viernes, 25 de octubre de 2024

Salmo 110(109).- El sacerdocio del Mesías






Salmo 110 (109)
1De David. Salmo.
Oráculo del Señor a mi señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
el estrado de tus pies».
2 Desde Sión, el Señor extenderá
el poder de su cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
3 «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados.
Yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora».
4 El Señor lo ha jurado y nunca se retractará:
«Tú eres sacerdote por siempre,
según el orden de Melquisedec».
5 El Señor está a tu derecha
y aplastará a los reyes en el día de su ira.
6 Dictará sentencia contra las naciones, amontonará cadáveres,
aplastará cabezas por toda la inmensidad de la tierra.
7 En su camino, beberá del torrente,
y por eso levantará la cabeza.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 110
Sacerdocio del Mesías

Es este un himno majestuoso que canta la proclamación del 
sacerdocio eterno del Mesías, instituido por Yavé según el 
orden de Melquisedec. Proclamación que permanece 
inalterable a través de los siglos porque ha salido de la boca del mismo Yavé: «El Señor lo ha jurado y nunca se retractará: “Tú eres sacerdote por siempre, según el orden de Melquisedec”».
El Mesías sacerdote aplastará definitivamente a los 
enemigos de Dios, representados en todas sus obras bajo el 
estigma del mal. Jesucristo, constituido sacerdote por el 
Padre, es enviado por Él con la misión de liberar al hombre 
de toda opresión que le asfixia y le impide consumar su auténtica vocación: llegar a ser hijo de Dios. El salmo canta la victoria de Dios, quien llegará a poner a sus 
enemigos, que son los del hombre, bajo los pies del Mesías: 
«Oráculo del Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, y 
haré de tus enemigos el estrado de tus pies”».
El autor de la Carta a los hebreos resalta con perfecta claridad la diferencia esencial entre el 
sacerdocio de la antigua alianza, caduco e ineficaz, y el de la Nueva Alianza, el de Jesucristo, cuya eficacia consiste en haber penetrado con su sacrificio y 
resurrección los cielos, es decir, el seno de Dios, abriendo así el camino que plenifica y salva al hombre.
Respecto al sacerdocio de la antigua alianza, sabemos 
que sus ritos litúrgicos en el templo no servían para salvar al hombre ya que el perdón de los pecados, la 
conversión, no se puede alcanzar por el efecto de la sangre 
del sacrificio de animales: «No conteniendo, en efecto, la 
Ley más que una sombra de los bienes futuros, no la realidad de las cosas, no puede nunca, mediante unos mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, dar la perfección a los que se acercan... pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre los pecados» (Heb 10,1-4).
Por el contrario, el sacerdocio de Jesucristo sí nos convierte a Dios, sí hace que Él sea alcanzable, conocidosin sombras ni velos (Jn 1,18), porque la sangre derramada 
ha sido la suya propia: «Pero se presentó Cristo como sumo 
sacerdote de los bienes futuros, a través de una tienda 
mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es 
decir no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez 
para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de 
novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una 
redención eterna» (Heb 9,11-12).
Lo importante y definitivo del sacerdocio y sacrificio 
de Jesucristo es que, por ser Hijo de Dios, por venir del Padre y volver a Él, como escuchamos en los evangelios, penetra los cielos, es decir, abre de una vez y para 
siempre el seno de Dios. Desde entonces, sus entrañas 
permanecen abiertas a todos aquellos que, pastoreados por 
el Señor Jesús, hacemos de nuestra vida un camino hacia 
nuestro Padre. Escuchemos nuevamente al autor de la Carta a 
los hebreos: «Teniendo pues tal sumo sacerdote que penetró 
los cielos –Jesús, el Hijo de Dios– mantengamos firmes la 
fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote que no 
pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en 
todo igual que nosotros, excepto en el pecado. 
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, 
a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una 
ayuda oportuna» (Heb 4,14-16).
Volvemos al salmo y nos damos cuenta, asombrados, cómo 
el Espíritu Santo iluminó a su autor y le dio sabiduría 
para transmitirnos algo que es fundamental para nuestra fe. 
Nos dice de dónde iría a sacar el Mesías la fuerza y sabiduría para mantenerse fiel al camino-misión que le habría de conducir hasta el seno del Padre: «En el camino 
bebe del torrente, por eso levanta la cabeza».
Es Yavé quien se denomina a sí mismo como manantial de aguas vivas: 
«Doble mal ha hecho mi pueblo: A mí me dejaron, manantial 
de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas 
agrietadas que no retienen el agua» (Jer 2,13).
El torrente que fluye de este manantial de aguas, que 
es Dios mismo, es el que da firmeza a Jesucristo, el que le sostiene en sus momentos de tentación y debilidad; el que le da seguridad en sus pasos cuando el mal se cierne sobre Él. Camina hacia su Padre, hacia aquel que le ha enviado 
con la misión de salvar al hombre, de poner luz y sal en la creación. Camina con la cabeza erguida, fijos sus ojos en Él Padre, bebiendo ininterrumpidamente del hontanar de divinidad que es la Palabra.
Y así, en este caminar fatigoso pero confiado, sus pasos culminan con su muerte y muerte de cruz. Las aguas vivas que siempre le fortalecieron, se removieron en el 
sepulcro y, como un remolino impetuoso, rompieron los lazos 
de la muerte y lo devolvieron al Padre a la vez que le proclamaron vencedor. El Señor Jesús anuncia la Buena Noticia de que todos aquellos que crean en Él, en su santo Evangelio, tendrán en su seno el torrente de aguas vivas que fueron el fundamento de su fidelidad: «Jesús, puesto en 
pie, gritó: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí,.. como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva» (Jn 2,37-38).


