miércoles, 16 de octubre de 2024

Salmo 104(103).- Esplendores de la creación






1 iBendice, alma mía, al Señor!
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Vestido de esplendor y majestad,
2 envuelto en luz, como en un manto,
extiendes los cielos como una tienda,
3 construyes tu morada sobre las aguas.
Haces de las nubes tu carro,
caminas sobre las alas del viento.
4 Tomas a los vientos por mensajeros,
a las llamas de fuego por tus ministros.
5 Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
inconmovible por siempre, eternamente.
6 Cubriste la tierra con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas.
7 Pero huyeron ante tu amenaza,
se precipitaron, al fragor del trueno.
8 Subieron por los montes, bajaron por los valles,
hasta el lugar que les tenías fijado.
9 Fijaste un límite que no pueden traspasar,
y no volverán a cubrir la tierra.
10 Haces manar fuentes de agua por los valles,
y fluyen por entre los montes.
11 En ellas beben todas las fieras del campo ,
y los asnos salvajes sacian su sed.
12 Junto a ellas buscan refugio las aves del cielo,
dejando oír su canto por entre el follaje.
13 Desde tus altas moradas riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu obra fecunda.
14 Tú haces brotar la hierba para los rebaños,
y plantas útiles para el hombre.
Él saca pan de los campos,
15 y el vino que alegra su corazón,
y el aceite que da brillo a su rostro,
y el alimento que le da fuerzas.
16 Los árboles del Señor se sacian,
los cedros del Líbano que él plantó.
17 Allí anidan los pájaros,
en su cima tiene la cigüeña su casa.
18 Los montes altos son para las cabras,
y las rocas, cobijo de los tejones.
19 Hiciste la luna para marcar los tiempos,
el sol conoce su propio ocaso.
20 Mandas las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
21 rugen los jóvenes leones en busca de presa,
pidiéndole a Dios el sustento.
22 Cuando sale el sol, se retiran
y se guarecen en sus madrigueras.
23 El hombre sale a sus faenas,
a su trabajo hasta el caer de la tarde.
24 ¡Cuántas son tus obras, Señor!
¡Todas las hiciste con sabiduría!
La tierra está repleta de tus criaturas.
 25 Ahí está el vasto mar, con sus brazos inmensos,
donde se mueven, innumerables,
animales pequeños y grandes.
26 Por él circulan los navíos, y el Leviatán,
que formaste para jugar con él.
27 Todos ellos aguardan
que les eches la comida a su tiempo:
28 se la echas y ellos la recogen,
abres tu mano, y se sacian de bienes.
29 Escondes tu rostro y quedan atemorizados,
les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo.
30 Envías tu soplo y son creados,
y así renuevas la faz de la tierra.
31 ¡Sea por siempre la gloria del Señor;
que él se alegre con sus obras!
32 Cuando mira la tierra, se estremece,
cuando toca los montes, humean.
33 Cantaré al Señor mientras viva,
alabaré a mi Dios mientras exista.
34 Que le resulte agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
35 Que desaparezcan los pecadores de la tierra,
que los malvados no existan nunca más.
¡Bendice, alma mía, al Señor
¡Aleluya! 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 104
Grandeza de Dios y del hombre

Este salmo expone proféticamente la obra creadora de Yavé. 
El autor, inspirado en el primer capítulo del Génesis, 
expresa bíblicamente y con un estilo sublime las maravillas 
de la creación.
 Inicia su poema con una alabanza a la grandeza de Yavé a quien describe como un Ser envuelto en 
un manto de luz: «¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Señor, 
Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, 
envuelto en luz, como en un manto...». 
Recordemos que la primera palabra creadora que Dios pronunció sobre la tierra, amordazada por el manto de la oscuridad, fue: hagamos la luz (Gén 1,3).
Partiendo de la luz que envuelve a Yavé, el salmista describe en tono creciente, como si se tratase de una extraordinaria pieza maestra de ópera, las maravillas de su
creación. 
Dejemos que el salmista nos describa su exposición artística: «Construyes tu morada sobre las 
aguas. Haces de las nubes tu carro, caminas sobre las alas 
del viento... Haces manar fuentes de agua por los valles, y 
fluyen por entre los montes... Hiciste la luna para marcar 
los tiempos, el sol conoce su propio ocaso. Mandas las 
tinieblas y viene la noche, y rondan las fieras de la selva...».
 Así como toda ópera tiene su culmen, también este majestuoso poema tiene su vértice: la creación del hombre a su imagen y semejanza.
El autor, representando a toda la humanidad, se ve a sí mismo como plenitud de esta creación de Dios. Por eso siente la 
imperiosa necesidad de aclamar su gloria y exultar de 
alegría por la belleza de todas sus obras, entre las cuales 
se reconoce, el mismo salmista, como la cúspide de la creación.
Nuestra fe en Jesucristo nos atestigua que, si bien el 
himno del salmista, acerca de lo que es como hombre, tiene su 
real razón de ser, no es más que el pórtico de la gloria que Dios ha conferido al ser humano. En y por Jesucristo el hombre traspasa ese pórtico para entrar en un crecimiento que lo eleva hasta Dios, como tantas veces nos han afirmado los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, san Hipólito de 
Roma dice: "Dios se hizo hombre para que el hombre llegase a ser Dios."
Podemos desarrollar esta realidad, , señalando que cada persona lleva impresa en su nacimiento la semilla de la divinidad, 
en cuanto que la persona fué creada a imagen y semejanza de Dios.
En Jesucristo y por Él, esta nuestra semilla da su fruto hasta el punto de que el hombre llega a ser una nueva creación. Escuchemos a Pablo, quien categóricamente nos 
describe este imparable don de Dios: «Por tanto, el que 
está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo 
es nuevo. Y todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando 
al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones 
de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la 
reconciliación» (2Cor 5,17-19).
Con qué fuerza señala el Apóstol que este don de llegar a ser divinizados nos viene por el Señor Jesús. Con qué amor dirige su mirada a Jesucristo apuntándolo como el eje de nuestra reconciliación con Dios. Recordemos la 
distancia que el hombre –todos somos Adán y Eva– ha 
mantenido siempre con (Dios) Él.
El mismo Apóstol nos dice,que nuestra reconciliación con Dios, ha sido posible a causa de la sangre, la muerte de Jesucristo: «Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, 
seremos salvos por su vida!» (Rom 5,10). El Señor Jesús es la semilla obediente al Padre que no tuvo reparo en entregarse y dejarse arrojar hacia lo más profundo del 
surco de la tierra. El fruto de la semilla resucitó. Se hizo manifiesta la vida eterna para toda la humanidad.
La resurrección de Jesucristo no fue sólo un triunfo 
personal suyo. Fue el triunfo que eleva a todo hombre hasta 
la vida eterna. De hecho, Jesucristo es llamado primogénito de todos aquellos que entran por el pórtico de la nueva creación: «Él es el principio y primogénito de entre los 
muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo 
a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar 
con él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la 
sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos»
(Ef 1,18-20).
Todo hombre que, de una forma u otra, vive abrazado al 
Evangelio, está dejando posar la semilla de su divinidad en 
el útero que le hará nacer como hijo de Dios. Hijo de Dios, 
no como título, sino en cuanto partícipe de su gloria y divinidad. 
El desarrollo y el crecimiento de la divinidad dentro de él, hace que un día pueda decir, al igual que 
Jesucristo: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,10).
Esto que acabo de afirmar no es una evolución mística, 
privilegio de algún que otro personaje exclusivamente 
selecto. Es, ni más ni menos, lo que Dios quiere hacer con 
cada ser humano. Si es que hay una selección, esta no viene 
marcada por si la persona ha elegido una vida conventual o eremítica, 
sino por el amor con que la persona acoge, abraza y se hace uno con el santo Evangelio del Señor Jesús. Es entonces cuando puede decir, al igual que su Maestro, «Estoy en el 
Padre y el Padre está en mí». En definitiva, esto es la Fe y en esto consiste la grandeza del hombre.


