viernes, 27 de diciembre de 2024

Salmo 149: Himno triunfal (Complacencia mutua)


1 ¡Aleluya! 

¡Cantad al Señor un cántico nuevo!

¡Cantad su alabanza en la asamblea de los fieles!

2 ¡Que se alegre Israel por su Creador,

que los hijos de Sión festejen a su Rey!

3 ¡Alabad su nombre con danzas,

tocad para él la cítara y el tambor!

4 ¡Sí! ¡Porque el Señor ama a su pueblo,

y adorna a los pobres con la victoria!

5 Que los fieles festejen su gloria,

y canten jubilosos en filas.

6 Con aclamaciones a Dios en su garganta,

y espadas de dos filos en las manos,

7 para tomar venganza de los pueblos,

y aplicar el castigo a las naciones,

8 para sujetar a sus reyes con esposas,

y a sus nobles con grilletes de hierro.

9 ¡Ejecutar en ellos la sentencia dictada

es un honor para todos sus fieles!

¡Aleluyal


 Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 149
Complacencia mutua

Situamos este himno de alabanza y bendición en una fase, 
podríamos llamar, gloriosa del pueblo elegido: la vuelta 
del destierro. Israel es testigo de que Yavé ha escuchado 
sus súplicas, ha estado atento a su dolor y lágrimas y le 
ha hecho volver a su tierra. Se da inicio así a la 
reconstrucción de Jerusalén y a la reedificación del templo 
santo. La alegría del pueblo, a pesar de su ardua y también 
conflictiva empresa, es indescriptible. El salmo es una 
expresión grandilocuente de la gratitud que empapa hasta la 
saciedad el alma del pueblo: «¡Aleluya! ¡Cantad al Señor un 
cántico nuevo! ¡Cantad su alabanza en la asamblea de los 
fieles! ¡Que se alegre Israel por su Creador, que los hijos 
de Sión festejen a su rey! ¡Alabad su nombre con danzas,
tocad para él la cítara y el tambor!».
Encontramos en el himno diversos memoriales por los 
que Israel se rinde ante el amor que Yavé ha derramado 
sobre él. Hay uno que nos parece que sobresale por encima 
de los demás: Yahvé se complace con su pueblo. Israel, el 
pueblo apóstata, infiel e idólatra, es amado por Yavé. Se 
está anunciando el amor en su dimensión más profunda. Yavé 
ha apartado de sus ojos todas las infidelidades de su 
pueblo y se complace en él: «¡Porque el Señor ama a su 
pueblo, y adorna a los pobres con la victoria! Que los 
fieles festejen su gloria, y canten jubilosos en filas».
Esta experiencia de Israel sobrepasa totalmente los 
cánones comúnmente establecidos acerca del amor. Lo cierto 
es que no es que simplemente sobrepase estos cánones o 
límites. Se está anunciando un amor diferente, único, 
nuevo..., el amor infinito e incondicional de Dios. Sólo 
Dios, que ama así, puede complacerse en el barro que es 
Israel y, por extensión, en el barro que es todo ser 
humano.
El complacerse de Dios con su pueblo nos viene también 
descrito, con unos tintes poéticos magistrales, por Isaías. 
El profeta, en nombre de Yavé, anuncia a Israel que su 
destierro es sólo temporal. Dios volverá a apiadarse, e 
Israel seguirá siendo el pueblo de sus promesas.
Es posible que Israel, sumido en su nueva esclavitud, 
no diera mucho crédito al profeta. Unos por escepticismo, y 
otros por la carga de culpabilidad que sobrellevaban por el 
hecho de haber roto su alianza con Dios a causa de sus 
idolatrías. Sea como fuere, las palabras: perdón, 
compasión, benevolencia, les son difíciles de aceptar 
aunque vengan de parte de Dios. 
Sin embargo, Isaías levanta los ánimos de su pueblo 
desterrado con unas palabras que hacen renacer en sus 
corazones las promesas de Yavé a sus patriarcas, y que 307

creían ya anuladas: Israel sigue siendo el pueblo en el que 
Dios se complace, por más que ahora esté bajo el dominio de 
los gentiles: «No se dirá de ti jamás abandonada, ni de tu 
tierra se dirá jamás desolada, sino que a ti se te llamará 
“mi complacencia”, y a tu tierra “desposada”» (Is 62,4).
Por si este anuncio no termina de despertar los 
espíritus hundidos y adormecidos de los desterrados, el 
profeta les añade, valiéndose del signo del matrimonio, que 
Yavé está en comunión con ellos, aunque en esos momentos se 
consideren el último y el más desgraciado pueblo de la 
tierra: «Porque como se casa joven con doncella, se casará 
contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia, 
se gozará por ti tu Dios» (Is 62,5).
Es indudable que estos anuncios-promesas del profeta 
nos sorprenden sobremanera. Nuestro concepto de justicia y, 
con él, el de culpabilidad, hacen inviable concebir un amor 
así, tan gratuito como impensable. Más aún, no es creíble, 
no hay mente humana que pueda abarcar y comprender un amor 
de esta dimensión. El caso es que estamos hablando de la 
mente de Dios. Ella sí abarca y es capaz de un amor así: 
que no lleva cuentas del mal, de la ofensa, de la 
agresión... Dios es amor, y así es como ama.
Veíamos en el salmo: «El Señor ama a su pueblo». 
Palabras que alcanzan su plenitud en el Mesías, como ya 
hemos visto repetidamente a lo largo de salmos anteriores. 
En y por Jesucristo, Dios se complace en todos sus 
hijos. Fruto de esta complacencia –recordemos que Dios nos 
amó primero (1Jn 4,19)–, los discípulos del Señor Jesús 
reciben la sabiduría para complacer y agradar a Dios, como 
ya Él mismo nos lo anunció proféticamente por medio del rey 
Salomón: «Contigo está la sabiduría que conoce tus obras, 
que estaba presente cuando hacía el mundo, que sabe lo que 
es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus 
mandamientos. Envíala de los santos cielos, mándala de tu 
trono de gloria para que a mi lado participe en mis 
trabajos y sepa yo lo que te es agradable» (Sab 9,9-10).308

No hay comentarios:

Publicar un comentario