Salmo 109(108).- Salmo imprecatorio





Salmo 109 (108)
1Del maestro de coro. De David. Salmo.
Dios de mi alabanza, no te calles,
2 pues una boca malévola y traicionera
se ha abierto contra mí.
Me hablan con lengua mentirosa;
3 y me rodean con palabras de odio,
y me combaten sin motivo.
4 En pago de mi amistad, me acusan, mientras yo suplico.
5 Ellos me devuelven mal por bien,
odio a cambio de mi amistad.
6 Nombra contra él un malvado,
un acusador que esté a su derecha.
7 Salga condenado del juicio,
y su defensa no acierte.
8 Que sus días sean breves,
y otro ocupe su empleo.
9 Que sus hijos queden huérfanos,
que enviude su mujer.
10 Que sus hijos, vagando, tengan que mendigar,
y los expulsen de las ruinas.
11 Que el usurero le robe lo que posee,
y que extranjeros se apoderen de sus bienes.
12 Que nadie le muestre clemencia,
y nadie se compadezca de sus huérfanos.
13 Que sea extirpada su descendencia,
y su apellido se extinga en una sola generación.
14 Que el Señor se acuerde de la culpa de sus padres,
y nunca se borre el pecado de su madre.
15 Que el Señor los tenga siempre presentes,
y extirpe de la tierra su recuerdo.
16 Porque no se acordó de obrar con clemencia,
porque persiguió al pobre y al indigente,
y al de corazón contrito, hasta la muerte.
17 Amó la maldición: que recaiga sobre él.
No buscó la bendición: que lo abandone.
18 Se vestía de maldición como si fuera un manto:
que penetre en sus entrañas como agua,
y como aceite en sus huesos.
19 ¡Sea para él como la ropa que le cubre,
como cinturón que lo ciña siempre!
20 ¡Así pague el Señor a los que me acusan,
a los que profieren maldades contra mí!
21 Pero tú, Señor, trátame bien, por tu nombre,
líbrame, por la ternura de tu amor,
22 porque yo soy un pobre indigente
y mi corazón está herido en mi interior.
23 Voy pasando, como sombra que se alarga,
me arrojan lejos, como a una langosta.
24 Tanto he ayunado, que se me doblan las rodillas,
y sin aceite, mi carne ha enflaquecido.
25 Me he convertido en su hazmerreír,
los que me ven, menean la cabeza.
26 ¡Señor, Dios mío, ven a socorrerme!
iSálvame, por tu amor!
27 ¡Reconozcan que todo esto viene de tu mano,
que eres tú, Señor, quien lo ha hecho!
28 ¡Que ellos maldigan... Bendíceme tú!
Que fracasen mis enemigos,
mientras tu siervo se alegra.
29 Que se cubran de infamia los que me acusan,
que la vergüenza los envuelva como un manto.
30 Yo daré gracias al Señor en voz alta,
lo alabaré en medio de la multitud,
31 porque se ha puesto a la derecha del pobre,
para salvar su vida de la mano de los jueces.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 109
Dios, Justo y Juez

