lunes, 6 de marzo de 2017

EL CARNAVAL SACRÍLEGO (por Tomás Cremades)


En aras de una “libertad de expresión” aceptada por derecho constitucional, reconocida en nuestra Carta Magna, olvidamos, o queremos olvidar, que no existe la “libertad de insulto o menosprecio de las ideas” de los ciudadanos que  piensan diferente. 


El Carnaval sacrílego que se nos ha ofrecido en los medios de comunicación, a los que tenemos la fortuna de no haber asistido a este bochornoso espectáculo, digno de mentes anticlericales que no respetan los derechos de expresión de otros ciudadanos, es imagen de la sociedad actual, empequeñecida, aborregada, que aplaude estos actos dignos de la presencia del Maligno en el espectáculo y en las mentes de los que lo hacen y de los que lo aplauden, así como en la mente de los que “pasan” de este tema ignorando que el católico tiene el deber y la obligación de ejercer también su derecho a protestar y manifestar su repulsa a actos como los vividos.

Y no es que ofendan a Dios y a la Santísima de Virgen en sí; estos actos frutos del odio y poder del demonio, Satanás, nada pueden contra Ellos;  ni siquiera ofender a los Misterios de nuestra fe. Ofenden a las personas como yo, católico, que amparado en el Magisterio de la Iglesia para no responder como mi genética me reclama, porque nosotros, hijos de Dios, no de Satanás, no respondemos igual a las injurias que nos hacen. 
Nuestra fe ya la profetizó Jesucristo al anunciarnos la permanente persecución de los enemigos de Dios y servidores del Mal.
Queda por ver cómo los poderes del Estado, tan defensor de los más mínimos detalles en otras ocasiones, responden en esta ocasión, no mirando “a otro lado” para no ofender a una parte de la sociedad, olvidando que no hay ciudadanos de primera ni de segunda; de momento los políticos han mantenido el silencio vergonzante al que nos tienen acostumbrados, para no hipotecar el valor del voto…
La Iglesia Católica no responde de la misma manera. Nuestro Maestro nos enseñó a devolver bien por mal. Quizá con otras confesiones religiosas no se atreverían por miedo a las consecuencias, que, en ningún caso, son aplaudidas ni aceptadas por nuestra Fe. 
Los que así han actuado demuestran además su cobardía. Son los ignorantes y necios del Evangelio.
Que el Señor Jesús, una vez más, pida al  Padre, como en aquellos momentos desde la Cruz: “…Padre, ¡perdónales, porque no saben lo que hacen!…”

Tomas Cremades Moreno

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