Tanto nos ama Dios que entregó a su Hijo por cada uno de nosotros. Creo que ésta entrega de Jesus, tan dolorosa como humillante, resquebraja nuestras soberbias y nos abre al asombro y de ahí a la adoración. Fijémonos por ejemplo en Pablo. Nos lo imaginamos arrebatado por una sorpresa amorosa que le supera. Con mano temblorosa escribiría : " No vivo yo, es Cristo quien vive en mí...me amó y se entrego por mí.." Gal 2,20 . Es como si se hubiese abstraído de la humanidad entera, se quedase a solas con Él y solo acertase a susurrarle: ¿Quien soy yo para que te hayas entregado así por mí? Quien es capaz de preguntar esto a Dios ya está en condiciones de adentrarse en su Misterio...ya dobló ante Él las rodillas de su corazón.
(Por el padre Antonio Pavía )
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