viernes, 1 de junio de 2018

Salmo 14(13).- El hombre sin Dios

Texto Bíblico:

(Del Maestro de coro. De David.)
 
Dice el necio en su corazón: «Dios no existe».
Todos se han corrompido cometiendo abominaciones: no hay quien obre el bien.
El Señor se inclina desde el cielo sobre los hijos de Adán, para ver si queda alguno sensato, alguien que busque a Dios. Todos andan extraviados y obstinados por igual: no hay uno que obre bien, ni uno solo.

¿No van a aprender los malhechores? Devoran a mi pueblo como si comieran pan, y no invocan al Señor.
 Pero a su hora temblarán de espanto, porque Dios está con los justos.
Podéis burlaros de los planes del pobre, pero su refugio es el Señor. ¡Ojalá venga desde Sión la salvación de Israel!
Cuando el Señor cambie la suerte de su pueblo exultará Jacob y se alegrará Israel. 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

 El corazón insensato y Dios

Nos llama  la atención por su contundencia la frase: «Dice el necio en su corazón: no hay Dios». Casi llegamos al desconcierto cuando el salmista, añade que «el Señor se inclina desde el cielo para ver si queda alguno sensato, alguien que busque a Dios».
Dios ve que el ser humano, aún aquellos que le dan culto, sólo se buscan a sí mismos. 
Esto es lo mismo que experimentó Jesús en medio de su pueblo a los que llega a decir: «¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?» (Jn 5,44). Y también escuchamos a Juan lo siguiente: «Sin embargo, aun entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero, los fariseos no lo confesaban para no ser excluidos de la sinagoga, porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios» (Jn 12,42-43).
Ante el patente pesimismo del salmista, nos da la impresión de que el hombre se siente impotente en esta situación. Sin embargo, tiene una iluminación en su espíritu, y sabe que Dios terminará compadeciéndose y actuará para cambiar esa insensatez en sabiduría; y, con estas palabras de esperanza, el salmista cierra su oración: «¡Ojalá venga desde Sión la salvación de Israel! Cuando el Señor cambie la suerte de su pueblo, exultará Jacob y se alegrará Israel».
Dios responde al grito del salmista, anunciando una promesa extraordinaria que va a cambiar el corazón insensato del hombre: Él mismo va a sembrar la Palabra en el corazón para llenarlo de su sabiduría. «Pondré mi Palabra en su interior y sobre sus corazones la escribiré y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,33).
Jesucristo, en quien se cumplen estas palabras proféticas, vive permanentemente con el oído abierto a la palabra del Padre; es más, Él mismo es la Palabra hecha carne y, por ello, tiene la plenitud de la sabiduría de Dios. Jesucristo rompe el velo de la incredulidad del ser humano, tiene el poder de abrir el oído de todo hombre y sembrar en su corazón la palabra de Dios. Esto fué lo que pasó con los dos de Emaús en el encuentro que tuvieron con Jesucristo. Fue como un Pentecostés. La Palabra en el corazón con la fuerza del fuego; y así acontece a lo largo de dos mil años. La pasión amorosa por la Palabra, el deleitarse con el Evangelio, establece una relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios, exactamente igual a la de los dos discípulos de Emaús con el Resucitado. Y es entonces cuando Jesús transforma nuestra insensatez en sabiduría.

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