Con gozo incontenible, pues nos atañe directamente, palpamos con nuestra alma este Evangelio del Bautismo de Jesús. Sabemos que su inmersión en las aguas simbolizo su muerte y su emersión, la resurrección. Al emerger de las aguas su Padre testificó ante todos: Este es mi Hijo amado en quien me complazco. Testimonio que da también acerca de sus discípulos. Los discípulos de Jesús no somos gente intachable ni extraordinaria, eso sí, llevamos en la médula del alma, como diría San Agustín, grabado su Evangelio. Al morirnos, mortales como somos, nos descienden a la tumba pero emergemos hacia Dios por la Fuerza de Salvación del Evangelio que hemos escuchado, amado y acogido (Rm 1,16). Así es; cuando muere un discípulo de Jesús, el Evangelio al que se ha abrazado, no abandona su alma y como si fuera una espada del Espíritu (Ef 6,17) rasga el Cielo… entonces El Padre, al ver en él grabado el Discipulado, abre gozoso sus brazos y exultante exclama: ¡También tú eres mi hijo amado, en ti me complazco!
P. Antonio Pavía comunidadmariamadreapostoles.com
viernes, 8 de enero de 2021
Reflexión al Domingo de la Fiesta del Bautismo de Jesús (Mc 1, 7-11)
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