Texto Bíblico
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de Él viene mi salvación.
Sólo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: ¡nunca vacilaré!
¿Hasta cuándo avanzaréis contra un hombre, todos juntos, para derribarlo,como si fuera una pared inclinada, o una tapia a punto de caerse?
Sólo piensan en derribarme de mi altura y se complacen en la mentira: con la boca elogian,
pero por dentro maldicen.
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de Él viene mi salvación.
Sólo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: ¡nunca vacilaré!
De Dios depende mi salvación y mi fama, Dios es mi roca fuerte.
Dios es mi refugio.
Pueblo de Dios, confía en Él en cualquier situación, desahoga tu corazón en su presencia, porque Dios es nuestro refugio.
Los hombres del pueblo no son más que un soplo, la gente importante, sólo mentira: si subieran al plato de la balanza,
todos juntos serían menos que un soplo.
No confiéis en la opresión,
no os hagáis ilusiones con el robo.
Aunque aumenten vuestras riquezas, no pongáis en ellas vuestro corazón.
Dios ha hablado una vez,
y dos veces le he escuchado:
«A Dios pertenece el poder, y a Ti, Señor, pertenece el amor,
porque tú pagas a cada uno
según sus obras».
Reflexiones: En brazos de Dios
Nos encontramos con un hombre sabio que está instruyendo al
pueblo. Su enseñanza la transmite no desde una cátedra, sino desde una experiencia amorosa e íntima con Yavé, a quien ha confiado su vida.
Nos habla del acoso y de la opresión al que un hombre fiel se ve sometido por sus enemigos.
En esta situación este hombre sabio nos comunica su secreto: Dios mismo le ha enseñado a descansar en Él. Se acoge a Dios; Él se le ha manifestado como su roca fuerte, su esperanza, en definitiva, su salvación.
Trasladándonos ahora al Nuevo Testamento, es cierto que la fe es un combate –así lo llama el apóstol Pablo (2Tim 4,7)–, por lo tanto, provoca un desgaste y, con frecuencia, no poco desánimo. Puede incluso, a veces, darnos la sensación de que estamos enfrascados en una causa perdida, pues miramos a nuestro alrededor y nos da la impresión de que a nadie le preocupa lo que para nosotros es fundamental con respecto a Dios. En definitiva, podemos ser duramente golpeados por la tentación del cansancio.
Entonces tendremos que orientar nuestros ojos y fijarlos en la experiencia de nuestro hombre sabio del Salmo, y suplicar a Dios que también a nosotros nos enseñe a descansar en Él. No son los ímpetus fanáticos los que nos
llevarán a la luz, sino la sabiduría y serenidad que nos vienen de Dios a quien buscamos.
En estas situaciones de desfallecimiento, escuchemos también al profeta Isaías, quien anuncia al pueblo, cansado y desfallecido por los muchos años de destierro: «¿Es que no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? Que Dios desde siempre es Yavé, creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga, y cuya inteligencia es inescrutable. Que al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta... A los que esperan en Yavé, Él les renovará el vigor, subirán con alas
como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,28-31).
Isaías dice: «a los que esperan en Yavé», es decir, a los que confían en Él, a los que tienen depositado en Él todo su dolor y, al mismo tiempo, también toda su esperanza.
Situándonos en el nuevo Testamento, ¿quién sino Jesucristo tiene autoridad para exhortarnos al verdadero descanso?
Efectivamente, Él es quien, en toda su verdad, ha encontrado en su Padre su descanso en medio de la
adversidad; y no una adversidad cualquiera, sino la que le llevó hasta la muerte y muerte de cruz. Puesto que el Padre no le desamparó, sus palabras evangélicas tienen toda la
autoridad para invitarnos a descansar en Él: «Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de
mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).
Jesús promete en Él un descanso para nuestra alma, cansada y desfallecida. La promesa de este descanso viene precedida de dos invitaciones: «Venid a mí» y «Aprended de mí». Invitaciones que, en el sentido profundo bíblico,
tienen el nombre de «llamadas de Dios»; y es que, cuando Dios llama, es para que el hombre encuentre la vida. Dios no es ningún pedigüeño. Llama para darnos el descanso.
«Venid a mí». Después de años y años, vueltas y más vueltas, experiencias de todo tipo y color, en los que hemos podido realizar tantos deseos proyectados, si nos ha llegado la sensatez de saber que nuestra alma no tiene reposo, es el momento de dar importancia al Hijo de Dios que dice: «Venid a mí». No nos pedirá cuenta de por qué
hemos tardado tanto; esas susceptibilidades infantiles no
caben en Dios. «Aprended de mí». Aprender, en este contexto, no es
una especie de lección moralizante en que el Hijo de Dios se pone como modelo. Aprender viene de prender: prender el Evangelio en el corazón, mantener con amor la Palabra escuchada. El Evangelio es el descanso que Dios «inventó»
para el hombre.
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