No es fácil este vivir en la presencia del Señor, tomar conciencia de ello. Nos levantamos por la mañana, con las prisas de llegar pronto a nuestro trabajo, a realizar nuestras actividades…y está muy bien, la obligación hay que cumplirla. Pero… ¿vivo en la Presencia del Señor?
Lo más probable es que ni tan siquiera me lo haya planteado; Dios está ahí…y es bueno que esté, sobre todo cuando me hace falta; - siempre me hace falta -, pero sólo acudo a él, -eso si lo hago-, cuando me encuentro perdido y no encuentro salida. Eso es recurrir a un dios “conseguidor” de mis caprichos. Para eso me sirve Dios.
Y la pregunta sigue estando en el aire: ¿Vivo en la Presencia del Señor? ¿Es para mí importante comenzar el día con una oración?
Es que no tengo tiempo, Dios es Padre y me ama y me comprende… ¡Claro que lo es, y naturalmente que me ama, y, por supuesto que me comprende…! Pero es que Dios ya nos dijo hace miles de años: “…amarás a tu Dios con TODO tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas…” (Dt 6.4)
Y no dejamos nada más que una parte de nuestro corazón, (eso si lo dejamos), para amar a Dios. Alguien dijo: “la medida del amor es amar sin medida”, y creo que por ahí empezamos a entender.
Vamos a ver qué nos dice la Escritura, ya que nos pica la curiosidad de la pregunta.
Se pregunta el salmista:
“… ¿De verdad que el Señor se ocupa de mi causa?...” Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa (Sal 43,1)
Y esta justicia que reclama el salmista, es la de “ajustarse” a Dios. Lo mismo que una mano se ajusta la otra, así se ajusta mi alma al Señor. Con esta visión puedo comenzar a vivir en su Presencia
Desde siempre ha habido una inquietud en el hombre por las cosas de Dios, sea el Dios de los católicos, el de los musulmanes, el de los judíos…incluso esos dioses de otras religiones a los que hay que rendir culto y tributo para que no se enfaden. En todos ellos está la semilla de Dios, siendo así que en la religión Católica está la plenitud de la Revelación. Ya en los tiempos antiguos, cuando el rey David daba gloria a Dios con los Salmos, entonaba esta estrofa tan bella:
“…Una cosa pido al Señor, es lo que ando buscando: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, admirar la belleza de Yahvé, contemplando su Templo…” (Sal 27,4)
Pero, ante todo, vivir en la presencia del Señor, es una Gracia de Dios. Una gracia que hay que pedir, que Él concede, pero, al mismo tiempo, respetando nuestra libertad. Dios quiere ser amado en libertad, no nos obliga a quererle. Tanto poder dio al hombre, que le permite incluso rechazarle. ¡Cuántas veces no le habremos rechazado!
Para vivir en su presencia lo primero es estar en Gracia de Dios: Mirar para el interior de nuestra alma, abrir el armario inconfesable que llevamos dentro, acudir al Sacramento de la Reconciliación, y tomar su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía.
Así comenzamos en sintonía con Dios. Dicho lo cual, no nos podemos dar por satisfechos. Hemos de avanzar, porque el que no avanza, retrocede.
Por la mañana, hemos de encontrar media hora para la oración de Laudes. Hay muchas personas que no saben cómo y dónde se encuentran estas oraciones. En el libro del Diurnal, con la ayuda de un sacerdote o persona habituada a estas oraciones, se puede comenzar. Incluso es bueno que estas personas nos introduzcan en ello, porque al principio se puede uno despistar.
Hoy en día hay páginas en Internet que nos introducen en estas oraciones, y que por no publicitar, no incluyo.
Igualmente, al atardecer, la oración de Vísperas nos lleva ante Él, y, al acostarse, la oración de Completas nos ayuda a descansar en el Señor.
Durante el día, sobre las doce de la mañana, hemos de rezar el Ángelus, que nos llevará cinco minutos. Los mejores cinco minutos “perdidos” para Dios.
Quizá nos hayamos olvidado de “bendecir la mesa” antes de las comidas. Quizá no lo hagamos del todo bien: hay personas que bendicen los alimentos que Dios nos da, a la persona que los ha realizado…está casi bien. Pero la bendición siempre es para Dios, que es el dador de todo a todos.
Con estas devociones, el Señor nos irá abriendo el oído para escucharle, nos enseñará a rezar, y nos irá presentando ocasiones de encontrarlo, en catequesis, en charlas, en conversaciones con nuestros amigos…Así comenzaremos esta experiencia maravillosa de VIVIR EN SU PRESENCIA TODOS LOS DÍAS DE NUESTRA VIDA
(Tomás Cremades)
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