lunes, 24 de octubre de 2016

AMAR LA EUCARISTÍA.- CONVERSIONES- 2.-ANDRÉ FROSSARD


“Habiendo entrado a las cinco y diez de la tarde en la capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra”. Son las palabras de André Frossard.
André nace en 1915 en un pueblecito al sur de Francia llamado Colombier-Châtelot. Es hijo de Louis-Oscar Frossard, uno de los fundadores históricos del Partido Comunista Francés. 
Comienzan sus primeros recuerdos infantiles en el pueblo de su padre, Fousssemange, de unos cuatrocientos habitantes. Allí convivían los judíos con la familia Frossard, ateos republicanos del rojo más subido, tal y como nos dice él mismo. Convivía también una minoría cristiana de tal forma que prácticamente no existían problemas de convivencia.
En ese ambiente vivía André, y para él Dios no existía. 
El niño André crecía con la única interrogante de la Naturaleza creada que pudiera, quizás, revelar la imagen de un supuesto Creador. Pero pronto se despejaban sus incipientes maquinaciones ante la seguridad de la no existencia de Dios. La tierra y lo creado era simplemente una combinación de elementos químicos que se reunían de forma aleatoria con atracciones y repulsiones naturales. 
De los diez a los veinte años, su vida transcurre dentro de la normalidad entre los chicos de su época. Buen estudiante, es enviado a estudiar al Liceo de París. 
Su padre, socialista de pro, le sugirió la idea de fundar una sección de juventudes socialistas en la ciudad minera del Este. 
Tras su conversión, de septiembre de 1936  a febrero de 1941 se incorpora a la Armada, ocupando diversos cargos tales como marinero, contramaestre, secretario de oficial de Estado Mayor...
Se incorpora a la resistencia antinazi y es arrestado por la Gestapo en diciembre de 1943, e internado en un barracón para judíos en la prisión de Montluc, siendo uno de los siete supervivientes de dicho barracón donde setenta y dos presos fueron asesinados. A su salida de prisión, fue movilizado de nuevo por la Armada hasta diciembre de 1945. Condecorado con la Legión de Honor a título militar, fue ascendido a oficial por el general de Gaulle.
En 1990, Juan Pablo II le otorgó la Gran Cruz de la Orden Ecuestre de Pío IX, siendo uno de sus amigos franceses más cercanos.
Su conversión
Nos lo cuenta así en su libro “Dios existe, yo me lo encontré”: 
Un compañero de trabajo, llamado Willemin, le invita a cenar. De camino, se paran un momento para “algo” momentáneo que Willemin ha de hacer de forma perentoria, urgente, pidiéndole que le espere unos minutos. Necesita confesarse urgentemente; ¡mejor! Piensa André; es una de esas actividades que ocupan tanto tiempo a los cristianos. “¡Razón de más para permanecer donde estoy! se dice a sí mismo.
Cansado ya  del tiempo que pasa, y de la incomprensible prisa por la devoción repentina de mi amigo, me decido a entrar, comenta. En principio lo que se ve al traspasar el umbral de la capilla no es para entusiasmarse. Es un gótico a la inglesa, de finales del siglo XlX, ordenado  en sus ojivas…tres naves… Se ven al fondo unas cabezas cubiertas con un velo negro,- más tarde me enteré que son monjas de la Asociación Reparadora-, que repiten y repiten una exclamación de Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto…” Busco a mi amigo y no lo encuentro. Repasando la mirada de un lugar a otro, e ignorando la Presencia del Santísimo Sacramento, hay dos filas de cirios encendidos. La vista va de la sombra a la luz, y ¡de pronto! Sin saber por qué, la vista se va al segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. Se desencadena entonces con una brutal violencia una serie de prodigios que me hacen ver el absurdo que soy, y que traen al mundo el niño que jamás he sido. Oigo como una voz que me es como sugerida: vida espiritual.
Quizá son dichas por alguien que no ve lo que yo veo. El cielo se eleva, se alza, fulguración silenciosa… No encuentro palabras para describirlo. Es un mundo distinto de un resplandor. Él es la realidad, Él es la verdad, la veo desde la evidencia oscura donde estoy retenido. Hay un orden en el Universo y en su vértice, la evidencia de Dios, del que los cristianos llaman Padre Nuestro; y es dulce, capaz de hacer estallar la piedra más dura que existe: el corazón humano.
Es tan grande la alegría del náufrago recogido a tiempo, que tomo conciencia del lodo en que estaba sumergido.
Willemin, ya en la calle me interroga al ver algo diferente en mi fisonomía:
¿Qué te pasa?
Soy católico, apostólico y romano.
Tienes los ojos desorbitados
Dios existe y todo es verdad
¡Si te vieses! Comenta el amigo
Caminaba sin ver a los viandantes, Dios estaba allí, revelado y oculto por esa embajada de luz que me hacía comprenderlo todo.
El milagro duró un mes. Cada mañana volvía a encontrarme con éxtasis esa Luz que palidecía el día. Cada día, sin embargo palidecía algo más, hasta que desapareció. Pero no me vi reducido a la soledad. Un sacerdote del Espíritu Santo me preparó para el Bautismo, que fue, el 8 de julio de 1935, en la Chapelle des Religieuses de l’Adoration teniendo yo 20 años.
La experiencia Paulina de André Frossard es impresionante. Verdaderamente Jesucristo se revela con la Fuerza incontenible de Dios, su Luz inunda sus ojos y su alma se anega de Él. Su particular “caída del caballo” al estilo de Saulo, le marca para siempre, asiendo en cinco minutos la fe que había despreciado durante veinte años.
 
 

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