martes, 24 de septiembre de 2024

SALMO 89(88).- Himno y oración al Dios fiel

 

Salmo 89 (88)

1Poema. De Etán, el ezrajita.

2 Cantaré eternamente la misericordia del Señor,

anunciaré tu fidelidad de generación en generación.

3 Pues yo dije: «Tu misericordia es un edificio eterno.

Has afianzado tu fidelidad más que el cielo».

4 Sellé una alianza con mi elegido,

jurando a David, mi siervo:

5 «Voy a fundar tu descendencia por siempre,

y de generación en generación

construiré un trono para ti».

6 El cielo proclama tu maravilla, Señor,

y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.

7 ¿Quién como el Señor entre las nubes?

¿Quién como el Señor entre los seres divinos?

8 Dios es temible en el consejo de los ángeles,

grande y terrible con toda su corte.

9 Señor de los Ejércitos, ¿quién como tú?

El poder y la fidelidad te rodean.

10 Tú dominas el orgullo del mar,

y amansas las olas que se elevan.

11 Tú aplastaste a Rahab como a un cadáver,

tu brazo poderoso dispersó a tus enemigos.

12 Tuyo es el cielo, la tierra te pertenece,

tú fundaste el mundo y todo lo que hay en él.

13 Tú has creado el Norte y el Sur.

El Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

14 Tu brazo es poderoso,

tu izquierda es fuerte y alta tu derecha.

15 Justicia y Derecho sostienen tu trono.

Misericordia y Fidelidad preceden tu rostro.

16 Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:

caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro.

17 Tu nombre es su gozo cada día,

y tu justicia es su orgullo.

18 Tú eres su honor y su fuerza,

y con tu favor levantas nuestra frente.

19 Porque el Señor es nuestro escudo,

nuestro Rey, el Santo de Israel.

20 Antaño hablaste en una visión a tus fieles:

«He prestado auxilio a un valiente,

he exaltado a un elegido de entre el pueblo:

21 encontré a David, mi siervo,

y lo he ungido con mi óleo sagrado,

22 para que mi mano esté siempre con él,

y mi brazo lo haga valeroso.

23 El enemigo no podrá engañarlo,

ni humillarlo el perverso.

24 Ante él aplastaré a sus opresores

y heriré a sus enemigos.

25 Mi fidelidad y mi misericordia estarán con él,

y por mi nombre crecerá su poder:

26 extenderé su izquierda hasta el mar,

y su derecha hasta los ríos. .

27 Él me invocará: <'¡Tú eres mi padre,

mi Dios y mi roca salvadora!».

28 y yo lo haré mi primogénito,

excelso sobre los reyes de la tierra.

29 Mantendré por siempre mi amor por él,

y mi alianza con él será firme.

30 Le daré una descendencia por siempre,

y un trono duradero como el cielo.

31 Si sus hijos abandonan mi ley,

y no siguen mis normas;

32 si profanan mis estatutos

y no guardan mis mandamientos,

33 castigaré su trasgresión con la vara,

y sus culpas con azotes.

34 Pero nunca les retiraré mi amor,

ni desmentiré mi fidelidad.

35 Nunca violaré mi alianza,

ni cambiaré mis promesas.

36 Por mi santidad, una vez juré:

«Jamás mentiré a David;

37 su descendencia será perpetua,

su trono, como el sol en mi presencia,

38 como la luna, asentada para siempre:

su trono será más firme que el cielo».

39 Tú, en cambio, lo has rechazado y despreciado,

te encolerizaste contra tu ungido.

40 Has roto la alianza con tu siervo,

has profanado hasta el suelo su corona.

41 Has derribado sus murallas

y arruinado sus fortalezas.

42 Todos los que pasan lo saquean,

se ha vuelto la burla de sus vecinos.

43 Has exaltado la diestra de sus opresores,

has alegrado a todos sus enemigos.

44 Quitaste el filo de su espada,

y no lo has sostenido en la batalla.

45 Quebraste su cetro glorioso,

y has derribado su trono por tierra.

46 Has acortado los días de su juventud,

y lo has cubierto de vergüenza.

47 ¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido?

¿Hasta cuándo arderá el fuego de tu cólera?

48 ¡Recuerda, Señor, lo breve que es mi vida,

lo rápido que pasan los hombres que has creado!

49 ¿Quién vivirá sin ver la muerte?

¿Quién rescatará su vida de las garras de la tumba?

50 ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia,

que, por tu fidelidad, juraste a David?