martes, 15 de octubre de 2024

Partiendo la Palabra A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra( Lc 10, 38-42 )

Partiendo la Palabra      A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra
( Lc 10, 38-42 ) 

Escuchar la Palabra en la Espiritualidad bíblica implica la actitud y el deseo de obedecer a Dios.Los primeros cristianos no escuchaban la Palabra solo para aprenderla, sino sobretodo para llegar a ser hijos de Dios ( Jn  1,11-12 ) Jesus no da a María de Betania que está a sus pies escuchándole, unas recomendaciones o un código de conducta;  le está dando " Palabras de Vida Eterna ". Esta mujer al escuchar a Jesús, con los oídos del corazón, anticipa, y esto vale para todos los que escuchan la Palabra como ella,la contemplación de la Gloria de Dios, su estancia a en el Cielo. En su conversación-catequesis con Nicodemo, Jesús le dice, que nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo. ( Jn 3,1..) Está hablando de si mismo pues " Está en el Padre y el Padre está en Él ( Jn 14,11 ) Jesús que viene del Padre, vuelve al Padre en su Ascension . Volviendo a María de Betania, vemos desbordantes de alegría, que Jesús está diciéndonos que la oración contemplativa está al alcance de todos. No es un discurrir sobre etapas, moradas, conquistas..etc ¡¡ No !! María de Betania alcanzó con su amorosa e incondicional  escucha, lo que Pablo llamó: " El Evangelio de la Gracia " ( Hch 20,24 ) Por su forma de escuchar, Jesus creo en su alma la Gracia insondable de...¡ La Oración Contemplativa ! 
Seguimos  el Jueves 
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

viernes, 4 de octubre de 2024

Partiendo la PalabraDom XXVII T. Ord( Mc 1O ,2-16 ) ¿Vives? O vas arrastrando tu vida

Partiendo la Palabra
Dom XXVII T. Ord
( Mc 1O ,2-16 ) 
¿ Vives ? O vas arrastrando tu vida 

Unos fariseos interpelan a Jesús acerca del divorcio, arguyendo que fue permitido por Moisés. Jesús responde que ciertamente, Moisés legalizó el divorcio más no porque fuera algo bueno sino porque ya era un hecho en si, debido a la dureza de corazón del pueblo. La denuncia de Jesús es clara: la sociedad decide legalizar algo e incluso proclamar,  por ejemplo, que el aborto es un derecho de una mujer a poner fin a la criatura que lleva consigo, porque está socialmente aceptado. Jesús apunta a algo tan destructivo como es la dureza del corazón. En el Salmo 81 leemos que Israel no quiso escuchar la Voz de Dios el cual no le castigó,simplemente  le dejó en manos de la dureza de su corazón. Sin Dios, Israel fue endureciendo más y mas su corazón hasta convertirlo en una piedra, que se convirtió en una carga insoportable.( Ez 12,19 ) Carga que se intenta " ignorar " con fiestas,viajes,compras, proyectos, vanidades..etc pero que se hacen notar de mil formas, como por ejemplo, la inestabilidad emocional. Entonces, por amor , por amor a nuestra querencia a vivir de fingimientos, se hizo hombre. Nos vio vejados  y abatidos ( Mt 9,36..) y compadecido nos dijo : " Venid a mí los que estais fatigados y sobrecargados, que yo os aliviaré".. ( Mt 11,28...)
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapos roles com

