Recordemos lo que dijo el Ángel Gabriel a María en la Anunciación: "Llena de gracia, el Señor está contigo... concebirás al Hijo de Dios...". A lo que María respondió: "Hágase en mi según tu Palabra". Damos un salto en el tiempo y nos asomamos al Calvario; ahí la vemos, a María, en toda su plenitud. Está dignamente erguida a pesar de su dolor indecible. Erguida porque Jesús, Crucificado, está a punto de vencer a la Muerte mientras ella, elevándose sobre su atroz sufrimiento, manifiesta su victoria sobre el desfallecimiento que le provoca la espada que atraviesa su alma (Lc 2, 35). Doble es su sufrimiento; al hecho de ver, como madre, el despojo humano al que ha quedado reducido Jesús por parte de los hijos de la Mentira, se une la desolación en cuanto hija de Israel al constatar la brutal "apostasía de su elección". No han tenido bastante con condenar a muerte al "Mesías Esperado"; han decidido que muera fuera de Jerusalén para que Jesús, el Impuro y Maldito, no contamine la Gloria de Dios que reposa en el Templo. No vieron que cuando Jesús traspasaba Jerusalén con la Cruz a cuestas, la Gloria del Templo salió con Él hasta el Calvario. Desfallecida, pero no vencida, ahí está Ella erguida. Se dan en su ser los dos extremos: el máximo desfallecimiento y la plenitud de toda dignidad. Allí junto al Hijo de Dios y también suyo, palpándose ambos los entresijos de su alma, María dio a luz al Discípulo Amado... a la Iglesia. Por eso es nuestra Madre. En el Calvario dio a luz a todos los Discípulos Amados de Jesús. Sí, Ella, la Erguida, la Victoriosa.
P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com
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