Recuerdo cuando era niño que, la clase por la mañana se iniciaba con una oración. Y recuerdo que en el estrado del profesor, en la pared, en formato grande, había pintado un teléfono. Eran tiempos en que el teléfono de pared, negro, no estaba implantado en todas las casas. Y comenzábamos la oración con la señal de la Cruz. Y nos decía el profesor: “la señal de la Cruz es como cuando marcas el número de teléfono para comunicar con alguien. En este caso, con esta señal, te pones en contacto con Dios”.
Creo que es bueno comenzar con la señal de la Cruz nuestras oraciones, aunque lo hagamos de forma inconsciente. Pero yo siempre recordaré este símbolo del teléfono que me lleva necesariamente a la comunicación con el Señor.
Y después, creo que es importante rezar la oración del “Señor mío Jesucristo…”, en la que pedimos perdón por nuestros pecados y nos abre las puertas para la oración posterior.
Y pedimos: “…Señor, ¡ábreme los labios! Y mi boca proclamará tu alabanza…”. Y es que, de la misma forma que con la boca cerrada no podemos recibir el alimento, con la boca del alma, si está cerrada, tampoco podemos recibir el alimento de la oración.
No en vano dirá el salmo:”…Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saqué del país de Egipto, ¡abre tu boca que te la llene!…” (Sal 81,11)
Es curiosa esta forma de pedir al Señor: “…mi boca proclamará tu alabanza…” La única Palabra que se proclama es precisamente la Palabra, el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, mi boca estará en disposición de alimentarse con el Evangelio. Fijémonos que en la celebración de la Eucaristía, el celebrante al abrir el Evangelio dice: “proclamación del santo Evangelio según…”
Pues comencemos la mañana en la presencia del Señor, que él se cuidará de nosotros durante el día, para que también “nuestro pie no tropiece en piedra de escándalo “(Sal 90)
Alabado sea Jesucristo
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