Después de una intensa semana de “ejercicios espirituales”, la Comunidad María Madre de los Apóstoles, uno de cuyos miembros es autor de este artículo, reflexiona sobre:
1.- ¿Qué valor tiene para ti tu llamada a ser discípulo amado al pie De la Cruz?
2.- ¿Tienes sabiduría para escoger entre “tus cosas”, y “las cosas de Dios”?
Hay primero una elección por parte de Dios. En el “tablero” donde se juega “la partida”, Él escoge primero. Y yo no pregunto por qué me ha elegido. Pienso que no debo, ni tan siquiera tengo derecho a preguntarme; pero es claro que Él elige el compañero de juego.
Ahora “juego yo”: “…Todo el que viene a Mí no le echaré fuera…”. Es decir: Acepta el reto. Jesús acepta el reto de jugar “el partido de mi vida”.
Cuando el Señor eligió a los doce, todos aceptaron, pero con intereses humanos; no podía ser de otra forma: vivían en la precariedad de un trabajo, en un país dominado por el invasor: Roma. Pensarían que en el Reino ofrecido por Jesús, serían los privilegiados.
Pero esto acabó en fracaso, y Jesús fue acompañado tan solo por el “discípulo amado”, y eso gracias al empuje y compañía amorosa de María. María, llamada: “MUJER”, por Jesús y no: “MAMÁ”, representa a toda la Humanidad al pie de la Cruz.
En mi corazón hay aún “un rinconcito” donde guardo “mis cosas”. Algunas de ellas han desaparecido ya, pero queda todavía algo “que sacar”. Amar como dice el Shemá: “…con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas la fuerzas…”, sólo me es posible si “esas cosas” que yo guardo son controladas y se realizan con buen fin, es decir, no me apartan del camino hacia Dios. Ahí creo que reside esa Sabiduría.
Cualquier persona “religiosa”, en su espiritualidad, considera un valor infinito ser llamado al discipulado y seguimiento de Jesús. Pero ser llamado “al pie de la Cruz” tiene más enjundia. Es ser llamado al desprecio de los hombres, a la burla de los compañeros, ser llamado a perdonar a los que te hacen daño o no te comprenden…a los que te demandan una respuesta de: “…Dónde está tu Dios…”
Ser así es “estar crucificado con Cristo”. Y en este sufrimiento humano de Cristo en la Cruz, me pregunto: ¿Sufriría el Padre? El padre glorificó al Hijo, y el Hijo glorificó al Padre, cumpliendo su Voluntad.
La pregunta sigue en el aire: ¿Qué valor tiene para mí? En otro tiempo podría contestar que tiene un valor infinito, sin más. Era la respuesta fácil y poco comprometedora. Después pensé que no sería digno.
Ahora creo que, sin ser digno, el Señor me valora más, pues ha pagado por mí con la Sangre de un Cordero Inocente: Jesucristo.
Alabado sea Jesucristo
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