Un día, por casualidad, pasé por tu casa y me invitaste a pasar.
Yo pasé, como no había amanecido, me resguardaba un poco del frío y de la oscuridad.
Cuando entré estaban en la Eucaristía y yo contigo me quedé, cuando salí me fui a caminar sin rumbo fijo, solo pensando en Tí.
Al día siguiente hice lo mismo, a tu casa pasé para estar contigo en la Eucaristía, pero Tú me dijiste al oído, que fuera a comulgar también.
Yo te hice caso y me fui a confesar, para al día siguiente en la Eucaristía poder comulgar.
Me fuiste atrayendo poco a poco, cada día un poco más, pues yo contigo me encontraba muy a gusto y ya todos los días te iba a visitar, e iba a la Eucaristía y también a comulgar.
Un día me quedé sola contigo, en la capilla donde en el Sagrarío estás, allí como dos amigos comenzamos a hablar, hablamos de todo un poco, yo te mareé contándote mis problemas, preocupaciones..., y tú me consolabas, me decías que estuviera tranquila que todo se iba a solucionar.
Yo me iba muy tranquila pues confiaba mucho en Tí, y sabía que ibas a ayudarme a afrontar todas mis preocupaciones y problemas, así los dejaba en tus manos y ya liberada de la carga, me fui a caminar.
Cada día necesitaba hablar contigo más y más, cuando voy a la capilla Tú me acoges con una sonrisa y me haces sonreír, allí me siento contigo y los dos nos echamos a reír.
Se creó una complicidad entre Tú y yo, que ya no podíamos estar el uno sin el otro y así nos íbamos a caminar los dos.
Hablando contigo yo me siento alegre y llena de paz, esa paz que me hacía falta para poder contigo estar.
Así, lo que al principio cuando entraba en tu casa, era para refugiarme del frío y de la oscuridad, ahora lo necesito, pues es el alimento del día para mi alma y si le falta este alimento, no podré con Dios estar.
(Elia)
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