jueves, 3 de octubre de 2024

Salmo 102(101).- Oración en la desgracia

Salmo 102 (101)
1 Oración de un afligido que, desfallecido,
derrama su llanto ante el Señor.
2 ¡Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti!
3 ¡No me escondas tu rostro
en el día de mi angustia!
Inclina tu oído hacia mí,
y el día en que te invoco,
respóndeme en1seguida.
4 Porque mis días se consumen como el humo,
mis huesos queman como brasas.
5 Mi corazón se seca como hierba pisoteada,
incluso me olvido de comer mi pan.
6 Por la violencia de mis gritos,
la piel se me pega a los huesos.
7 Estoy como el pelícano del desierto,
como el búho de las ruinas.
8 Me quedo despierto, gimiendo,
como un ave solitaria en el tejado.
9 Mis enemigos me insultan todo el día,
y me maldicen, furiosos contra mí.
10 En lugar de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con lágrimas,
11 a causa de tu cólera y de tu ira,
porque me levantaste y me arrojaste al suelo.
12 Mis días son una sombra que se extiende,
y me voy secando como la hierba.
13 ¡Pero tú, Señor, permaneces para siempre,
y tu recuerdo pasa de generación en generación!
14 Levántate y ten misericordia de Sión,
pues ya es hora de que te apiades de ella.
Sí, ha llegado el momento,
15 porque tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas.
16 Las naciones temerán tu nombre,
y los reyes de la tierra, tu gloria.
17 Cuando el señor reconstruya Sión
y aparezca con su gloria;
18 cuando se vuelva hacia la súplica del indefenso
y no desprecie sus peticiones,
19 quede esto escrito para la generación futura,
y un pueblo creado de nuevo alabará a Dios:
20 el Señor se ha inclinado desde su excelso santmlrio,
y desde el cielo ha contemplado la tierra,
21 para escuchar el gemido de los cautivos
y liberar a los condenados a muerte;
22 para proclamar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
23 cuando se reúnan pueblos y reinos
para servir al Señor.
24 Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días.
25 Entonces dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días».
Tus años duran generaciones y generaciones.
26 En el principio, tú fundaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
27 Ellos perecerán, pero tú permaneces.
Se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
28 Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
y tus años no se acabarán nunca.
29 Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
y su descendencia se mantendrá en tu presencia

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 102
Piedras vivas

El salterio nos ofrece un himno penitencial. Un israelita 
piadoso y fiel va expresando, en forma de súplica, su 
dolor; parece como si rompiese en llanto. Está abrumado por 
la ruina de su pueblo y centra su aflicción en la 
destrucción de lo que constituía la alegría de Israel: 
Jerusalén, la ciudad santa y su templo, asiento de la 
majestad y gloria de Dios: «Porque mis días se consumen
como el humo, mis huesos queman como brasas... Por la 
violencia de mis gritos, la piel se me pega a los huesos». 
Sin embargo, si grande es su dolor, mayor aún es su 
esperanza de que Yavé terminará compadeciéndose: «Levántate 
y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te 
apiades de ella. Sí, ha llegado el momento, porque tus 
siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas».
«Tus siervos aman sus piedras». Imaginamos a nuestro 
doliente salmista paseando su mirada sobre Jerusalén; 
intentamos penetrar en su corazón y podemos entender, al 
menos en parte, su terrible abatimiento. Todo lo que antes 
le alegraba la vista se ha convertido en un yermo estéril 
en el que campea la desolación. A pesar de todo, a pesar de 
tanta devastación e impotencia, «ama sus piedras». Aun 
cuando estas no están superpuestas una sobre otra sino 
diseminadas, reflejando el abandono más absoluto, aunque no 
son ni el más leve vestigio de lo que eran cuando 
levantaban el templo Santo de Yavé..., las ama.
El mismo quebranto y dolor lo vemos expresado en los 
profetas, incluso diríamos con tintes más dramáticos. 
Vemos, por ejemplo, a Jeremías lamentarse hasta lo más 
profundo de su ser ante el saqueo y desolación de Israel, 
sentidos como si fuese una terrible plaga que se ha abatido 
sobre él: «¡Ay de mí, por mi quebranto! ¡Me duele la 
herida! Y yo que decía: este es un sufrimiento, pero me lo 
aguantaré. Mi tienda ha sido saqueada, y todos mis tensores 
arrancados. Mis hijos me han sido quitados y no existen. No 
hay quien despliegue ya mi tienda ni quien ice mis 
toldos... ¡Se oye un rumor! ¡Ya llega! Un gran estrépito 
del país del norte, para trocar las ciudades de Judá en 
desolación, en guarida de chacales» (Jer 10,19-22).
Damos un salto en la historia hasta llegar a 
Jesucristo. En él confluye el dolor del salmista, de los 
profetas y de innumerables hijos de Israel. También a Él le 
duele ver las piedras del templo diseminadas, cansadas, 
abatidas y vagando sin sentido. Él ve en las ovejas 
desfallecidas de Israel, hijos de las promesas, la ruina 
que el salmista veía en las piedras fuera de lugar y 
dispersas. Jesús recoge en su alma el dolor de todos los 
hombres rectos de Israel por el pueblo.
Recordemos este texto de los Evangelios: «Jesús, al 
ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque 
estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen 
pastor. Entonces dice a sus discípulos, la mies es mucha y
los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que 
envíe obreros a su mies» (Mt 9,36-38).
Jesucristo es el Buen Pastor enviado por el Padre para 
reunir a sus ovejas que, diseminadas y sin el pasto 
apropiado, vagan sin sentido por los montes de Israel, como 
ya había denunciado el profeta Ezequiel. Es más, ha venido 
como Buen Pastor para reunir en un solo rebaño a todas sus 
ovejas..., que son no sólo las del pueblo elegido sino las 
de todos los pueblos de la tierra: «También tengo otras 
ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo 
que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y 
un solo pastor» (Jn 10,16). Todo hombre-mujer, por el hecho 
de estar creados a imagen y semejanza de Dios, es oveja de 
su rebaño. Alejado y diseminado como está, más allá de las 
puertas del paraíso de donde salió con Adán y Eva, 
encuentra en Jesucristo su vuelta a la presencia del Padre. 
El Mesías lo hace a costa de su vida, por eso es Buen 
Pastor: «Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las 
mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco 
a mi Padre y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,14-15).
Estas ovejas, miradas con amor, acogidas y reunidas 
por el Señor Jesús, son las nuevas piedras vivas del nuevo 
templo espiritual levantado no por manos humanas sino por 
el mismo Dios. El apóstol san Pablo dice a los fieles de la 
comunidad de Éfeso que han sido edificados sobre el 
cimiento de los apóstoles para formar un templo santo en el 
Señor. Escuchémosle: «Ya no sois extraños ni forasteros 
sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 
edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, 
siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda 
edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo 
santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo 
juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el 
Espíritu» (Ef 2,19-22).
En términos parecidos, escuchamos esta catequesis del 
apóstol Pedro, en la que asocia a los que han aceptado su 
predicación a Jesucristo, piedra viva elegida y preciosa 
ante Dios. También los cristianos son piedras vivas 
elegidas y preciosas para Dios Padre: «Acercándoos a él, 
piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, 
preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, 
entrad en la construcción de un edificio espiritual...» (1Pe 1,4-5).

