Salmo 77(76): Texto Bíblico
1 Del maestro de coro. .. Yedutún. De Asaf Salmo.
2 iA Dios levanto mi voz gritando!
iA Dios alzo mi voz y él me escucha!
3 En el día de la angustia busco al Señor.
Por la noche extiendo las manos sin descanso,
y mi alma rehúsa el consuelo.
4 Me acuerdo de Dios y gimo,
medito y me siento desfallecer.
5Tú sujetas los párpados de mis ojos,
me agito y no puedo hablar.
6 Pienso en los días de antaño,
recuerdo los años remotos.
7 De noche reflexiono en mi corazón,
y meditando me pregunto:
8 ¿Va a rechazarnos el Señor para siempre?
¿Ya no volverá a favorecernos nunca?
9 ¿Se ha agotado su misericordia?
¿Se ha terminado para siempre su misericordia?
10 ¿Acaso Dios se ha olvidado de su bondad,
o ha cerrado sus entrañas con ira?
11 Y me digo: «¡Esta es mi pena!:
¡Ha cambiado la diestra del Altísimo!».
12 Me acuerdo de las proezas del Señor,
recuerdo tus portentos de antaño,
13 medito todas tus obras,
y considero tus hazañas.
14 ¡Oh Dios, tus caminos son santos!
¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?
15 Tú eres el Dios que hace maravillas,
mostrando tu fuerza a las naciones.
16 Con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.
17 Te vio el mar, oh Dios,
te vio el mar y tembló,
las olas se estremecieron.
18 Las nubes derramaron sus aguas,
tronaban los nubarrones,
y tus flechas zigzagueaban.
19 Rodaba el estruendo de tu trueno,
tus relámpagos iluminaban el mundo,
la tierra retembló estremecida.
20 Abriste un camino entre las aguas,
un vado en las aguas torrenciales,
sin dejar rastro de tus pasos.
21 Guiaste a tu pueblo como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.
https://youtu.be/KPR4Ri8oPtQ
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
¿Se acabó la Palabra?
El salmista entona una plegaria
que más bien es el clamor de un alma angustiada y dolorida. Evoca las numerosas
intervenciones de Yavé en favor de su pueblo, su rescate de la opresión de
Egipto: «Tú eres el Dios que hace maravillas... Con tu brazo rescataste a tu
pueblo, a los hijos de Jacob y de José». Y más aún, recuerda con enternecedora
nostalgia cómo Dios pastoreó a Israel como rebaño de su propiedad, y lo condujo
por el desierto hacia la tierra prometida: «Guiaste a tu pueblo como a un
rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón».
El autor está viviendo una
tentación terrible, algo así como que las acciones salvadoras de Dios para con
su pueblo no tuviesen más valor que un simple recuerdo: «Me acuerdo de las
proezas del Señor, recuerdo tus portentos de antaño».
Es tan fuerte la sensación de
abandono que Israel experimenta en el destierro, que su alma, como si estuviera
en un delirio, llega a balbucir esta queja por medio de nuestro hombre orante:
«¿Va a rechazarnos el Señor para siempre? ¿Ya no volverá a favorecernos nunca?
¿Se ha agotado su misericordia?».
La angustia abismal golpea las
entrañas del pueblo elegido y llega a su culmen de desamparo cuando la oración
se desgarra con este grito que aglutina todas las desgracias posibles. Pregunta
el salmista a Dios: «¿Se ha terminado para siempre su misericordia?».
Nuestro autor sabe muy bien que
Israel es un pueblo privilegiado, elegido entre todos los de la tierra, porque
Yavé ha pronunciado su Palabra sobre él. Una Palabra que tiene poder creador,
poder para elegir, poder para salvar... Y ahora ¿no hay más Palabra para el
pueblo? Si se acabó la Palabra para Israel, se acabó su historia de salvación.
De ahí su oración más que desesperada: ¡No tenemos tu Palabra! Esta condición
de abatimiento total ¿será para siempre? Oigamos sus gemidos lastimeros:
«¿Acaso Dios se ha olvidado de su bondad, o ha cerrado sus entrañas con ira? Y
me digo: “¡Esta es mi pena!: ¡Ha cambiado la diestra del Altísimo!”».
¿Qué hace Dios? ¿Cómo va a
responder al dolor tan inhumano de este fiel que acude a Él? Por mucho que haya
pecado el pueblo, ¿se va a quedar indiferente ante una súplica tan trágica como
tierna? ¿Cuál será la respuesta de Dios? «Y la Palabra se hizo carne y puso su
morada entre nosotros» (Jn 1,14).
San Juan en su primera Carta
nos dice que, efectivamente, que la Palabra estaba vuelta hacia el Padre, es
decir, cara a cara con Él, y que se manifestó, se volvió hacia el hombre para
que este pueda también vivir de ahora en adelante cara a cara con el Padre, con
Dios.
Es impresionante la riqueza de
detalles con que Juan nos transmite este acontecimiento de salvación al que
llamamos la gracia de todas las gracias. Son detalles personales pero que
abarcan a todos los apóstoles, y también a todos los que con ellos anuncian el
Evangelio en los primeros tiempos de la Iglesia. Escuchemos a san Juan: «Lo que
hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos,
acerca de la Palabra de la vida, pues la vida se manifestó y nosotros la hemos
visto y damos testimonio y os anunciamos, es decir, os transmitimos, os ofrecemos,
de parte de Dios y en su nombre, la vida eterna».
Es profundamente iluminador
constatar cómo, los primeros anunciadores del Evangelio, transmitían a sus
oyentes, a sus rebaños, lo que ellos mismos veían, oían, tocaban y contemplaban en
la Palabra que vivían por la fuerza y poder de Jesucristo. La Palabra era su
Emmanuel, su Dios con ellos en toda su riqueza, con todo su poder para
levantar, reconstruir y, por supuesto, engendrar hijos de Dios.
El broche de oro de este texto
de la primera Carta de Juan que estamos comentando, es que Juan tiene
conciencia de que la experiencia de ver, oír, tocar y contemplar que les da la
vida, no era un privilegio para él y los que habían seguido al Hijo de Dios
desde el principio. Sí era y es un privilegio; pero para todos los oyentes que
acogían la predicación. Veamos cómo sigue el texto: «Lo que hemos visto
y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1Jn 1,1-4).
Cuando dice Juan que les
anuncia para que estén en comunión con ellos, les está garantizando las
características de esta comunión. También ellos, es decir, los oyentes y
acogedores de la predicación, están capacitados por Dios mismo para verle,
oírle, tocarle, contemplarle en la Palabra. Por eso, san Juan la
llama Palabra de vida, porque nos hace entrar en comunión con los hombres y con
Dios. Nos permite vivir cara a cara con el hombre y cara a cara con Dios. He
ahí el doble mandamiento anunciado por Jesús.
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