Dice Jesús a Nicodemo: "Si al deciros cosas de la tierra no creéis ¿Cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?” (Jn 3,12). Las cosas de la tierra serían las propias de la ley natural basada en hacer el bien y evitar el mal. Por ejemplo los fariseos deberían de alegrarse por aquel paralítico a quien Jesús curó (Jn 5,1...), o del ciego a quien dio la vista (Jn 9,1...), sin embargo se disgustaron porque Jesús les había curado un sábado transgrediendo así la ley; y… si no entendieron esto ¿cómo iban a entender las cosas del cielo? Al hablar de las cosas del cielo Jesús se refiere al Evangelio que recibe del Cielo, del Padre, como dice una y otra vez a sus discípulos: "… Lo que yo os digo, os lo digo como el Padre me lo ha dicho a mi..." (Jn 12,49-50). Jesús se refiere a palabras como: "… Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quien os odia..." (Lc 6,27...), o "no os resistáis al mal antes bien al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra…" (Mt 5,39…), ... y tantos pasajes más. Es evidente que el Evangelio que descendió del corazón del Padre -las cosas del Cielo- primero hacia el corazón del Hijo y de allí ascendió a su boca está a años luz de la ley natural y no es cuestión de hacer esfuerzos titánicos por cumplirlo; se trata de ser humildes de corazón y hacer nuestra la Fuerza de Dios presente en sus páginas (Rm 1,16).
P. Antonio Pavía
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