Salmo 103(102).- Dios es amor

1De David.
¡Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre!
2 Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 Él perdona todas tus culpas,
y cura todas tus enfermedades.
4 Él rescata tu vida de la fosa,
y la corona de amor y de compasión.
5 Él sacia de bienes tus años
y, como la del águila, se renueva tu juventud.
6 Señor, haz justicia
y defiende a todos los oprimidos.
7 Reveló sus caminos a Moisés,
y sus hazañas a los hijos de Israel.
8 El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y lleno de amor.
9 No va a acusar perpetuamente,
ni su rencor dura por siempre.
10 Nunca nos trata conforme a nuestros errores,
ni nos paga según nuestras culpa
11 Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su amor por cuantos lo temen.
12 Como dista el oriente de occidente,
así aparta de nosotros nuestras transgresiones.
13 Como un padre es compasivo con sus hijos,
el Señor es compasivo con los que lo temen:
14 porque él conoce nuestra pasta,
se acuerda de que somos polvo.
15 Los días del hombre son como la hierba,
florece como la flor del campo.
16 La roza el viento, y ya no existe,
y ya nadie se acuerda de dónde estaba.
17 Pero el amor del Señor existe desde siempre,
y existirá por siempre para cuantos lo temen.
Su justicia es para los hijos de sus hijos,
18 para los que guardan su alianza
y se acuerdan de cumplir sus mandamientos.
19 El Señor puso en el cielo su trono
y su soberanía gobierna el universo.
20 Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
obedientes al sonido de su palabra.
21 Bendecid al Señor, todos sus ejércitos,
servidores que cumplís su voluntad.
22 Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todos los lugares en los que gobierna.
iBendice, alma mía, al Señor

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Balada del alma

Muchos son los poemas de amor que, a lo largo de la 
historia, nos han legado los grandes poetas de la 
humanidad. Dudo seriamente que haya alguno que pueda 
superar en intensidad, profundidad, realismo, lirismo, e 
intimidad al que se nos ofrece en este salmo.
Inicia el salmista diciendo: «¡Bendice, alma mía, al 
Señor, y todo mi ser a su santo nombre! Bendice, alma mía, 
al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios».
 El autor, más allá de los conceptos mentales que puedan ser 
expresados por su boca, recurre al lenguaje misterioso e inaudible de su alma, allí donde los beneficios de Dios no pueden sufrir el desgaste del tiempo y del olvido, allí donde se han enraizado, se han grabado hasta llegar a ser 
una misma esencia con su persona.
Enumeramos algunos de los beneficios que nuestro autor 
va desgranando. Mira en lo profundo de su interior y se 
sabe perdonado de sus culpas y torpezas: «Él perdona todas 
tus culpas, y cura todas tus enfermedades». Es consciente 
de que el perdón de Dios no es algo parecido a un «perdón 
de expediente», o el que se necesita otorgar para salvar 
las apariencias o la buena educación. Es un perdón 
rescatador que le levanta de su pozo de angustia, que da 
sentido a una vida anclada ya en el absurdo; algo así como 
si ya fuese un cadáver ambulante: «Él rescata tu vida de la 
fosa». Es sobre todo un perdón que actúa como un manto en 
el que el amor y la ternura de Dios le envuelven: «Y la corona (tu vida) de amor y de compasión».
Asimismo define el perdón recibido como cercanía, y señala la relación padre-hijo para plasmar la inaudita e increíble relación Dios-hombre: «Como un padre es compasivo 
con sus hijos, el Señor es compasivo con los que lo temen». 
Con un arte magistral, el autor anuncia el porqué de este 
amor de Dios fuera de toda lógica, fuera de toda 
comparación, fuera de cualquier amor por intenso que sea 
que nos intercambiamos los hombres. ¡Dios nos ama porque 
somos frágiles como el polvo! «Él conoce nuestra pasta, se 
acuerda de que somos polvo».
Volvemos al primer verso de nuestro incomparable 
poema: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su 
santo nombre! ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides 
ninguno de sus beneficios!». Fijémonos que la bendición y 
alabanza que nuestro poeta proclama de forma tan exultante, 
ha de ser extraída de lo más profundo de su alma, de su 
corazón. Se desmarca así de todo tipo de oración, 
bendición, alabanza que podría obedecer al seguimiento 
rutinario de cualquier rito o manual. Seguimiento impersonal que nos puede hacer abrir la boca y los labios siendo estos totalmente extraños al corazón.
Esta forma de relacionarse con Dios ya fue denunciada 
por los profetas. Jesucristo, citando al profeta Isaías, lanza esta denuncia ante los ojos de los fariseos y, en general, de todos aquellos que rezan simplemente porque hay que rezar, pero cuyo corazón no experimenta ninguna 
comunión con Dios, a quien se están dirigiendo: 
«Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: 
Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está 
lejos de mí» (Mt 15,7-8). Sería bueno a este respecto, 
comprender que la oración no es tanto hablar con Dios 
cuanto dejarle a Él que se ponga en contacto con nosotros. 
Para que el hombre pueda alabar y bendecir a Dios desde lo más profundo de su corazón, como hemos visto en el salmista, ha de ser habitado por Él. Yavé había prometido al pueblo de Israel que un día grabaría su Palabra en el 
corazón de los hombres. Solamente así podría darse una 
relación oracional de estos con Dios en espíritu y en verdad. 
Cuando el hombre entra en oración con Dios sin el presupuesto de este don, lo normal es que la oración esté revestida del tedio y las prisas que provoca la obligación, 
sea esta del tipo que sea: obligación a un horario, a un 
compromiso tomado o la que nace del «miedo» que se puede 
tener a Dios. Incluso la oración revestida bajo una emoción 
pasajera puede abrir extraordinariamente los labios sin que se dé conexión alguna con el alma. Precisamente, por esta 
nuestra fragilidad hasta para orar en espíritu y en verdad, 
Dios promete que un día sembrará su Palabra en nuestro 
corazón para que labios y corazón estén al unísono, en armonía a la hora de conectar con Él. Escuchemos su promesa: «He aquí que vienen días –oráculo de Yavé– en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una 
nueva alianza... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel después de aquellos días: Pondré mi Ley –la Palabra– en su interior y sobre sus corazones la escribiré, 
y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,31-33). 214



