Veamos a los tres Reyes, que adoraron al Niño Dios en Belén bajo el simbolismo de la conversión del corazón. Dice Mateo que al encontrar a Jesús en el pesebre le adoraron y abriendo sus cofres, símbolos de sus corazones, le ofrecieron oro que refleja la querencia que tenemos hacia los bienes de este mundo; también le ofrecieron incienso que representa el afán neurótico que nos impulsa a buscar gloria y honor del mundo, ese afán por ser ensalzados, reconocidos por los demás. Recordemos que Satanás tentó a Jesús poniendo a sus pies la gloria del mundo (Mt 4,9-10). Jesús dirá a los fariseos que no podrán creer en Él porque buscan esta gloria humeante unos de otros (Jn 5,44). Por último le ofrecieron mirra, ungüento con el que se perfumaba a los difuntos. Este último regalo apunta al Misterio de la Cruz… y sobre él nos dice Jesús: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz... porque quien quiera salvar su vida la perderá, quien la pierda por mí y por el Evangelio la salvará” (Mc 8,34-35). He ahí las líneas maestras del Discipulado.
P. Antonio Pavía
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