Los hombres necios son de por sí sensacionalistas, por eso, ante pasajes evangélicos como el del Evangelio de hoy, ven, en catástrofes que siempre ha habido, que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. El caso es que a través de los siglos siempre ha habido profetas falsos, también de pocas luces, que alertan a la gente acerca del aniquilamiento del cosmos.
Los hombres sabios, aún estando abiertos a las mismas señales, se preocupan en abrir su alma al Señor que como leemos hoy está a las puertas. Más que preocupación, es un deseo amoroso, un vigilar por tener a punto el aceite de sus lámparas ante el paso de Dios.
El problema de los necios es que de tanto fijarse en ésta o aquella señal, descuidan las lámparas de su alma y las tienen apagadas, prácticamente muertas.
Se trata pues de que dejemos un poco de lado las señales y vivamos para la Señal: el Rostro de Dios y su Presencia en lo más profundo de nuestro ser... por eso estaremos vivos y seguiremos viviendo al traspasar el umbral de la muerte.
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