La sociedad actual, cuando quiere hacer el panegírico de alguien, dice esta frase: Es, o era,-según si ha fallecido o no-, “amigo de sus amigos”. Y lo presenta como un valor intrínseco. La sociedad actual, huye de la realidad del Evangelio, huye porque el Evangelio le pone frente a sus pecados… y eso ¡molesta!
De entre todas las religiones que existen, hay notables diferencias, y también similitudes, pues todas tienen una semilla de Dios. La única verdadera es la religión Católica, Apostólica, Romana, bajo la autoridad del Papa de Roma, Vicario de Cristo en la tierra. Pero entre todas estas diferencias, hay una que nos define: el amor a los enemigos.
No se trata tan solo del respeto, de la ayuda, de la comprensión…y de todas las calificaciones de bondad que queramos añadir, que también. Es el amor a los enemigos.
En el Discurso Evangélico por excelencia, las Bienaventuranzas, Mateo escribe estas palabras de Jesús: “…Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿No hacen eso mismo los publicanos?...” (Mt 5 46), siendo así que el pueblo judío consideraba pecadores a éstos.
“Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos…” (Mt 5, 43-46)
Muchas personas integradas en la Iglesia, se sienten incapaces de seguir estos preceptos del Señor. “Soy incapaz de perdonar las ofensas que me han hecho”, confiesan. Y, ciertamente, si no nos ilumina la Luz del Evangelio, que es el mismo Jesucristo, el hombre, con sus únicas fuerzas, es incapaz de perdonar y, en consecuencia, de amar a sus enemigos.
Y esto es un proceso, que comienza por mirarse para dentro, ver la lepra que llevamos en el pecho, como Moisés vio la suya en el relato en que entabla un diálogo con Yahvé, cuando éste le envía a hablar con los israelitas. (Ex 4,6)
Pero a la Voz de Yahvé,- que es la Palabra de Dios-, Moisés vuelve a meter la mano y la saca limpia de ella. La Palabra de Dios, su Evangelio, es la Fuerza de Dios que nos limpia de nuestros pecados y nos da la fuerza para el envío.
“…Vosotros ya estáis limpios gracias a la Palabra que os he anunciado…” (Jn 15,3) nos dice Jesús en la catequesis de “La vid verdadera”. Es decir, la Palabra, el Evangelio, limpia nuestra alma.
Pues aquí está la clave: Hablar con el Señor meditando su Palabra, y pedirle que ésta sea eficaz en nosotros. La Palabra de Dios siempre es válida, pero si no se recibe, si cae en tierra no fértil, no será eficaz para nuestra alma.
Y si no podemos aún perdonar, y eso nos impide “amar”, comencemos por rezar por los enemigos, que el Señor hará en nosotros el resto, cambiando nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.
“…Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne…” (Ez 36, 26)
(Tomás Cremades)
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