Una señal inequívoca de que la tibieza se ha adueñado de un hombre es que ante palabras del Evangelio como: "Ama a tus enemigos, perdona siempre, no devuelvas mal por mal...”etc., se excusa diciendo: "No tengo madera de Santo". A personas así hay que abrirles los ojos, no con sermones sino con la Luz de la Palabra con pasajes como por ejemplo este: "El Señor me ha abierto el oído y yo no me resistí... ofrecí mis espaldas a los que me flagelaban..." (Is 50,5-6). Es, como sabemos, una profecía de la Pasión de Jesús que alcanzan también a los que pretendemos ser Discípulos suyos... el mayor título que existe ante los ojos de Dios Padre. Dicho esto, los que somos o aspiramos "a este título" no nacemos con madera de Santos, eso sí, somos conscientes de que llegaremos a serlo apropiándonos de la Fuerza Divina con la que Jesús revistió su Evangelio, la misma Fuerza que le permitió a Él sobreponerse al terror y angustia que sintió en el Huerto de los Olivos ante la inminencia de la llegada de Judas y compañía (Mc14, 33). Solo así, revestidos de la Fuerza que no tenemos, puede una persona acercarse a Jesús y decirle: “Aquí estoy Señor para ser tu Luz, tu Fuego, tu Esperanza para aquellos que de tanto fingir que son felices ya no son más que mechas humeantes". Sí, mechas humeantes pero enormemente queridas por Ti (Is. 42,3). Tu Evangelio Jesús, es tu Fuego, dame Fuerza para ir con él a mis hermanos.
P. Antonio Pavía
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