jueves, 17 de noviembre de 2016

“EL EVANGELIO ES LA TIERRA PROMETIDA” (2ª PARTE) (por Susana Jiménez)

Pero ten cuidado y guárdate bien de olvidarte de estas cosa que tus ojos han visto…” (Deuteronomio 4,9) 

No debo olvidar las cosas que mis ojos han visto, las cosas que Dios ha hecho por mí y en mí; ni creerme que por mis méritos y mi justicia Dios me da en posesión la tierra buena “No por tus méritos ni por la rectitud de tu corazón llegaras a tomar posesión de su tierra, sino que solo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahvé tu Dios delante de ti; y también por cumplir la palabra que juro a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob. Has de saber, pues, que no es por tu justicia por lo que Yahvé tu Dios te da en posesión esa tierra buena, ya que eres un pueblo de dura cerviz” (Deuteronomio 9,5-6) La victoria se debe a Dios no a mis méritos “No conquistaron la tierra con su espada, ni su brazo les dio la victoria; fueron tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, pues los amabas” (Salmo 44,4)
Ni olvidar de donde me viene la fuerza: “No digas en tu corazón: “Con mi propia fuerza y el poder de mi mano me he creado esta riqueza”, sino acuérdate que Yahvé tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear riqueza, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy” (Deuteronomio 8,17-18) “No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios” (2Corintios 3,5).
A medida que voy consiguiendo entrar, tomar en posesión, guardar, practicar y vivir el Evangelio, sin cambiar “ni una i ni una tilde” y no deposito mi confianza en mí fuerza, mérito, sabiduría… Dios me saca de mi tumba y me establece en mi suelo, en el Evangelio, “Voy abrir vuestras tumbas; os hare salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevare de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahvé cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviereis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahvé, lo digo y lo hago, oráculo de Yahvé” (Ezequiel 37,12-14) 
Establecida ya, en mi suelo, en el Evangelio Dios hace conmigo la nueva alianza “Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días – oráculo de Yahvé -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31,33)

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