A todo hombre se le abren en su vida dos herencias; una, la del mundo, marginando a Dios, y la otra, el mismo Dios, a quien subordinamos los frutos de nuestros trabajos. La herencia huérfana del soplo de Dios no está mal, tiene su aliciente, pero el tiempo se encarga de mostrarnos que es insuficiente y solo se conforman con ella los que poco esperan de su vida.
A los que escogen a Dios como su herencia, hay que envidiarles pues 2.000 años de historia avalan que ninguno de ellos se arrepintió de su apuesta... Apostaron por Dios y Él les hizo hijos suyos..a todos los efectos...¿Cuales? ..Están prometidos en el Evangelio..
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