“…Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra, y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre…”
Nos situamos en los principios del apostolado de Jesús: sus primeras catequesis en Galilea. Ha anunciado su misión y envío en la Sinagoga, leyendo el texto de Isaías (Is 61, 1-2), cura a un endemoniado, y realiza los primeros milagros, curando a muchos enfermos, entre ellos a la suegra de Pedro. La gente se agolpaba alrededor del lago de Genesaret, y Él observa dos barcas que acaban de llegar a la orilla. Una es la de Pedro. Jesús solicita que le lleven un poco dentro del mar al objeto de tener una perspectiva más amplia para predicar, pues la gente se agolpaba para escucharle.
Sabemos que la “barca”, en el lenguaje de la Escritura, representa a la Iglesia. Llegan dos barcas, pero Él elige una: la de Pedro. Jesús empieza a perfilar su misión. Sin que nadie se de cuenta, ya está eligiendo la barca de Pedro, su Iglesia. Y llama la atención la exquisita solicitud del Maestro rogando a Pedro, que aún conservaba el nombre de Simón, para que le alejara un poco de tierra. Jesús se sienta, en toda su Majestad, anunciando con la predicación el Reino de Dios, que es Él mismo.
La postura de “sentarse”, representa una actitud de, diríamos, posesión; es una actitud del que se “adueña” de la situación que vive en ese momento. Recordemos que más tarde, cuando llame a Mateo, éste se encontraba “sentado” a la mesa de los impuestos, es decir, era “un impuesto viviente”, sólo vivía para el dinero. Mateo era “dueño” de su propia gloria: los impuestos, el dinero…
Pues en esa actitud, de su propia Majestad, Jesús enseña al pueblo. Se produce una comunicación tal que están ambos, Jesús y el pueblo, en oración. Jesucristo nos enseña a rezar así, dejando por unos momentos, que olvidemos todo lo que nos rodea, que no pensemos de dónde hemos venido, lo que hemos hecho, o lo que hagamos después. En esos instantes, estamos con Él. Eso es orar.
Y continúa el Evangelio: “…cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ·Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar…” Simón le respondió. “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada, pero por tu Palabra, echaré las redes” y, haciéndolo así pescaron gran cantidad de peces.
Jesús invita a “Remar mar adentro”. El mar en la Escritura es un lugar tenebroso, donde habita el Maligno, el Leviatán (Sal 104,26). Es donde hemos nosotros de entrar a predicar: a los alejados, a los tibios, a los que no conocen a Dios, o no quieren nada con Él…es el “mar adentro”, es el “Duc in Altum”, que significa ese “conducir hacia lo Alto”, hacia arriba.
Una vez que hemos orado, hemos de volver a nuestros quehaceres. Hay que volver a pescar, a faenar según nuestro propio trabajo.
Y Pedro cae de rodillas, lleno de temblor: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”. Es el primer acto de fe, al encontrase en presencia del Altísimo. Jesús contestó: “…No temas, desde hoy serás pescador de hombres”
Sabemos que, según la Tradición Apostólica, en el griego clásico la palabra “pez” se dice “Ichthys”, y los primeros cristianos formaban un acróstico con las palabras Iesous Theous Uios Sotes, esto es:Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador. El primero que “acuñó” este acróstico fue Clemente de Alejandría (150-215)
Un segundo acto de fe lo protagonizará mucho más tarde el apóstol Tomás. Cuando habiendo solicitado “palpar” con sus manos a Cristo resucitado, Éste se le presenta en carne mortal para dar crédito a su Resurrección. Tomás, de rodillas, como Pedro, dirá esa hermosa oración: “…Señor mío y Dios mío…”(Jn 20,28)
Alabado sea Jesucristo
(Por Tomás Cremades)
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