Salmo 101(100).- Espejo de príncipes

De David. Salmo.
1 Voy a cantar el amor y la justicia.
Para ti quiero tocar, Señor.
2 Caminaré en la integridad:
¿Cuándo vendrás a mí?
Andaré con un corazón íntegro
dentro de mi casa.
3 No pondré nada infame
delante de mis ojos.
Detesto al que practica el mal;
nunca se juntará conmigo.
4 Lejos de mí el corazón extraviado.
Yo ignoro al perverso.
s Al que en secreto difama a su prójimo,
yo lo haré callar.
Mirada altiva y corazón arrogante,
yo no soportaré.
6 Mis ojos están en los fieles de la tierra,
para que habiten conmigo.
El que anda por el camino de los íntegros,
será mi ministro.
7 En mi casa no habitará
el que comete fraudes.
y el que dice mentiras no permanecerá
delante de mis ojos.
8 Cada mañana haré callar
a todos los malvados de la tierra,
para extirpar de la ciudad del Señor
a todos los malhechores

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 101
La palabra y la luz

Este salmo nos presenta a un israelita fiel que, inspirado 
por el Espíritu Santo, susurra una oración intensísima que 
perfila los rasgos del futuro Mesías. Aunque las notas 
características del Mesías se expresan en primera persona, 
no hay duda de que el Espíritu Santo se sirve de este 
hombre orante para adelantarnos la visión del corazón del 
Hijo de Dios que un día se hará carne bajo el nombre de
Emmanuel –Dios con nosotros–.
Entre los rasgos que a lo largo del salmo retratan al 
Mesías, vamos a detenernos en uno que nos puede ayudar de
forma especial en nuestro crecimiento en la fe. Si bien es 
cierto que leemos: «No pondré nada infame delante de mis 
ojos. Detesto al que practica el mal; nunca se juntará
conmigo. Lejos de mí el corazón extraviado. Yo ignoro al 
perverso...», más adelante observamos que sus ojos sí se 
posan en los fieles.
Fieles no son los «impecables»; más bien son los que 
no se fían de sí mismos sino de Dios; por eso no dejan de 
buscarle a lo largo de toda su vida. De hecho, la palabra 
fiel se deriva del verbo fiarse. «Mis ojos, en los fieles 
de la tierra, para que habiten conmigo. El que anda por el 
camino de los íntegros será mi ministro».
Analicemos los textos que hemos señalado. El Mesías no 
va a poner sus ojos en intenciones viles, aquellas que son 
propias de un corazón perverso. A los hombres, cuyo corazón 
está habitado por esta perversidad, les dirá «no os conozco».
Entramos en esta realidad a la luz de una catequesis de Jesús. Habla de diez vírgenes. Cada una de ellas con su lámpara. Hasta ahí, las diez son iguales. Sin embargo, 
cinco pueden encender la lámpara y las otras cinco no. La 
diferencia consiste en que unas tienen aceite y las otras 
carecen de él. A las que tienen sus lámparas encendidas, el 
Señor Jesús las llama vírgenes sabias y les abre la puerta 
para entrar en el banquete de bodas. A las otras, con su 
preciosa lámpara pero sin capacidad de prender la más 
mínima llama, Jesús las llama necias y, al llegar a la 
puerta que da acceso al banquete de bodas, las dice «no os 
conozco» (Mt 25,1-13).
Fijémonos ahora en el encuentro de Jesús con los dos 
discípulos de Emaús. Sabemos que estos pertenecían al grupo 
de apóstoles que habían permanecido en Jerusalén a partir 
de la experiencia terrible del Calvario. Cómo había de ser 
la situación de esta primera y pequeñísima comunidad 
después de la muerte-fracaso de Jesús, que dos de ellos, a 
los que llamamos los de Emaús, decidieron romper todo 
vínculo con ella alejándose de Jerusalén hacia su pequeña 
aldea.
En cierto modo, la actitud de estos dos discípulos era 
más que normal. Habían abandonado su trabajo, su familia 
para seguir a alguien que decía de sí mismo ser Hijo de 
Dios, habían depositado en Él todas sus esperanzas. Pero 
los hechos desmontaron todo lo que Jesús les había dicho a 
lo largo de tres años. Los hechos son que este Jesús, por 
muy bueno que fuera, yacía en el sepulcro.
A la luz de estos acontecimientos, podemos suponer
cómo está el corazón de los dos discípulos y pasamos a la 
obra que el Señor Jesús hace con ellos. Sabemos que se les 
hace el encontradizo, entabla conversación y, al «saber el 
motivo de su tristeza y desolación», como quien no quiere 
la cosa, les catequiza recordándoles las Escrituras que 
ellos, como buenos judíos, sabían de memoria, especialmente 
los textos que hablan de la muerte violenta del Mesías, 
como por ejemplo: «Fue oprimido y él se humilló y no abrió 
la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como 
oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él 
abrió la boca. Tras arresto y juicio, fue arrebatado... fue 
arrancado de la tierra de los vivos» (Is 53,7-9).
Inicia su catequesis con una amonestación: les llama 
necios por no haber creído lo que ya los profetas habían 
anunciado. En este contexto catequético llegan hasta Emaús, 
lugar-meta de los dos discípulos. Jesús lo sabe muy bien 
pero hace ademán de seguir adelante. Tiene que verificar si 
su Palabra ha prendido o no en ellos. ¡Y vaya que si prendió! Hasta «le forzaron», como dice san Lucas, a ir a su casa.
Sabemos que entró con ellos y, al partir el pan – contexto eucarístico– los discípulos se dieron cuenta de que estaban con el Señor Jesús Resucitado. Es importante señalar la experiencia que se comunicaron el uno al otro: 
«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros 
cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,13-32).
Estos dos discípulos fueron primeramente llamados 
necios por Jesús; ahora pertenecen a la categoría de las 
vírgenes sabias. Su corazón, ardiendo, no era sino la 
lámpara encendida. Todos estos, que son los que tienen el 
Evangelio en el corazón prendido como una llama, nunca 
oirán de Dios las palabras ¡No os conozco!


