Hoy el Evangelio trata de la mirada de Jesús y la de los hombres. Nosotros estamos inclinados a dejarnos deslumbrar por las apariencias. En este sentido Jesús dice a sus discípulos que se cuiden de los fariseos, que en general se servían de sus cumplimientos religiosos para ser honrados y agasajados e incluso beneficiados económicamente por la gente incauta.
Está previniendo a los suyos de estos farsantes y de pronto aparece en escena una pobre mujer, ofreciendo un par de pequeñas monedas para el culto del Templo. Nadie reparó en ella, lógico, ni llevaba gran vestimenta ni su aportación era relevante. Hasta ahí la mirada de los hombres; veamos la del Hijo de Dios. Su mirada se posó lentamente en ella, alcanzó su corazón y entonces la alabó ante sus discípulos para que aprendiesen a mirar a los hombres como El los mira. Les dijo que esa mujer y los que como ella actúan, roban el corazón de su Padre porque lo poco que ofreció constituía su sustento para ese día. Entendamos bien, no alabó su generosidad, que también, sino su confianza en Dios su Padre consciente de que la cuidaría por ser más valiosa a sus ojos que las aves del cielo y los lirios del campo. Se llama Fe, sí, la Fe que está a años luz de la especie de pantomima que le ofrecen cada día no pocos fariseos que necesitan pregonar lo que hacen ..no por Dios, sino para dar lustre a sus fachadas.
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)
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