Tres son los personajes del conocido texto del “Hijo Pródigo”, que quizá sería mejor llamarle del “Padre pródigo”, que realmente es el bueno; no podía ser de otra forma porque está ocupando el puesto de Dios.
Es de pensar que este padre le había dado todo lo que un padre quiere dar a su hijo: alimento, cariño, formación, ternura… No era suficiente para el hijo. Tanto es así que el hijo no aguanta quizá la monotonía del día a día y decide encontrar la vida de otra forma.
Y la quiere encontrar sin su padre. Es más: “…dame la parte de herencia que me corresponde…” Es decir: “tú estás muerto para mi, y dame la herencia”. Suena duro,
pero es que la herencia se reparte cuando el padre ha fallecido.
Todos al escuchar la parábola nos fijamos en las maldades de los hijos, y no analizamos al padre. ¿Cómo se sentiría el padre? De entrada, no hay reproches en él.
A ninguno de los hijos les dice que no acepta su comportamiento. Al hijo mayor le apunta: “…todo lo mío es tuyo…”; al hijo menor, a su vuelta, no le deja ni hablar, se
abraza al cuello, le llena de besos, le viste sus mejores galas y le da un espléndido banquete.
Y es que, además, el hijo menor vuelve por el puro interés de su manutención. No tiene qué comer, ni cómo vestirse, ni donde vivir, sino como los cerdos,- que es el
animal impuro de los judíos-, ha caído lo más bajo que se puede caer…y el padre no reprocha nada.
Y ahora interpretamos en sintonía de Dios: ¡cuántas veces habremos sido cualquiera de los dos hermanos! O los dos! Y si hubiéramos sido el padre, ¿habríamos respondido así? Seguramente le hubiéramos reprochado su comportamiento, a uno y a otro.
Dios no es así. Dios es Amor. Dios conoce nuestro barro, y sabe perdonar de verdad.
Él quiere ser amado en libertad. Y espera pacientemente, a pesar de nuestros pecados…un día, otro día, un año, otro año…Y con sus brazos abiertos en la Cruz,- que son las alas de águila que dicen los salmos-, nos refugia y nos protege.
¿Cuándo aprenderemos realmente a desnudarnos de nosotros mismos y confiar en Él? Y empleo la palabra “desnudarnos”, quitar de nosotros los pecados de impureza
que son, en el lenguaje bíblico, el pecado de la idolatría: el del seguimiento a los ídolos, que comienzan por el propio “ego”, y continúan por el dios dinero, para acabar en todo el repertorio que nos induce el Enemigo Satanás.
(Tomás Cremades)
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