La confesión es una fiesta con Dios
…”me confieso con Dios, no tengo por qué contarle mis cosas a un hombre…”
¡Cuántas veces habremos escuchado algo así! Con enorme dolor somos testigos de similares palabras…Y, en estas circunstancias, creo que hay que ser prudente para no contestar como pide “la carne y la sangre”, por usar un término bíblico. Cualquier contestación así daría paso al interlocutor a mantenerse aún más en su error, encontrando una justificación a sus palabras.
Ahora viene el problema o el doble camino que se nos presenta: Dejarle en su error, o, por amor a Jesucristo y su Evangelio, armarse del valor y la paciencia que sólo nos da Él, para, como en el camino de Emaús, comenzar una catequesis que no aplaste al interlocutor, sino que arroje Luz sobre él. Y es que en ese momento es Dios mismo quien nos envía su Gracia para poner en nuestra boca sus Palabras.
Es verdad que, al igual que Isaías, somos personas de labios impuros, que habitamos en un pueblo de labios impuros, (Is 6, 5-7), entendiendo la virtud de la pureza, no tanto en su sentido carnal, sino como seguidores de otros ídolos (dinero, egoísmo,…). Es entonces cuando hemos de dar el primer paso, que, como un resorte, debe saltar en nuestra mente: la invocación al Espíritu Santo. Que sea Él, con su sabiduría, la que hable por nosotros.
Creo que no podemos entrar en la discusión abierta de considerar si se tiene o no pecados. Naturalmente que los tenemos todos. La persona que lo niega, es posible que, teniendo buena voluntad, desconozca el verdadero sentido de “pecado”. No es bueno entrar con moralismos; eso vendrá después. Creo que es mejor entrar por el camino del Amor, amor con mayúsculas. Porque lo primero que necesitamos es saber que Dios existe, y para qué nos sirve Dios.
Porque si Dios no existe para él o ella, es inútil continuar hablando de pecado; nuestro diálogo será mejor tratar de encontrar ideas sensibles que delatan su existencia, como la visión de lo creado, el mundo que nos rodea, las limitaciones del Big Ban…
Si por ahí no entra, es posible que no se vaya con buena intención de “conocer a Dios”. Y entonces el “escudo humano” que se coloca, o le coloca el Maligno, tapa la realidad. Realidad que él conoce, pero que le vuelve la espalda por los motivos X.
Quizá habría que descubrir si esta persona rechazó a Dios por algún problema “mal digerido”, una muerte, una quiebra económica…
En cualquier caso, le habremos dado un tema para meditar, y ¡quién sabe! Puede estar iniciando el camino.
Alabado sea Jesucristo
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