miércoles, 2 de octubre de 2024

Partiendo la Palabra Tuyo soy Señor, Tú eres mi Fuente VIII



Cerramos con broche de oro este ciclo Catequético sobre la Sed de Dios que nos lleva a Ser suyo; esta  es la gran Herencia de sus buscadores. En este ciclo, la experiencia de Pedro nos ha iluminado el corazón y el alma. Nm Hoy nos lo imaginamos en el Cenáculo, esperando la Resurrección de Jesús, como Él había dicho.Todos tienen miedo, temen las represalias del Sanedrín, por haber seguido a Jesús. Además Pedro, está más que abatido. Le duele indeciblemente el alma, por no haber estado a la altura de sus promesas. Aún así, tuvo la humildad de estar con el grupo. Resonarían en su interior las palabras de Jesus : " Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"( Mt 16,18 ) . Tenía interrogantes  sobre la Resurrección de Jesús, pero su Amor a Él, era mayor, más fuerte que sus dudas. En esto Jesús Resucitado se les aparece a todos y les dice: ¡ La Paz con vosotros ! ( Jn 20,19..) Pedro se acordaría de haber oido en la sinagoga, de algo sobre la Paz que viene de Dios..esa paz que " rescata el alma ( Sl 55,19 ) Experimentó entonces en si mismo el rescate de Jesús, su caricia divina al hacer descender sobre él la Paz del alma que solo Dios le podia  dar...Supo entonces que Jesús era el Hijo de Dios, que venía a su encuentro no como juez sino como Rescatador de su alma herida . Ante una experiencia así que todos podemos vivir...¿ Como no tener Sed de Dios ? ¿ Como no tener ansias de Ser suyo ? Esta es la experiencia de los Buscadores de Dios, de los que no se detienen hasta que lo encuentran .( Lc 11,9..)
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

salmo 99(98) - Dios, rey justo y santo

1 El Señor es Rey: ¡tiemblan los pueblos!
iSentado sobre querubines: se estremece la tierra!
2 El Señor es grande en Sión,
excelso sobre todos los pueblos.
3 Reconozcan tu nombre grande y terrible:
«¡Él es santo!».
4 Reinas con poder y amas la justicia.
Tú has establecido la rectitud.
Administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
5 Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
<<¡Él es santo!».
6 Moisés y Aarón, con sus sacerdotes,
y Samuel, con los que invocan el nombre del Señor,
clamaban al Señor y él les respondía.
7 Dios les hablaba desde la columna de nube
y guardaban sus mandamientos
y la ley que les había dado.
8 Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
eras para ellos un Dios de perdón,
y un Dios vengador de sus maldades.
9 ¡Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante su monte santo!:
«¡El Señor, nuestro Dios, es Santo!».

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Jesucristo, Santo e Intercesor

Himno litúrgico que ensalza la realeza de Yavé. La elegía 
proclama festivamente atributos que reflejan la 
omnipotencia de Yavé: Él es Rey, es excelso, es santo. «El 
Señor es Rey: ¡tiemblan los pueblos! ¡Sentado sobre 
querubines: se estremece la tierra! El Señor es grande en 
Sión, excelso sobre todos los pueblos. Reconozcan tu nombre 
grande y terrible: “¡Él es santo!”».
Lo que llama la atención es que la inmensa grandeza de 
Dios no es óbice para que se abaje a escuchar y atender a 
cuantos le invocan; se nombra a algunos de los que 
intercedieron ante Él en favor del pueblo. Concretamente se 
cita a Moisés, a Aarón y a Samuel: «Ensalzad al Señor, Dios
nuestro, postraos ante el estrado de sus pies: “¡Él es 
santo!”. Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, y Samuel, con 
los que invocan el nombre del Señor, clamaban al Señor y él 
les respondía».
Vamos a fijarnos en la figura de Moisés como 
intercesor. Sabemos que, una vez que el pueblo de Israel es 
liberado de Egipto, llega un momento en que ya no se fía ni 
de Moisés ni de Yavé en su caminar por el desierto. Deciden 
entonces modelar un becerro de oro al que puedan ver y 
tocar, y le llaman «su dios». Es evidente que están 
cansados de seguir a un «Dios-Yavé» que sólo se comunica 
con Moisés. 
Ante este hecho consumado, Yavé decide destruir a este 
pueblo que no ha sabido apreciar las maravillas y milagros 
que ha hecho en su favor, hasta el punto de volver su 
corazón a la idolatría. Entonces Moisés se interpone ante 
Yavé y el pueblo y, en su audacia –la audacia de los que 
intiman con Dios–, le hace lo que podríamos llamar una 
especie de chantaje: Si extermina al pueblo, los egipcios 
dirán que los sacó de su país para matarlos a medio camino 
antes de llegar a la tierra que les había prometido. Es 
más, Moisés le recuerda a Yavé que su promesa la hizo bajo 
juramento a los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob. 
Leemos el texto: «Moisés trató de aplacar a Yavé, su 
Dios, diciendo: “¿Por qué, oh Yavé, ha de encenderse tu ira 
contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto 
con gran poder y mano fuerte? ¿Van a poder decir los 
egipcios: por malicia los has sacado para matarlos en las 
montañas y exterminarlos de la faz de la tierra?... 
Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Jacob, a los cuales 
juraste por ti mismo: toda esta tierra que os tengo 
prometida la daré a vuestros descendientes, y ellos la 
poseerán como herencia para siempre”. Y Yavé renunció a 
lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo» (Éx 32,11-14) 

