la “gran ramera del Apocalipsis” y el Santo Padre, “la bestia del profeta Daniel”.
Una vez que concluyó este taller tocaba ser “bautizada” como adventista. La joven estaba muy confundida pero “no creía eso sobre la Iglesia Católica”. Finalmente, una amiga suya decidió no bautizarse por lo que ella tomó la misma decisión.
 
La importante labor de su abuela
Fue su abuela la que finalmente tomó cartas en el asunto y alejó a los adventistas de su nieta y acudió a una Iglesia Católica para que pudiera apuntarse a catecismo. Sin embargo, el tiempo que había pasado en contacto con los adventistas había hecho mella en ella. “Ya no amaba a la Virgen María, a la cual tenía devoción de pequeña”, cuenta en su testimonio. Además, añade que en ese momento “pensaba que no necesitaba ir a la Iglesia, porque un lugar de cuatro paredes con Biblia y Agua Bendita podía ser mi cuarto.” Incluso, creía que “los cuadros, aun los no religiosos, era idolatría por lo que había aprendido con los Adventistas sobre los 10 mandamientos”.
 
Todo cambió con la catequesis de adultos
Sin embargo, en 2007 logró iniciar las catequesis de adultos. “Mi vida cambió. A través de las catequesis del sacerdote encargado, de una religiosa y todo el equipo de catequistas que acompañaban al programa, empecé a aprender mucho, a cuestionarme cosas sobre la fe”, relata la propia María Faustina.
Mientras tanto, su abuela seguía perseverando y acompañaba a su nieta a misa todos los domingos, sin excepción. “Empecé a ver a Dios como un Padre amoroso” y su vida empezó a cambiar, motivo por el cual “se alejaron muchos amigos y empecé a tener problemas con un novio que en aquel entonces tenía”.
 
El bello recuerdo de su primera comunión
Así llegó su primera confesión durante un Domingo de Ramos, que según define ella misma, fue “como sacar muchos clavos de mi corazón” por lo que “me sentí otra persona”. Y en la Vigilia Pascual llegó por fin su primera comunión, que “fue un momento tan bello, único de sentir a mi Dios por primera vez en mí. Desde ese día me sentí más unida a Dios, de una forma diferente. Mi forma de ver la vida cambió, para verla un poco más sobrenatural”.
Todo lo que guardaba en su interior que aprendió con los adventistas iba desapareciendo.
 
Y más tarde el descubrimiento de la Adoración
Mientras tanto, ella seguía descubriendo fascinada la belleza de la Iglesia Católica: “En mi vida espiritual, empezaba por aquel entonces a descubrir a Jesús en el Sagrario y en la Exposición. Me llamaba tanto la atención ver a tanta gente arrodillada allí que me propuse ir un día. Cuál fue mi sorpresa que al llegar, sentí algo que me puse de rodillas y comencé a llorar porque sentí una presencia tan grande, tan santa y superior a mí que llenaba todo mi ser. Desde ese día, Jesús Eucaristía fue el amor de mi vida”.
Poco después se produjo otro acontecimiento clave en la vida de esta joven pues fue el que empezó a abrir en ella la vocación. Y es que buscando libros católicos, se topó un día con el diario de Santa Faustina. “Me entró la curiosidad de ver qué escribía una monja. Cuando comencé a leerla, me enamoró su espiritualidad, su forma de tratar al Esposo de su alma. Me llenó el corazón cuando leí su historia vocacional y me pregunté qué haría si Jesús me llamara a mí también”.
Se encomendó a Santa Faustina y Santa Teresita para que le ayudaran a discernir su vocación además de realizar la Consagración a la Virgen durante 33 días. “Mamá María no se hizo esperar y una mañana amanecí con la certeza de que Dios me llamaba y que iba a entrar con las Hermanas Dominicas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima”.
Dios se lo puso todo muy fácil desde aquel momento y ahora ella, Sor María Faustina, es feliz en este convento texano. “Dios ha hecho maravillas en mi vida, me ha hecho una nueva creatura y a pesar de mis pecados y defectos hace su obra en mí para hacerme una esposa santa para su gloria”, concluye esta religiosa.







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