Celebramos el envío del Espíritu Santo a la Iglesia por parte de Jesús. Hablamos del mismo Espíritu que le fortaleció a Él, en cuanto hombre, para poder llevar a cabo la misión de nuestra salvación, encomendada por su Padre. Así pues, el Espíritu Santo actúa a lo largo de nuestro caminar como discípulos de Jesús; es el Garante de nuestra fidelidad, lo que no nos hace inmunes a caídas. Nadie puede ser fiel al Señor movido solo por impulsos fervorosos; nuestra congénita debilidad sin la Fortaleza del Espíritu Santo, nos juega malas pasadas hasta el punto de dejarnos vendidos ante el poder del pecado como dice Pablo de sí mismo (Rm 7,14). Bien supo esto Pedro.. sus ínfulas de fidelidad a Jesús, se ahogaron ante las preguntas de una criada. Después podrás seguirme le había prometido Jesús (Jn 13,36). Así fue, Pedro, lleno del Espíritu Santo, expuso su vida en Roma una y mil veces por anunciar a Jesús y su Santo Evangelio. Al final alcanzó la palma del martirio. El don por excelencia del Espíritu Santo es el de revestirnos de la Fidelidad, la que nace, no de unos compromisos espoleados por fervores, sino del Amor Supremo; de Dios mismo. Él es el Creador de la Fidelidad de los suyos.
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)
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