Israel, a lo largo de su historia, va madurando 
espiritualmente de forma que poco a poco va asimilando la 
experiencia de que Yavé es alguien a quien se puede invocar 
y que no deja sin respuesta. Aún más, saben que Yavé es un 
Dios cercano, cosa que no pueden decir los demás pueblos 
acerca de sus dioses: «¿Hay alguna nación tan grande que 
tenga los dioses tan cerca como lo está Yavé, nuestro Dios, 
siempre que lo invocamos?» (Dt 4,7).
En la plenitud de los tiempos, así es como al apóstol Pablo le gusta señalar la encarnación del Hijo de Dios, éste, como nuevo Moisés, se interpone entre la santidad y 
vida eterna de Dios y la debilidad-muerte del hombre. 
Jesucristo es el verdadero y definitivo intercesor del 
hombre ante su Padre. Se deja revestir de nuestra muerte 
para que nosotros podamos ser revestidos de la vida eterna 
y santidad que son propias de Dios. El apóstol puntualiza 
que el Señor Jesús intercede por el hombre haciéndole pasar 
de la condenación a la justificación, es decir, le hace 
partícipe de la santidad de Dios: «Si Dios está con 
nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién acusará a los 
elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién 
condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún, el 
que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?» (Rom 8,31-34). 
Reparemos en que Pablo lanza esta pregunta y no la deja en el aire, sino que a continuación proclama en su 
respuesta el incomprensible e inaudito amor que Dios ha 
manifestado al hombre por medio de su Hijo Jesucristo: 
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, 
¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la 
desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... Pero en todo esto 
salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rom 8,35-37).
Por su parte, San Juan señala con fuerza el hecho de 
que el Señor Jesús, asumiendo que los hombres somos 
extremadamente débiles, actúa permanentemente como abogado 
ante el Padre. En realidad, nuestra conversión a Dios tiene 
como caldo de cultivo el no desertar de nuestra debilidad, 
me refiero a no hacer promesas imposibles que son 
incompatibles con nuestra pobreza existencial.
En definitiva, se trata de tener la humildad y el realismo 
cosidos a nuestro ser de forma que, más que «hacer por Dios», habremos de dejar a Él hacer por nosotros. Y esto con una certeza, todo lo que haga en y por nosotros 
revierte en bien para toda la humanidad. Lo hemos percibido 
repetidamente en todos los santos. 
Concluimos con este texto de Juan que refleja la 
fuerza de nuestro Señor Jesucristo como intercesor: «Hijos 
míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno 
peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre: a Jesucristo, 
el Justo» (1Jn 2,1)

Salmo 100(99) - Exhortación a la alabanza

1 Salmo. Para la acción de gracias.
¡Aclamad al Señor, tierra entera!
2 ¡Servid al Señor con alegría,
llegaos hasta él con gritos de júbilo!
3 Sabed que sólo el Señor es Dios:
Él nos hizo y le pertenecemos,
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
4 Entrad por sus puertas dando gracias,
en sus atrios con cánticos de alabanza,
dadle gracias y bendecid su nombre:
5 «El Señor es bueno:
su amor es para siempre,
y su fidelidad de generación en generación»


