martes, 29 de enero de 2019

“…ACOSTADO, MEDITA EL CRIMEN…”

Meditación al Salmo 35

Me haría esta pregunta: ¿Cuántas veces, acostado, he pensado en vengarme? ¿Cuántas veces he deseado en mi corazón tener la posibilidad de devolver el mal recibido, y si puede ser, duplicado?

A lo largo de la vida se presentan circunstancias en las que se recibe el mal, por parte de personas, amigos, compañeros de trabajo, e incluso de la familia. Naturalmente que si esto sucede, es en el entorno de nuestra vida, en el círculo de nuestras relaciones.

Está presente en nuestra naturaleza caída, por el pecado original, el “ojo por ojo y diente por diente”. La Ley del Talión. Y, si se puede, devolver el mal por duplicado. Incluso está en la Escritura, en el antiguo Testamento. Se puede ver en los siguientes textos: (Ex 21, 23-25); (Lv 24, 18-20); (Dt 19,21). La denominación de “talión” viene de la expresión latina “lex talionis”, que se refiere al principio jurídico de justicia retributiva.

Desde la antigüedad ha estado presente: nos podemos referir al Código de Hamurabi, en el antiguo Egipto, la Ley de las XII Tablas de Roma, la llamada “ley Blutrache”, en los países germánicos, e incluso hoy en día en algunos ordenamientos jurídicos de algunos países musulmanes.

Tiene que venir Jesús, para poner paz en el corazón humano. “…”No he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento…” (Mt 5, 17) Y no solamente lo dice: con su Pasión y Muerte, no siendo culpable, canceló la deuda pendiente de la Humanidad caída (Rom 6, 6-7), nos recuerda Pablo.

El Salmo 35 nos dice: “…El malvado escucha en su interior un oráculo de pecado: No tengo miedo a Dios ni en su presencia, porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida. Acostado, medita el crimen, se obstina en el mal camino, no rechaza la maldad…”

Así somos, o hemos sido tantas veces…en pequeñas cuestiones, pues nuestro crimen parte de nuestra murmuración – es lo que en la Escritura dice: tener las manos manchadas de sangre -, del excesivo valor del “ego”, del orgullo, la prepotencia… y muchos etcéteras. E incluso, alardeamos de ello, y, orgullosos, lo comunicamos a los demás buscando el aplauso.

Así somos o, por Gracia de Dios, ya hemos dejado de serlo. Es la influencia aún del pecado original. Por eso, es importante ponerse en las Manos de Dios, sin el cual, es imposible lavar esta mancha. El salmista continúa: “… ¡Qué inapreciable es tu Misericordia, oh Dios! Los humanos se refugian a la sombra de tus alas...”

Como hemos dicho tantas veces, las alas de refugio, donde han de lavarse nuestras maldades, son los Brazos de Cristo, abiertos en la Cruz, cual alas de águila.

Por tanto, “dejemos las actividades de las tinieblas, y pertrechémonos con las actividades de la Luz”. (Rom 13,11-14ª)

 

 

 (Tomás Cremades)

www.comunidadmariamadreapostoles.com

 

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