51 Acuérdate, Señor, de la deshonra de tus siervos:

llevo en mi pecho todas las afrentas de los pueblos.

52 ¡Acuérdate, Señor, de cómo te ultrajan tus enemigos,

de cómo ultrajan las pisadas de tu ungido!

53 iBendito el Señor por siempre!

. ¡Amén! ¡Amén!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Dios siempre fiel

El libro de los salmos nos presenta un himno majestuoso que ensalza a Dios por su asombroso amor. Un amor que permanece vivo en toda su intensidad a través del tiempo y que, en este caso, tiene un destinatario concreto: Israel. «Cantaré eternamente la misericordia del Señor, anunciaré tu fidelidad de generación en generación. Pues yo dije: “Tu misericordia es un edificio eterno. Has afianzado tu fidelidad más que el cielo”».

Señala el autor del salmo un punto culmen en el que el amor de Dios brilla y alcanza su máxima expresión; nos referimos a la alianza que ha hecho con David, alianza que se convierte en garantía de la supervivencia del pueblo elegido: «Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: “Voy a fundar tu descendencia por siempre, y de generación en generación construiré un trono para ti”».

La alianza hecha con David estremece sus entrañas. De su corazón abierto por este amor tan especial, surge la invocación más profunda que puede expresar un ser humano: «Mi fidelidad y mi misericordia estarán con él, y por mi nombre crecerá su poder... Él me invocará: “¡Tú eres mi padre, mi Dios y mi roca salvadora!”... Mantendré siempre mi amor por él, y mi alianza con él será firme».

Sin embargo, a una cierta altura, vemos al autor sumido en una profunda crisis. Pone en duda las promesas de Dios, su amor incondicional e irreversible y, sobre todo, su fidelidad a la alianza que Él mismo ha proclamado con sus labios: «Tú, en cambio, lo has rechazado y despreciado, te encolerizaste contra tu ungido. Has roto la alianza con tu siervo, has profanado hasta el suelo su corona... ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia, que, por tu fidelidad, juraste a David?».

¿Qué ha podido pasar para que nuestro autor cambie el tono festivo y majestuoso de su canto y dé lugar a la queja y lamentación? Simplemente está evocando el destierro que el pueblo padece, y no comprende cómo se puedan compaginar las promesas y la alianza hechas por Dios, con la derrota y humillación de Israel a causa de sus enemigos.

Percibimos que no ve más allá del momento concreto por el que el pueblo elegido está atravesando que, como hemos dicho, es su destierro. No es capaz de otear el horizonte para captar la trascendencia que tiene toda palabra que sale de la boca de Dios, palabra que siempre se cumple. En su desazón, le falta sabiduría para entender que todas las promesas de Yavé tienen su plena realización en el Mesías.

El profeta Isaías nos arroja un poco de luz iluminando las dudas del salmista y haciéndonos ver que estas son infundadas. El profeta anuncia al Mesías como aquel en quien va a permanecer estable la promesa-alianza hecha por Dios, y que Israel ha roto con su desobediencia: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él... Yo, Yavé, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,1-6).

El mismo Isaías reafirma su profecía en otro texto: «Así dice Yavé: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar la tierra, para repartir las heredades desoladas, para decir a los presos: salid, y a los que están en tinieblas: mostraos» (Is 49,8-9).

Es este un anuncio glorioso que culmina con una fastuosa aclamación en la que se invita a toda la creación a alabar a Yavé porque, como anunciaba al principio el salmista, su amor permanece, Dios no ha cambiado de parecer; más aún, se canta su amor, esta vez universal, a todas las gentes y los pueblos: «Mira: estos vienen de lejos, esos otros del norte y del oeste, y aquellos de la tierra de Siním. ¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues Yavé ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (Is 49,12-13).

El Señor Jesús, preanunciado por el profeta, es la alianza indestructible, imperecedera. Es una alianza acrisolada al fuego y, por ello, resiste y se mantiene ante todos los pecados habidos y por haber, imaginables e inimaginables de toda la humanidad.

Jesucristo, la alianza permanente de Dios con el hombre, es presentado así por Zacarías cuando ve en su hijo Juan Bautista al precursor de Aquel que colma las expectativas de todos los israelitas, y también de todos los hombres que, con corazón sincero, buscan a Dios: «Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo... haciendo misericordia a nuestros padres, recordando su santa Alianza» (Lc 1,68-72). Aclaremos que, en Israel, el verbo recordar no hace relación a la memoria sino a un hacer presente. Dios recuerda su santa Alianza quiere decir, pues, que la hace presente, la actualiza.

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