https://youtu.be/1Fxbz14NcsQ
Salmo de David. Cuando huía de su hijo Absalón.
Señor, ¡qué numerosos son mis adversarios, cuántos los que se levantan contra mí! ¡Cuántos son los que dicen de mí: "Dios ya no quiere salvarlo"!
Pero tú eres mi escudo protector y mi gloria, tú mantienes erguida mi cabeza.
Invoco al Señor en alta voz y él me responde desde su santa Montaña.
Yo me acuesto y me duermo, y me despierto tranquilo porque el Señor me sostiene.
No temo a la multitud innumerable,
apostada contra mí por todas partes.
¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, Dios mío!
Tú golpeas en la mejilla a mis enemigos
y rompes los dientes de los malvados.
En ti, Señor, está la salvación, y tu bendición sobre tu pueblo!
Tú eres Señor, mi escudo protector
En este Salmo oímos al justo, agobiado por la presión de los que le rodean.
El salmista nos habla de un hombre fiel, del que sus enemigos dicen: «Dios nunca va a salvarlo».
Esta figura nos traslada al mismo Jesucristo.
De hecho, cuando Israel da muerte al Mesías, piensa que lo hace en nombre de Yavé. No hay ninguna injusticia en condenar a Jesucristo, ya que ha dado muestras evidentes de culpabilidad, al pasar por alto la ley y el precepto, al desmitificar el Templo de Jerusalén y al desautorizar a los dirigentes y pastores del pueblo con su predicación.
Pero Jesucristo ve más allá del pecado de su pueblo, y cruza sus ojos con la mirada de su Padre: «Él me responde desde su santo Monte».
Sus ojos sobrepasan el mal que le rodea y oye una respuesta a sus sufrimientos desde la única boca de donde le puede venir. Es tal la comunión que tiene con su Padre, que le gritará en un postrero esfuerzo de su garganta: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Dios vence así, en su propio Hijo crucificado, al mal en todas sus dimensiones y nos regala esta victoria que es la que nos garantiza que podamos decir junto con Jesucristo: «Puedo acostarme y dormir y despertar, pues el Señor me sostiene». Efectivamente, Jesucristo se acuesta en el lecho de la Cruz y se duerme sobre ella y tiene conciencia de que Aquel que con su Palabra sostiene y mantiene firmes cielos y tierra, poderoso es para romper las ataduras de la muerte e introducirle en su presencia.
Termina este Salmo con: «De ti viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo». Y es así, en la resurrección de Jesucristo fuimos bendecidos y liberados del pecado original todos los hombres.
(Por el P. Antonio Pavía)
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