Hemos conocido el terrible accidente sucedido en Madrid estos días a las puertas de un colegio; murió una niña. La conductora del coche y la madre de la fallecida eran y son amigas. La chiquilla cayó ensangrentada; su madre instantáneamente se volcó hacia ella, la estrechó entre sus brazos acariciándola, besándola y susurrando en sus oídos palabras inefables jamás escritas porque fueron recogidas del poemario del corazón de Dios. Cuando vio que su hija había elevado el vuelo hacia Jesús, alzó su mirada y vio a su amiga totalmente desfigurada por el dolor. Fue hacia ella y las dos de fundieron en un abrazo eterno. Digo eterno porque Dios impulsando sus corazones hizo una señal al tiempo para que se detuviese o quizás fue el resplandor de estas dos mujeres el que paralizó las agujas del reloj. De los corazones ardientes de estas madres se elevó una llamarada que alcanzó las estrellas iluminando este nuestro mundo tan conformado a sobrevivir en penumbra. Gracias mujeres de Dios, Él revistió vuestra riquísima humanidad con su sello de divinidad para que seáis luz del mundo (Mt 5, 14)... y lo sois. Desde vuestro indecible dolor podéis decir con San Pablo: "Así mientras nosotras morimos -interiormente- el mundo recibe la Vida" (2Co 4, 12). Gracias de corazón, vuestra Luz nos mueve a buscar más a Dios.
P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com
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