Ya profetizó Isaías: “…Es verdad, tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador. Quedarán afrentados los fabricantes de ídolos…” (Is 45, 15-18).
Y es que la humanidad, desde sus orígenes, ha buscado Alguien superior en quien descargar sus inquietudes…su vida. Y así, se fabrican ídolos representantes de ese Dios que no logran descubrir. El episodio del becerro de oro que nos narra (Ex 32), relata cómo el pueblo de Israel, viendo que Moisés tardaba en bajar de la cima del monte donde le había citado Yahvé, increpó a Aarón diciendo: “…Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues no sabemos qué ha sido de “ese” Moisés que nos sacó del país de Egipto…”
Este dios que solicitan es, como dirá el Salmo (135, 15) “hechura de manos humanas, tiene boca y no hablan, nariz y no huelen, ojos y no ven…sean como ellos los que los hacen, los que en ellos ponen su confianza…”. Es un dios a medida, un dios que no molesta porque nunca te va a denunciar…un dios que no te compromete ni perturba tu paz, aunque en tu interior sepas que todo es una falacia.
Y le dice a Aarón:“ese”, sin ni tan siquiera llamarle por su nombre. Les ha sacado de las penurias de la esclavitud, y ¡pronto se han olvidado de él! Y llama la atención ese pronombre: “ese”. Suena despreciativo. Es el mismo lenguaje que emplea la parábola del Hijo Pródigo: “…y ahora, que ha venido “ese” hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda, has matado, para él, el novillo cebado…” (Lc 15,30).
Para los israelitas, el nombre no es como en nuestro idioma español: nosotros identificamos por el nombre a la persona que lo lleva. Pero los judíos, el nombre, que siempre se lo pone el padre, representa, además, la transmisión de su propio gen, de su propio ser. Y en ambos casos, el interlocutor menosprecia con la palabra “ese”, sin identificarle por su nombre.
Y a este dios, hay que contentarlo para que no se enfade; y así le ofrecen sacrificios y oraciones para que no se vuelva contra ti. Es realmente UN DIOS DESCONOCIDO.
Y tiene que venir Jesucristo a enseñarnos quién es Dios, y Él como Hijo del Padre.
Tomando ambos episodios, es muy interesante la catequesis de Pablo en el Areópago de Atenas. Se narra en el libro de los Hechos de los Apóstoles, (Hech 17,22).
Al ser un texto relativamente largo, se emplaza al lector a acudir al mismo, y vamos a ir comentando algunas notas catequéticas que nos pueden ayudar en nuestra reflexión sobre el CULTO A UN DIOS DESCONOCIDO.
Pablo ha ido a Atenas, y predicaba en la sinagoga. Y tanto era así, que ya le consideraban “un charlatán”. Pablo discute con los epicúreos y estoicos, movimientos hedonistas los primeros, y los segundos, descendientes de la filosofía de Zenón de Citio, no consideraban ninguna acción buena ni mala, sino más bien, se aferraban a la intencionalidad de la misma para considerarla o no, punible. En este ambiente se desenvuelve Pablo.
Y le citan en el Areópago, lugar donde se reunía el Consejo Supremo de Atenas. Este lugar se encontraba al sur del Ágora, colina donde se situaba el centro político, cultural administrativo, comercial de Atenas.
Y Pablo, lleno de la Gracia de Dios, comienza con un elogio: “Atenienses: veo que sois hombres extremadamente religiosos. Contemplando vuestros monumentos sagrados encontré un altar con esta inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO…”. Ya no tenéis que esperar más: ese Dios desconocido os lo anuncio yo.
Y va desgranando poco a poco, desde los orígenes la imagen de Dios Creador. Y les explica que este Dios desconocido, Señor de Cielo y tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, sino que vive dentro de nosotros: “…por Él vivimos, nos movemos y existimos…”; y añade: “…somos estirpe suya…”, recordando con esta expresión a sus mismos poetas.
¡Qué inteligencia la de Pablo! ¡Cómo les abre poco apoco, sus oídos…! Y termina: “…Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del Hombre a quien Él ha designado; y ha dado a todos garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos…”
De esta forma les anuncia la llegada de Jesucristo (el Hombre a quien él ha designado), y anunciando su Resurrección.
Naturalmente, esto chocó con la filosofía de entonces, ellos, que no creían en la resurrección de los muertos, y se burlaron de él diciendo: “…De esto ya te oiremos en otra ocasión…”
No obstante la catequesis de Pablo no fue baldía, pues muchos atenienses se convirtieron como Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris…y ¡cómo no! Nosotros, que aprovechamos estas “perlas bíblicas” de Pablo, para conocer mejor a Jesús.
Desde entonces ya no es para nosotros un Dios desconocido: Jesucristo nos lo ha dado a conocer: “…Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre…” (Jn 14,9), dice Jesús a Felipe.
(Tomás Cremades)
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