lunes, 9 de diciembre de 2024

Salmo 145(144). Alabanza al Rey Yahvé(Sois preciosos para Dios)


Alabanza. De David.

Yo te ensalzo, Dios mío, mi Rey,

y bendigo tu nombre por siempre jamás.

2 Todos los días te bendeciré

y alabaré tu nombre por siempre jamás.

3 ¡Grande es el Señor! Él merece toda alabanza.

Es incalculable su grandeza.

4 Una generación pregona tus obras a la otra,

proclamando tus hazañas.

5 Tu fama es gloria y esplendor:

cantaré el relato de tus maravillas.

6 Hablarán del poder de tus terrores,

y yo cantaré tu grandeza.

7 Difundirán la memoria de tu inmensa bondad,

y aclamarán tu justicia.

8 El Señor es clemente y misericordioso,

lento a la cólera y rico en amor.

9 El Señor es bueno con todos,

es compasivo con todas sus obras.


0 Que todas tus obras te den gracias, Señor,

y que te bendigan tus fieles.

11 Proclamen la gloria de tu reino

y hablen de tus hazañas,

12 para anunciar tus hazañas a los hombres,

y la gloriosa majestad de tu reino.

n Tu reino es un reino por todos los siglos,

tu gobierno, por generaciones y generaciones.

El Señor es fiel a sus palabras,

bondadoso en todas sus obras.

14 El Señor sostiene a los que caen,

y endereza a todos los que se doblan.

15 Los ojos de todos esperan en ti,

y tú les das el alimento a su tiempo.

16 Abres tú la mano,

y sacias a placer a todo ser vivo.

17 El Señor es justo en todos sus caminos,

y fiel en todas sus obras.

18 Él está cerca de todos los que lo invocan,

de todos los que lo invocan sinceramente.

19 Satisface los deseos de los que lo temen,

escucha su grito y los salva.

20 El Señor guarda a todos los que lo aman,

pero destruirá a todos los malvados.

21 ¡Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,

y todo ser vivo bendiga su nombre santo,

por siempre jamás!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 145
Somos preciosos para Dios
La asamblea de Israel entona, agradecida, este himno de 
acción de gracias a Yavé. Él es Rey, y despliega su poder 
regio sobre su pueblo con la característica de un doble 
sello identificador: amor y fidelidad. Por eso Israel canta 
a Yahvé, su Rey; se siente amado, protegido y, sobre todo, 
acompañado en su historia y su caminar. Es consciente de 
que su experiencia es única; no hay pueblo de la tierra que 
pueda ensalzar a sus dioses con la fuerza de su propia 
historia, Israel sí. «Yo te ensalzo, Dios mío, mi Rey, y 
bendigo tu nombre por siempre jamás. Todos los días te 
bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás... Hablarán 
del poder de tus terrores, y yo cantaré tu grandeza.
Difundirán la memoria de tu inmensa bondad, y aclamarán tu 
justicia».
La belleza del salmo se asemeja al estruendo solemne 
provocado por un río que desciende impetuoso por entre las 
rocas de las montañas. Da la impresión de que Israel clama 
amorosamente con los mismos gritos con que la naturaleza 
alaba al Creador. Todo el salmo es una exultación ante las 
obras de Dios. De hecho, la narración de las maravillosas 
obras de Yavé se repiten en el himno como si fuese un 
estribillo: «Una generación pregona tus obras a la otra, 
proclamando tus hazañas... Que todas tus obras te den 
gracias, Señor, y que te bendigan tus fieles... El Señor es 
fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus obras».
En pleno delirio poético, cuando la aclamación de las 
obras de Yavé parece que ha alcanzado su culmen, de pronto 
nos parece ver al salmista como recogido sobre sí mismo y, 
balbuciendo algo así como un susurro, nos comunica atónito 
la obra cumbre de Dios: su relación de amor con el hombre-
mujer, salidos de sus manos. Si Yavé es bondadoso en y con 
todas sus obras, su amor se convierte en presencia y 
cercanía con todo hombre que le invoca, que se acoge a Él 
en el dolor. Yavé es rey, es creador, y –de ahí viene el 
asombro del salmista– es también oído abierto que escucha 
el clamor del hombre: «El Señor es justo en todos sus 
caminos, y fiel en todas sus obras. Él está cerca de todos 
los que lo invocan, de todos los que lo invocan 
sinceramente».
¿Por qué el salmista puede escribir algo tan bello y 
profundo? Más aún, ¿cómo es que el pueblo se apropia de la 
oración poética del autor y hace resonar sus voces llenando 
el templo de música, fiesta y bendición? Israel puede 
hacerlo porque, junto a la inspiración del salmista, es 
testigo de una historia de salvación, de cuidados por parte 
de Dios; lleva en su seno unas promesas que, más allá del 
tiempo y del espacio, nunca han dejado de estar en el 299

corazón de Dios. Por ello siempre las ha cumplido, aunque 
haya tenido que cerrar los ojos ante los pecados de su 
pueblo.
Lo impresionante de Dios es que no sólo cierra sus 
ojos ante la infidelidad de Israel sino que anuncia su 
salvación y liberación. Sus ojos se recrean, se deleitan 
hasta el punto de llegar a exclamar: mi pueblo es precioso 
para mí. «Dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado 
y yo te amo» (Is 43,4).
Preciosos a los ojos de Dios somos todos los hombres; 
a fin de cuentas, todos somos obra de sus manos. Preciosos 
hasta el punto de enviar a su Hijo al mundo, quien se hizo 
uno como nosotros.
Recordemos aquel día en que los ojos de Jesús se 
posaron sobre la muchedumbre que había acudido a 
escucharle. Sintió un doble movimiento en su alma. Por una 
parte vio que, como ya habían anunciado los profetas, todos 
los hombres y mujeres eran preciosos a sus ojos; por otra, 
la tristeza profunda al verlos abatidos y quebrantados como 
ovejas que no tienen pastor: «Y al ver a la muchedumbre, 
sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos 
como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36).
Ante esta dramática escena, se dijo a sí mismo: yo 
seré su Pastor, yo los rescataré de su abatimiento, del sin 
sentido de sus vidas. Sí, yo daré mi vida por ellos; han 
nacido de las manos de mi Padre para tener vida eterna y no 
lo saben. Daré mi sangre para que la posean en propiedad, 
ya que todos ellos son preciosos a mis ojos y a los ojos de 
mi Padre. «El ladrón no viene más que a robar, matar y 
destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en 
abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su 
vida por las ovejas» (Jn 10,10-11).
Jesucristo es la piedra angular anunciada por los 
profetas. Piedra sistemáticamente rechazada por el mundo 
pero sumamente preciosa a los ojos de Dios, su Padre. 
Inestimable como es a los ojos de su Padre, hace de sus 
discípulos piedras, también rechazadas por el mal del mundo 
pero sumamente apreciables a los ojos de Dios. Así lo 
anuncia gozosamente el apóstol Pablo a los cristianos: 
«Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, 
pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual 
piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio 
espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer 
sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de 
Jesucristo» (1Pe 2,4-5). 300

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