O cómo practicar la virtud de la constancia, también lo podríamos llamar. Es frecuente, sobre todo entre los estudiantes, pero también entre otro tipo de colectivos, de “padecer” lo que podríamos denominar “el síndrome del apretón del vago”. Consiste en “sestear” durante todo el curso, y un poco antes de los exámenes, dar un apretón a los libros para aprobar. Cuando esto sucede, es posible que el estudiante en cuestión apruebe…otra cosa es que al día siguiente o en un breve espacio temporal, recuerde y asimile lo estudiado. Una cosa es estudiar para aprender y otra es estudiar para saber.
Y así, el que os escribe, comprueba que muchos ilustres colegas (en este ingenieros), pero válido para cualquier profesión, no recuerdan muchas cosas aprendidas en su juventud, y olvidadas por la falta del uso de la materia, o porque cuando lo estudiaron se dieron el consabido “apretón”, no amando lo que tenían entre manos.
Pero esto pretende ser una “catequesis” sobre temas religiosos. ¿Adónde vamos, pues? Pues en nuestra vida podemos escuchar frases tan desafortunadas como estas: “…ya me convertiré…”; “…no tengo tiempo, a ver si me jubilo, y entonces…”.
Otras son más peligrosas: “…Cuando muera, si es que hay algo detrás de la muerte, ya me apañaré con Dios, que hay muchas cosas en las que no estoy de acuerdo…”. ¡Claro!, es que sin saberlo, yo pongo la ley por encima de la Ley de la Palabra de Dios: es el típico pecado de Adán.
No pensamos en la muerte más que con terror. Miedo a lo desconocido, cuando realmente es un encuentro maravilloso con Jesucristo. Miedo por falta de fe; si miramos nuestros pecados, - y de eso se encarga ya el Maligno -, estamos perdidos. Pero es que contamos con la Misericordia de Dios. ¿Tanto cuesta todos los días, en acudir a los pies de Jesús, a hablar un cuarto de hora con Él?
Lo que sí es seguro que todos los días a la hora que sea, alimentamos nuestro cuerpo; no se nos olvida. Pero, ¿Y el alma? ¿Alimentamos el alma? ¿Y cómo se alimenta el alma? A estas alturas de la película, es obvio que sabemos cómo: con los sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y el de la Eucaristía; con la oración constante, con la lectura de libros piadosos, con la ayuda al hermano en sus necesidades corporales y, sobre todo, espirituales; con mirar hacia dentro no para observar de forma masoquista nuestras miserias, sino para mirar lo que Dios hace cada día en nosotros…
Tratemos de no padecer el síndrome del apretón del vago: rezar en el último momento…rezar siempre, no con rutina, como una carga que soportar para que Dios no se enfade. Rezar es hablar con Dios. Rezar es alabar a Dios con los Salmos, su oración preferida. Rezar es estar atento a la escucha de su Palabra: su Evangelio
Alabado sea Jesucristo
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