A veces, solo a veces, la televisión sorprende con algo que, amparada en el terreno mundano, sirve para meditar y sacar de nuestro propio yo, pinceladas de fe.
Me refiero a un anuncio que salió hace años, pero que siempre me sirvió para meditar. ¡Curioso! El anuncio presentaba a un señor joven, que daba la mano a su esposa, ésta a su hijo mayor, éste a su hermano más pequeño, y así sucesivamente con varios niños más. El anuncio en cuestión no tenía nada de catequético, sino más bien de patético. Era de una compañía de seguros que incitaba al buen señor a acogerse a sus servicios, y le preguntaba. ¿Y tú, donde te agarras, quien te da la mano, quién te auxilia y vela por tus necesidades? La respuesta la podemos suponer, era la citada compañía de seguros que le ofrecía no sé cuántos seguros de hogar, de incendios, de vida, etc etc.
Yo ahora contestaría: yo me acojo a Dios. Es el único de quien me fio, el único que me da respuestas, es a quien yo puedo dar la mano en todo momento, que me acoge, me comprende, me consuela, siempre está al otro lado del teléfono de mi esperanza, nunca comunica, no está nunca reunido, porque para Él soy importante.
Dice Isaías: “…Voy a alzar hacia las gentes mi mano, y hacia los pueblos voy a levantar mi bandera; traerán a tus hijos en brazos, y tus hijas serán llevadas a hombros. Reyes serán tus tutores, y sus princesas, nodrizas tuyas. Rostro en tierra se postrarán ante ti, y el polvo de tus pies lamerán. Y sabrás que Yo Soy Yahvé , no se avergonzarán los que en mi esperan…” (Is 49,23)
Es un canto a la esperanza en el Señor, de los que en Él confían.
Meditando los Salmos, palabra revelada y rezada por Jesucristo, y cumplida en Él, el Salmo 24 nos dice: “el que espera en ti no queda defraudado, queda defraudado el que traiciona sin motivo”(Sal 24,3)
El profeta Daniel, con el cántico de los tres jóvenes en el horno donde han sido castigados por el rey Nabucodonosor, reconoce los pecados de Israel y entona un bellísimo canto conocido como el Cántico de Azarías, donde dice: “… que sea éste hoy nuestro sacrificio ante ti y volvamos a serte fieles, porque los que en ti confían no quedarán avergonzados…”(Dn, 3, 26-41)
Y el Salmo 111 dice textualmente: “…el justo no temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor…”(Sal 111,7)
Este “justo”, naturalmente es el Señor, pero también somos nosotros, los que le buscamos, los que queremos ser sus discípulos, ya que los Salmos también se cumplen en los que le buscamos sinceramente y de todo corazón.
Podríamos citar muchos textos de la Escritura donde se refleja la esperanza y confianza en Dios. Pero me paro en el Salmo 42, llamado “el lamento del levita desterrado”.
Dice así: “…por qué desfallezco ahora y me siento tan azorado? ¡Espero en Dios, lo alabaré, ¡salud de mi rostro Dios mío…!” (Sal 42, 6)
Por todo ello, pongamos nuestra confianza en Jesús, el amigo que nunca falla, como dice una estampita del Corazón de Jesús, el que no nos reprocha nuestros pecados, el que nos quiere como somos, el que comprende nuestro barro, el que nos espera a pesar de nosotros mismos.
Alabado sea Jesucristo
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