Todos vivimos alguna vez y por diversas causas la angustia febril de la desesperación. Jesús, nos indica que ninguna de nuestras situaciones límite le es ajena. Relegado a lo más abyecto donde puede ser arrojado un hombre; suspendido entre el cielo y la tierra, Jesús se apropió de las entrañas dolientes de todo hombre y las hizo llegar al Padre al grito de ¡Dios mío! ¿Porqué me has abandonado? Su grito fue iluminado con la Luz del Padre que convirtió su desesperación en Gloria. Se llenó de Gloria porque no fueron éstas las últimas palabras del Crucificado...sus últimas palabras fueron: ¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu! He ahí su proclamación victoriosa sobre el Príncipe de las Tinieblas, he ahí la carta victoriosa de Jesucristo, sobre todas las cartas de desesperación con las que Satanás nos amedrenta cuando flaquea nuestra entereza. Jesús, el Señor, entregó su Vida al tiempo que vivificó nuestro espíritu, para hacernos partícipes de su Victoria. Gracias a Él y a su Victoria todos estamos en condiciones de proclamar: ¡Padre...cuida mi espíritu..! y sobretodo poder decir al final de nuestro camino: ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!
(Antonio Pavía.- Misionero Comboniano)
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