domingo, 22 de septiembre de 2024

SALMO 87(86).-Sion madre de los pueblos

De los hijos de Coré. Salmo. Cántico.

1 Sión fue construida sobre el monte santo,

2 y el Señor prefiere sus puertas

a todas las moradas de Jacob.

3 ¡Qué glorioso pregón para ti,

oh ciudad de Dios!

4 «Contaré a Egipto y a Babilonia

entre tus fieles.

Filisteos, tirios y etíopes

han nacido allí».

5Y se dirá de Sión:

«Todo hombre ha nacido aHí.

El Altísimo en persona la ha fundado».

6 El Señor inscribe a los pueblos en el registro:

«Este hombre ha nacido aHí».

7 Y cantarán mientras danzan:

«Todas mis fuentes se encuentran en ti».

 https://youtube.com/playlist?list=PLH9yHt0njQkQ4Mh8s5ltneKxYXfoEMVOR&feature=shared

La nueva Jerusalém

Es este un canto jubiloso y, al mismo tiempo, profético acerca de Jerusalén. Se exalta el amor de Yavé a la Ciudad Santa.  En su fundación, Él la ha elevado sobre toda la creación: «Sión fue construida sobre el monte santo, y el Señor prefiere sus puertas a todas las moradas de Jacob. ¡Qué glorioso pregón para ti, oh ciudad de Dios...».

La profecía anuncia su maternidad espiritual: Todas las razas, los hijos de todos los pueblos de la tierra, serán inscritos en ella: «Y se dirá de Sión: “Todo hombre ha nacido allí. El Altísimo en persona la ha fundado”. El Señor inscribe a los pueblos en el registro: “Este hombre ha nacido allí”».

Esta maravillosa profecía se ve fortalecida con el sello de autoridad que le da el anuncio, también profético, que Yavé proclama por medio de Isaías. Al hecho consumado del saqueo y posterior devastación de Jerusalén, sucedió que la esperanza del pueblo cayó en un desmayo profundo. Afloraron las dudas acerca de la veracidad de las promesas que Yavé había pronunciado sobre Israel y, más concretamente, sobre la Ciudad Santa. Entonces la palabra de Yavé desciende sobre el profeta, quien proclama con fuerza que Jerusalén será reconstruida sobre una roca, una piedra angular inamovible: «Por eso, así dice el Señor Yavé: He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental, quien tuviere fe en ella no vacilará» (Is 28,16). El profeta veladamente está anunciando la nueva Jerusalén, la ciudad que extenderá la santidad y la luz de Dios hasta los confines de la tierra.

Los Santos Padres reconocieron en la Iglesia, la Jerusalén universal anunciada por los profetas. Ella es la Ciudad Santa que, por recibir el evangelio del Señor Jesús, habrá de fecundar y engendrar hijos en todas las naciones, razas y culturas.

El mismo Señor Jesús dirá que Él será la roca, la piedra angular sobre la que se edificará la ciudad que ha de reflejar la santidad y la presencia de Dios hasta los pueblos más remotos de la tierra. Será de todos los pueblos. Jesucristo lo afirma, al mismo tiempo que afirma también su muerte, cuando anuncia a los sumos sacerdotes y a los fariseos la parábola de los viñadores homicidas, identificándose con el heredero de la viña a quien los labradores empujaron fuera de ella y mataron. Jesús culmina la parábola con la profecía de Isaías, haciéndoles ver que esta tiene su cumplimiento en Él (Mt 21,33-42).

Por su parte, el apóstol Pedro compara a esta nueva Jerusalén con un grandioso templo espiritual y universal. En él, los discípulos del Señor Jesús somos piedras vivas, y todos estamos fundados y enraizados en la piedra angular anunciada por Isaías. Piedra angular, roca que no es otra que el Hijo de Dios: «Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual... Pues leemos en : He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido» (1Pe 2,4-6). Vemos cómo Pedro, a la luz del Espíritu Santo, identifica la profecía de Isaías con la fundación de la Iglesia por parte del Señor Jesús.

Por otro lado, también el apóstol Pablo ve en la Iglesia a la Jerusalén  ensalzada y glorificada por tantos autores del Antiguo Testamento, especialmente los de los salmos. Pablo nos indica por qué la nueva Jerusalén, la Iglesia, es madre de los pueblos: por su vinculación con la piedra angular: Jesucristo. Él mismo  confirmará la permanencia de la Iglesia, su fortaleza ante cualquier poder destructivo, tanto si viene del exterior como de sus crisis internas. Lo reafirma con estas palabras que dirige a Pedro cuando este lo reconoce como el Hijo de Dios: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Seol –los abismos– no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18).

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