¿Cuántas veces no nos habremos preguntado cómo será el Cielo? “…El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza, que, siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece se hace un árbol donde anidan las aves del cielo...”. Así nos lo dice Mateo (Mt 13, 31-33).
Cuando Jesucristo nos relata en su Evangelio (Mc 4,1-9) la Parábola del Sembrador, nos dice que salió el sembrador a sembrar…Es muy conocida y muy fácil de entender. Y en ella la semilla que va cayendo al borde del camino, entre zarzas, en terreno pedregoso…y en tierra buena, nos está diciendo que esta semilla es su “Palabra”, su Evangelio. Hay una semejanza total entre la semilla y la Palabra.
Y si unimos los dos textos, vemos que el grano de mostaza, en cuanto a semilla, es la más pequeña de las semillas…es decir: la Palabra que recibimos de Dios, en los comienzos de fe de cada persona, es una semilla pequeña; que se va haciendo grande según avanzamos por su Camino, que es Jesús. Y hay un detalle curioso: una vez formado un árbol grande, es decir, cuando nuestra fe es adulta, anidan en él las aves del cielo. No anidan las aves que andan por la tierra, sino las que ya son “del cielo”.
Y hablando de fe: se presenta un centurión, - pagano -, a Jesús, y le pide la curación de su criado. (Mt 8, 5-13) Jesús le dice: “Yo iré a curarlo”. Pero el centurión no quiere molestarlo, y le dice estas hermosas palabras, que recordamos al ir a comulgar su Cuerpo y su Sangre: “…Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano…” Jesús, una vez realizado el milagro, dice: “…os aseguro que en Israel no he encontrado una fe tan grande”
El centurión es un hombre pagano, y le llama: Señor. Nombre sólo reservado a Dios.
En la vida pedimos muchas cosas a Dios. Y lo pedimos con urgencia, y queremos verlo ¡ya! Y si no lo vemos inmediatamente, pensamos que Dios no nos escucha…
¡Qué necios somos a veces! Necios que en el lenguaje de Jesús es “opuesto a la sabiduría”. Lo primero que hemos de pedir es cosas buenas; buenas según el pensamiento de Dios, no siempre son buenas para nosotros. Claro, alguien dirá: ¿y cómo conozco el pensamiento de Dios, para saber si es bueno para Él?
Esta es la pregunta que nos induce el Maligno; normalmente sabemos muy bien si lo que pido se “ajusta” a Dios. Es saber si lo que pido es un capricho, o es algo que sabes positivamente que Dios quiere en orden a tu salvación.
Ya tenemos dos puntos: pedir algo bueno para nosotros, en orden a Dios, y estar seguro de que si es así, Dios lo quiere.
Surge un problema: Dios respeta nuestra libertad. Supongamos que pedimos la fe para un hijo. Es bueno en orden de Dios. Dios lo quiere, pero puede ocurrir que el hijo no tenga el más mínimo deseo de contactar con Dios.
En ese caso, por otro lado muy frecuente, tengamos la fe del centurión: Señor, tú encontrarás el momento para revelarte al hijo como oveja perdida. Te presentarás como a los discípulos de Emaús…cambiarás su corazón. No hace falta que yo lo vea, porque confío en Ti
Dijo Jesús: “…cualquier cosa que pidáis al Padre en mi Nombre, tened la confianza de que ya lo habéis obtenido y yo os lo daré… (Jn 14,13)
Cuando Jesucristo nos relata en su Evangelio (Mc 4,1-9) la Parábola del Sembrador, nos dice que salió el sembrador a sembrar…Es muy conocida y muy fácil de entender. Y en ella la semilla que va cayendo al borde del camino, entre zarzas, en terreno pedregoso…y en tierra buena, nos está diciendo que esta semilla es su “Palabra”, su Evangelio. Hay una semejanza total entre la semilla y la Palabra.
Y si unimos los dos textos, vemos que el grano de mostaza, en cuanto a semilla, es la más pequeña de las semillas…es decir: la Palabra que recibimos de Dios, en los comienzos de fe de cada persona, es una semilla pequeña; que se va haciendo grande según avanzamos por su Camino, que es Jesús. Y hay un detalle curioso: una vez formado un árbol grande, es decir, cuando nuestra fe es adulta, anidan en él las aves del cielo. No anidan las aves que andan por la tierra, sino las que ya son “del cielo”.
Y hablando de fe: se presenta un centurión, - pagano -, a Jesús, y le pide la curación de su criado. (Mt 8, 5-13) Jesús le dice: “Yo iré a curarlo”. Pero el centurión no quiere molestarlo, y le dice estas hermosas palabras, que recordamos al ir a comulgar su Cuerpo y su Sangre: “…Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano…” Jesús, una vez realizado el milagro, dice: “…os aseguro que en Israel no he encontrado una fe tan grande”
El centurión es un hombre pagano, y le llama: Señor. Nombre sólo reservado a Dios.
En la vida pedimos muchas cosas a Dios. Y lo pedimos con urgencia, y queremos verlo ¡ya! Y si no lo vemos inmediatamente, pensamos que Dios no nos escucha…
¡Qué necios somos a veces! Necios que en el lenguaje de Jesús es “opuesto a la sabiduría”. Lo primero que hemos de pedir es cosas buenas; buenas según el pensamiento de Dios, no siempre son buenas para nosotros. Claro, alguien dirá: ¿y cómo conozco el pensamiento de Dios, para saber si es bueno para Él?
Esta es la pregunta que nos induce el Maligno; normalmente sabemos muy bien si lo que pido se “ajusta” a Dios. Es saber si lo que pido es un capricho, o es algo que sabes positivamente que Dios quiere en orden a tu salvación.
Ya tenemos dos puntos: pedir algo bueno para nosotros, en orden a Dios, y estar seguro de que si es así, Dios lo quiere.
Surge un problema: Dios respeta nuestra libertad. Supongamos que pedimos la fe para un hijo. Es bueno en orden de Dios. Dios lo quiere, pero puede ocurrir que el hijo no tenga el más mínimo deseo de contactar con Dios.
En ese caso, por otro lado muy frecuente, tengamos la fe del centurión: Señor, tú encontrarás el momento para revelarte al hijo como oveja perdida. Te presentarás como a los discípulos de Emaús…cambiarás su corazón. No hace falta que yo lo vea, porque confío en Ti
Dijo Jesús: “…cualquier cosa que pidáis al Padre en mi Nombre, tened la confianza de que ya lo habéis obtenido y yo os lo daré… (Jn 14,13)
(Tomás Cremades)
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