“…Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que también comió. Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos…” (Gen 3, 6-7)
Este muy conocido texto del Génesis, pone al descubierto muchas de las tentaciones del hombre de todo tiempo. ¡Qué necesidad tenían de comer nuestros padres, si tenían todo tipo de frutas a su alcance…! Es el sabor de lo prohibido lo que incita a Eva, sabor que no se ha disipado aún en la humanidad caída.
Pero es que, además, es apetecible a la vista. ¡Cuántas cosas en el mundo son apetecibles a la vista! Ya nos dirá el Mateo: “El ojo es la lámpara de tu cuerpo; si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está sano, pero si tu ojo está enfermo, ¡cuánta oscuridad tendrás…!” (Mt 6,22)
En otro lugar nos dirá la Escritura: “…no podré mis ojos en intenciones viles…” (Sal 101,3)
“…Ojos engreídos, corazones arrogantes no los soportaré…” continuará el Salmo más adelante.
Incluso Eva observó que el fruto prohibido era excelente para lograr sabiduría…sabiduría que no procedía de Dios.
Nos recordará el libro de la Sabiduría, en su capítulo 9: “…pues aunque uno sea perfecto ante los hijos de los hombres, sin la Sabiduría que procede de Ti será estimado en nada…” (Sb 9,6) Esta era la Sabiduría que le faltaba a Eva, la que procedía de Dios.
Y hay un detalle que no puede pasar desapercibido. Cometido el pecado de desobediencia a Dios, y de idolatría por querer ser como Él, se dieron cuenta que estaban desnudos.
Estar desnudos es estar en pecado, en la espiritualidad bíblica. Recordemos que Pedro, en la barca, después de la muerte de Jesús, y su consiguiente traición se considera en pecado. Y ha vuelto a su vida anterior. Dice textualmente: “…Dice Pedro: voy a pescar. Le contestan: vamos también nosotros…” (Jn 21,3)
Para Pedro ha sido todo un desastre. Un sueño hermoso, terminado en tragedia. Un fracaso por pensar que Jesús era el Mesías libertador… Y quiere volver a su vida anterior. Y no consiguen pescar nada…Nuevamente se aparecerá Jesús, en la orilla, en actitud de espera, no de reproche. Jesús sabe que no pueden aún “beber del cáliz que él les iba a dar”, a pesar de que en el episodio de la madre de las Zebedeos dijeran rotundamente: “…Sí, podemos beber el cáliz que Tú has de beber…” (Mt 20,22).
Solo lo reconoce Juan: “Es el Maestro”. Las ganas de volver a encontrarse con Él le hacen impetuosamente lanzarse al mar. Dice el Evangelio: “…Cuando Simón Pedro oyó: “es el Señor”, se puso el vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al mar…” (Jn 21, 7), como Adán y Eva, conscientes de su pecado.
Todo el capítulo 21 es muy enriquecedor, y dejamos al lector el placer de “escrutar” la Escritura, buceando en el texto.
Pues no tomemos ejemplo de nuestros padres, no escuchemos las voces del mundo, escuchemos la Voz de Jesús en su santo Evangelio, única Voz segura y fiable.
Alabado sea Jesucristo
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