Hasta el más escéptico de los hombres que se empecina en negar la existencia de Dios percibe, a pesar suyo, ráfagas de transcendencia que golpean la fortaleza en la que protege su increencia. Ráfagas como por ejemplo: ¿realmente solo hay la nada después de la muerte? A esta pregunta le sucede le sucede un deseo tantas veces arrinconado: ¿si Dios existe, cómo encontrarle? Una respuesta a esta pregunta que llevamos escrita en nuestra alma nos la ofrece este salmista: "En ti está la fuente de agua viva y en tu Luz vemos la luz" (Sl 36,10). No es que la intuición de este salmista convenza a los escépticos pero sí empieza a minar sus convicciones; de hecho algunos se asoman a sus interioridades y se abren a una vida Transcendente. Juan, en el Prólogo de su Evangelio, nos ofrece el pleno sentido de la intuición del salmista: "La Palabra es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9). La Luz verdadera, es decir, la que ilumina nuestras tinieblas, la que abre los ojos de nuestra alma, como diría San Agustín, y nos pone en comunión con "el Dios vivo" (Sl 42,3). Es en definitiva la Luz que guía nuestros pasos hacia la Vida que todos buscamos consciente o inconscientemente.
P. Antonio Pavía
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