En el caminar del hombre por la vida se presentan muchos caminos y UN CAMINO: el camino de los hombres y el Camino de Dios. Y hemos de elegir. Casi siempre elegimos, entre tantos, uno que más nos satisface en ese momento en función de las circunstancias del momento. Y, cuando llevamos un cierto recorrido, un mes, un año, varios años…nos damos cuenta de los errores cometidos, y nos pesa volver a empezar. Y cometemos el error de mirar atrás. Nos lo recuerda Jesucristo: “…Nadie que pone la mano en el arado y mira para atrás es apto para el Reino de Dios…” (Lc 9,62)
Lo cierto, independientemente del camino tomado, es que el Maligno nos tiende trampas constantemente. Muchos son los Salmos que imploran a Dios: ¡Alláname el camino…” El problema es que las trampas son cada momento diferentes, y ni tan siquiera caemos en la cuenta de que hay trampas, perfectamente ocultas a nuestros pasos, tapadas de placer, cuando no de una falsa creencia de que lo estamos haciendo bien.
“…Han tendido una red a mis pasos para que sucumbiera, han cavado delante de mí una fosa, pero han caído en ella…” (Sal 56). Salmo que, según san Agustín, canta la Pasión de Nuestro Redentor.
Permitidme un pensamiento gráfico: imaginemos un safari para cazar leones. Se hace una zanja enorme en el suelo, por donde se presume que va a pasar el animal. Se colocan ramas y plantas encima para taparlo, y en el recorrido se coloca algo que le pueda satisfacer, un pequeño animal indefenso, atado para que no escape, como trampa, que incita al animal a comérselo. Cuando la fiera huele al animalito, se acerca a él, pasando por la trampa, donde cae al fondo. De ahí es recogido por los cazadores.
Nosotros, de cara al Enemigo, somos ese animal indefenso, que está atado para que no escape; estamos atados a nuestras pasiones, nuestros lujos, nuestros gustos, nuestras aficiones…estamos atados al placer, a la vida fácil, al hedonismo. Y se nos tiende una trampa a nuestros pasos, conociendo nuestras apetencias…cada cual sabe ya cuáles son las suyas: casi todas pasarán por el amor al dinero; otras veces será nuestro propio “Ego”, vanidad, pedestal…así hasta completar la lista de los pecados capitales.
Puede incluso existir el engaño, la trampa, de creer que lo estamos haciendo bien. Que es más cómodo para mí aferrarme a una religiosidad que, sin ser mala, me distrae del Evangelio, la Verdad Revelada por excelencia. Pero que me dejan tranquilo. Además, a mi edad, no me quiero “complicar la vida”, pensamos…Cuando en realidad, el Evangelio nos “simplifica” la vida, nos pone de cara frente a la Verdad.
Quizá hayamos visto en las películas la anécdota que relato. Recordemos que en nuestra vida, como dice el Salmo 56, “…estoy echado entre leones, devoradores de hombres…”, y que sólo en el CAMINO DE DIOS, viviendo en su Presencia, abrazados al Evangelio, encontramos a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. (Jn 14,6)
(Tomás Cremades)
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