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

De Dios somos

Este salmo es una profesión de fe del pueblo de Israel. 
Podemos imaginarnos a una multitud de fieles haciendo una 
entrada profesional en el templo proclamando su fe, su 
adhesión a Yavé entre cánticos de bendición y alabanza: 
«¡Aclamad al Señor, tierra entera! ¡Servid al Señor con 
alegría, llegaos hasta él con gritos de júbilo!».
Israel se sabe marcado por el sello de Yavé. Sello que 
testifica que Él lo ha elegido, que es hechura de sus 
manos. Tiene conciencia de que pertenece y es propiedad de 
Yavé. De ahí la acción de gracias que brota de los labios 
de los fieles al pisar los atrios del templo: «Sabed que 
sólo el Señor es Dios: Él nos hizo y le pertenecemos, somos 
su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas 
dando gracias, en sus atrios con cánticos de alabanza, 
dadle gracias y bendecid su nombre».
Esta exultación, estos gritos de bendición y alabanza 
a Yavé que emergen del alma del pueblo al entrar 
procesionalmente en el templo, no son fruto de un momento 
emocional, de un ambiente devocional colectivo. Es la 
manifestación de la dimensión espiritual de Israel, 
consciente de que las raíces de su identidad están marcadas 
por la elección que Dios hizo con él tomándolo como 
propiedad y posesión suya. Esta profunda y bellísima 
realidad nos viene expresada de forma magistral en las 
Santas Escrituras: «Porque tú eres un pueblo consagrado a 
Yavé tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo 
de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay 
sobre la haz de la tierra» (Dt 7,6).
Cuando Israel se desvía del camino de elección que le 
ha sido ofrecido, Yavé le envía profetas para recordarle 
que es posesión suya y que, si en ese momento histórico 
están a merced de sus enemigos, es porque le han dejado de 
lado para servir a otros dioses. Veamos, por ejemplo, este 
texto del profeta Jeremías que denuncia la infidelidad del 
pueblo: «Así dice Yavé Sebaot... cuando yo saqué a vuestros 
padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada 
tocante a holocaustos y sacrificios. Lo que les mandé fue 
esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y 
vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo 
os mandare, para que os vaya bien. Mas ellos no escucharon 
ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos 
según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de 
espaldas que no de cara» (Jer 7,22-24). Tengamos presente 
que estar de espaldas es la actitud del que no escucha.
Puesto que Israel se ha puesto de espaldas a Yavé y a 
su protección, queda a merced de sus enemigos. Así termina 
el texto del profeta que hemos iniciado antes: «Suspenderé en las
ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda 
voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la 
novia; porque toda la tierra quedará desolada» (Jer 7,34).
Sin embargo, como ya sabemos, la última palabra de 
Dios sobre Israel y sobre todo hombre es la del perdón y la 
misericordia. Así oímos al profeta Isaías anunciar la 
promesa del retorno de los israelitas de los países a donde 
fueron desterrados a causa de vivir a espaldas de Yavé: 
«Aquel día vareará Yavé desde la corriente del río hasta el 
torrente de Egipto, y vosotros seréis reunidos de uno en 
uno, hijos de Israel. Aquel día se tocará un cuerno grande 
y vendrán los perdidos por tierra de Asur y los dispersos 
por tierra de Egipto, y adorarán a Yavé en el monte santo 
de Jerusalén» (Is 27,12-13).
Fijémonos bien que el profeta nos dice que este 
retorno, esta vuelta del pueblo-rebaño de Dios, se llevará 
a cabo uno a uno; es una experiencia personalísima y que se 
vive dentro de la comunidad. Experiencia que será llevada a 
su plenitud a partir del Mesías. A causa de Él es posible 
la adhesión personal y comunitaria de la fe. La gran
comunidad de la Iglesia engloba la innumerable multitud de 
comunidades extendidas por el mundo. Recordemos que la 
palabra católica quiere decir universal.
Jesucristo, portador y consumador de todas las 
promesas de Yavé, se nos presenta bajo la figura del Buen 
Pastor que llama a sus ovejas una a una para constituir el 
nuevo pueblo-rebaño de Dios: «En verdad en verdad os digo: 
el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, 
sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un 
salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las 
ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas escuchan su 
voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera»
(Jn 10,1-3). En este mismo texto, el Señor Jesús anuncia la 
liberadora y gozosa noticia de que este nuevo y definitivo 
rebaño-pueblo perteneciente a Yavé, traspasará las 
fronteras del pueblo elegido: «También tengo otras ovejas 
que no son de este redil; también a esas las tengo que 
conducir, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un 
solo pastor» (Jn 10,16).
Por la muerte y resurrección del Hijo de Dios, todos 
los hombres estamos llamados a ser propiedad, posesión de 
Dios porque hemos sido comprados, rescatados para el Padre 
por medio de la sangre del Señor Jesús. Ha sido la misma 
sangre de Dios la que ha roto las cadenas en las que nos tenía aprisionados el príncipe del mal. 

martes, 1 de octubre de 2024

Partiendo la PalabraTuyo soy Señor, Tú eres mi Fuente VII



Hoy intentaremos sondear  el estremeciento pudo sentir Pedro en todo su ser al saber  que Jesús confiaba en él y ponía en sus manos sus ovejas, para que se las apacentase. Recordemos que eran ovejas que Él había rescatado al precio de su Sangre ( 1 Pe 1,17-18 ) El aturdimiento de nuestro amigo, tuvo que ser ensordecedor. Aún así tuvo lucidez para comprender que Jesús, era realmente el Hijo de Dios  en quien se cumplían las profecías de las Escrituras. Seguro que más de una vez había oído esta : " Sacaréis agua con gozo de las Fuentes de la Salvación " ( Is 12, 3 ) Comprendió entonces que junto con la misión que le encomendaba, Jesús le iba a dar la Sabiduría para poder conducir a sus ovejas hacia las Aguas de la Vida, como había sido profetizado : " El Señor es mi Pastor, nada me falta, hacia las aguas de la vida me conduce" ( Sl 23,1-2 ) Desde ese instante eterno, Pedro supo en lo mas profundo de si,  que Jesús, abriría en su seno una Fuente de Aguas Vivas tal y como lo habia proclamado : " Si alguno tiene sed, que venga a mi, de su seno correrán rios de Agua Viva " ( Jn 7,37-38 ) Pedro  quedó tan desconectado y perplejo..ante tanto Amor 
 que solo  pudo decir a Jesús, lo que ojala un día le digamos nosotros : Tu sabes que te amo..que viene a significar : Aquí estoy,  ¿ Que quieres de mi ? 
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

Partiendo la Palabra: Tuyo soy Señor, tú eres mi Fuente VI


Veamos una faceta de la historia de amor, más Divina que humana, entre  Pedro y Jesús,  que quizás nos haya pasado desapercibida. La faceta es la siguiente : Nadie puede apacentar el rebaño  de Jesús,  rebaño, que nace y crece en el " frondoso prado " del Calvario, si el pastor no es previamente apacentado por El, con sus " Palabras de Vida Eterna "  ( Jn 6,68 ) Jesús fue apacentando a sus discípulos a lo largo de tres años. Aparentemente , sus Palabras no tuvieron mucho efecto, visto que en el Calvario solo estaba Juan. Pero tenemos pistas en el Evangelio que revelan las primicias de su efecto convertidor,  como por ejemplo,  aquella vez en la que de  lo más profundo del corazón de Pedro, surgió su  bellísima  confesión de fé : " ¡ Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo " ( Mt 16,15-16 ) Si, al igual que los demás Apóstoles, Pedro recibió la Sabiduría para " partir la Palabra " y así, apacentar las ovejas que Jesús le confiaba, no desde su propia sabiduría sino desde la Sabiduría del Hijo de  Dios. Esto hace que la predicación sea una Fiesta Divina en el alma,de  los que la escuchan.
P. Antonio Pavía