1 ¡Aleluya!
Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
2 vosotros que servís en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.
3 Alabad al Señor, porque es bueno.
Tocad para su nombre, porque es agradable.
4 Porque él se escogió a Jacob,
hizo de Israel su propiedad.
5 Sí, yo sé que el Señor es grande,
que nuestro Dios supera a todos los dioses.
6 El Señor hace todo lo que quiere
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.
7 Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta el viento de sus depósitos.
8 Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
9 Envió signos y prodigios,
en medio de ti, Egipto,
contra el faraón y sus ministros.
10 Él hirió a pueblos numerosos
y destruyó a reyes poderosos:
11 a Sijón, rey de los amorreos,
a Og, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
12 Dio su tierra en herencia,
herencia para su pueblo Israel.
13 iSeñor, tu nombre es para siempre!
Señor, tu recuerdo pasa
de generación en generación.
14 El Señor gobierna a su pueblo
y se compadece de sus siervos.
Los ídolos de las naciones Son plata yoro,
hechura de manos humanas:
16 tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,
17 tienen oídos y no oyen,
ni siquiera hay un soplo en su boca.
18 ¡Sean como ellos los que los hacen,
todos los que confían en ellos!
19 ¡Casa de Israel, bendice al Señor!
iCasa de Aarón, bendice al Señor!
20 ¡Casa de Leví, bendice al Señor!
¡Fieles del Señor, bendecid al Señor!
21 Bendito sea el Señor en Sión,
él que habita en Jerusalén.
¡Aleluya!
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 135
Elección y servicio
El salterio pone ante nuestros ojos esta proclamación del
pueblo, convocado en inmensa asamblea. Da gracias a Yavé
recordando, agradecido, su historia. Historia toda ella
marcada por la acción benéfica de Yavé sobre su pueblo.
Entresacamos algunos de los hechos gloriosos de Dios,
alrededor de los cuales Israel forja su espiritualidad: «Él
hirió a los primogénitos de Egipto, desde los hombres hasta
los animales. Envió signos y prodigios, en medio de ti,
Egipto, contra el faraón y sus ministros. Él hirió a
pueblos numerosos y destruyó a reyes poderosos... Dio su
tierra en herencia, herencia para su pueblo, Israel».
Israel hace hincapié en reconocer y agradecer la
benevolencia de Dios en favor suyo. Es necesario señalar
que encontramos en el salmo el punto de partida que da
lugar a numerosas intervenciones salvíficas de Yavé. Nos
referimos a la conciencia clarísima que tiene el pueblo de
que todo le viene dado por su elección. Sabe que Dios paseó
su mirada sobre la tierra y se fijó en él para llevar a
cabo su obra de salvación: «Alabad al Señor, porque es
bueno. Tocad para su nombre, porque es agradable. Porque él
se escogió a Jacob, hizo de Israel su propiedad».
El concepto que tiene Israel de su elección está en
consonancia con el que tiene de la misericordia de Dios. Se
sabe elegido no por su grandeza, méritos o fidelidad, sino
porque Dios, en su amor y bondad, lo ha querido así: «No
porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha
prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el
menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que
os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros
padres...» (Dt 7,8).
Conforme Israel va creciendo y madurando en su
experiencia de Dios, percibe que su elección no es sino el
pórtico de entrada de una elección-amor universal que
abarca a todos los pueblos de la tierra. Vemos entonces
cómo Dios instruye a sus profetas de forma que éstos puedan
ver en el Mesías prometido el elegido de Yavé para extender
su luz, proyectada en primer lugar sobre su pueblo y, a
partir de él, a todas las gentes y naciones: «Yo, Yavé, te
he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te
he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes»
(Is 42,6).
Es muy importante señalar que Israel entiende,
conforme Dios le va iluminando, que su elección no es tanto
motivo de supremacía o encumbramiento, sino una vocación de
servicio en beneficio de toda la humanidad. Del seno del
pueblo ha de nacer el Mesías, el elegido, por quien el amor
y la misericordia de Yavé, que tan bien conocen, atraviesen 279
sus fronteras y, como un torrente imparable, alcancen a
todos los hombres.
La expectativa de Israel, alimentada e iluminada por
los profetas, se hace realidad visible en el Mesías. Es
más, en el acontecimiento de la transfiguración, Dios Padre
da testimonio de que Jesucristo es el elegido anunciado por
los profetas. Es en el monte Tabor donde Yavé presenta a su
Hijo como su Palabra; por eso dice: ¡escuchadle!
Es fundamental que el mismo Yavé sea quien testifique
acerca de su Hijo anunciándole como el elegido que
esperaban; y es fundamental también que la voz de Dios
exhorta a los tres apóstoles a una sola y perentoria
actitud: Que le escuchen. En Pedro, Juan y Santiago, Dios
está invitando a todos los hombres a prestar atención a las
palabras de su Hijo porque son palabras de vida eterna,
como muy bien entendió Pedro, uno de los testigos, cuando
le dijo a Jesús: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes
palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tú eres el
santo de Dios» (Jn 6,68-69).
El Señor Jesús, el elegido de Dios, tiene a su vez
poder para elegir, para elegirnos. No es el hombre-mujer
quien elige a Dios; es Él quien nos elige a nosotros, y con
los mismos parámetros con los que Yavé escogió a su pueblo:
para hacer un servicio, para dar frutos de salvación en
beneficio del mundo.
Que el discipulazgo, la vida de fe, es un don de Dios
concedido al hombre por medio de Jesucristo, era una
realidad meridiana para los primeros cristianos. Veamos,
por ejemplo, cómo empieza la segunda Carta del apóstol
Pedro: «Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los
que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo
les ha sido concedida gratuitamente una fe tan preciosa
como la nuestra» (2Pe 1,1).
En la medida en que los elegidos del Señor Jesús dan
fruto, el mundo, la humanidad, se salva, ya que a la vista
de la luz que irradian, los hombres dan gloria y alaban al
Padre: «Vosotros sois la luz del mundo... brille así
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos» (Mt 5,14-16).
Jesucristo elige a sus discípulos no con una varita
mágica ni al capricho del azar: la elección se hace
efectiva por la fuerza de la predicación del Evangelio.
Esto es lo que nos dice el apóstol san Pablo: «Conocemos,
hermanos queridos de Dios, vuestra elección; ya que os fue
predicado el Evangelio...» (1Tes 1,4-5).280