Texto Bíblico:
¡Oh Dios! nos rechazaste y nos dispersaste. Estabas irritado. ¡Restáuranos!
Has sacudido el país y lo has agrietado. ¡Repara sus grietas, pues se tambalea!
Hiciste ver a tu pueblo duras pruebas, y nos diste a beber un vino que marea.
Diste a tus fieles la señal de retirada, para que huyesen delante de los arcos.
Para que salgan libres tus predilectos, ¡que tu mano salvadora nos responda!
Dios habló en su santuario:«Triunfante ocuparé Siquén,y repartiré el valle de Sucot.
Mío es Galaad, mío Manasés, Efraín es el yelmo de mi cabeza, Judá es mi cetro.
Moab es la jofaina donde me lavo. Sobre Edón echo mi sandalia,
y sobre Filistea canto victoria». ¿Quién me guiará a una ciudad fuerte? ¿Quién me conducirá hasta Edón, si tú, oh Dios, nos has rechazado, y ya no acompañas nuestras tropas?
¡Socórrenos en la opresión, que el auxilio del hombre es inútil!
¡Con Dios haremos proezas! ¡Él pisoteará a nuestros opresores!
Salmo 60 Nuestra piedra angular
Este salmo es una elegía lastimera ante la devastación de Jerusalén, con su consiguiente destrucción del Templo, acontecida en el año 587 a.c.
Israel no logra entender cómo es que, siendo el pueblo elegido, siendo el pueblo que ha recibido las promesas de Dios, esté sumido en la más espantosa ruina y orfandad.
Son muchos los textos del Antiguo Testamento en los que el pueblo interpreta sus desgracias y derrotas como consecuencia de haber abandonado a Yavé, de haberse apoyado en sí mismo y no en la roca que Dios era para ellos.
Jesús, en el sermón de la Montaña, alerta a los discípulos sobre los cimientos en que el hombre construye su vida. Estos son dos: o bien la roca, o bien la arena.
Veamos el texto: «Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos... pero la casa no cayó. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes,
soplaron los vientos... y cayó la casa y fue grande su ruina» (Mt 7,24-27).
Prestemos atención al hecho de que Jesucristo identifica la roca con escuchar su palabra y ponerla en práctica, es decir, guardarla como un tesoro; no desprenderse de ella a fin de que, poco a poco, sea la luz y fuerza de todas las opciones y pasos que el hombre decide a lo largo de su vida.
Al mismo tiempo, identifica la arena con el hombre insensato que también escucha la palabra
pero esta no tiene nada que ver con su forma de vivir a la hora de optar o dirigir sus pasos.
El profeta Jeremías dedica todo el segundo capítulo de su libro para denunciar la infidelidad de Israel. Nos adentramos en el texto y vemos cómo Yavé se sirve de la boca del profeta para desahogarse porque la necedad del pueblo ha llegado a límites inconcebibles: «Pasmaos, cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto –oráculo de Yavé–. Doble mal ha hecho mi pueblo; a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua» (Jer 2,12-13).
Son grietas que ya no pueden albergar la Presencia-Gloria de Yavé que llenaba el templo; de la misma forma que tampoco podían contener el manantial de aguas vivas, que así es como hemos visto que Jeremías definía a Yavé.
Jesús mismo, al denunciar el culto del Templo de Jerusalén, sin duda majestuoso y lleno de esplendor, pero vacío y solamente exterior, profetiza que no quedará de él piedra sobre piedra por más que, por su grandeza, sea el orgullo de Israel.
Sabemos bien que, efectivamente, así aconteció.
Cuando Pedro y Juan curan al paralítico, que estaba pidiendo limosna a la entrada del templo, provocaron un revuelo en las autoridades religiosas de Jerusalén. Los apóstoles, llenos de la fuerza del Espíritu Santo, les anunciaron cuál era la roca en la que todo hombre encuentra la salvación; roca que el pueblo elegido había rechazado: «Él (Jesús) es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (He 4,11).
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