La oración que nos presenta este israelita fiel, expresa la 
persecución y el odio que acompaña a todo hombre que desea vivir su fe en armonía con la palabra que sale de la boca 
de Yavé: «Dios de mi alabanza, no te calles, pues una boca 
malévola y traicionera se ha abierto contra mí. Me hablan 
con lengua mentirosa; y me rodean con palabras de odio, y 
me combaten sin motivo. En pago de mi amistad, me acusan, 
mientras yo suplico. Ellos me devuelven mal por bien, odio 
a cambio de mi amistad».
Este tipo de oración la podemos descubrir también en tantos hombres y mujeres que, fieles a Dios, han jalonado esplendorosamente la historia del pueblo de Israel. Veamos, 
por ejemplo, ésta del profeta Jeremías: «Cúrame, Yavé, y 
sea yo curado; sálvame, y sea yo salvo, pues mi gloria eres 
tú. Mira que ellos me dicen: ¿dónde está la palabra de 
Yavé? ¡Vamos, que venga! Yo nunca te apremié a hacer daño; 
el día irremediable no he anhelado... No seas para mí 
espanto, oh tú, mi amparo en el día aciago. Avergüéncense 
mis perseguidores y no me avergüence yo» (Jer 17,14-18).
Volvemos a nuestro salmista y entramos en lo más 
profundo de su desolación, allí donde su corazón se ha 
convertido en una llaga delirante: «Porque yo soy un pobre 
indigente y corazón está herido en mi interior. Voy 
pasando, como sombra que se alarga, me arrojan lejos, como 
a una langosta...».
Nos da la impresión de que este hombre no alberga 
ninguna esperanza una vez que el mal activa sobre él todo 
tipo de violencia... y de que Dios, en quien ha puesto su 
esperanza y por quien está padeciendo tanta y tan 
intolerable opresión, está ausente. Sin embargo, podremos 
ver cómo el llanto de nuestro hombre da paso al júbilo. 
¡Dios no estaba, en absoluto, lejos de sus quebrantos y humillaciones! Por eso su boca se deshace en alabanza y acciones de gracias al comprender que Yavé, único juez de su corazón, salva su alma de la condena que los jueces –sus 
enemigos– han vertido sobre él: «Yo daré gracias al Señor 
en voz alta, lo alabaré en medio de la multitud, porque se 
ha puesto a la derecha del pobre, para salvar su vida de la 
mano de los jueces!».
Es indudable que el autor está 
profetizando la condena a muerte que el Mesías sufrirá por parte de los jueces de su pueblo. Condena que Yavé, su Padre, anulará resucitándole de la muerte. 
El Señor Jesús vencerá con su muerte el odio del mundo. Es consciente de que su Padre le ha de devolver la vida que entrega, tiene la certeza de que ha venido de Él y 
a Él vuelve: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora 
dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Desde su poder sobre la muerte, Jesucristo tiene autoridad para enviar a sus discípulos al mundo con el sello de que serán odiados igual que Él: «Si fuerais del mundo, el mundo 
amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al 
elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. 
Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más 
que su señor. Si a mí me han perseguido, también os 
perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también 
la vuestra guardarán» (Jn 15,19-20).
Junto con este anuncio, Jesucristo también tiene 
autoridad para confortarles diciéndoles que su destino 
final es idéntico al suyo: el Padre. Así se lo oímos en su 
oración al Padre a lo largo de la Última Cena: «Padre, los 
que tú me has dado quiero que donde yo esté estén también 
conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado 
porque me has amado antes de la creación del mundo... Yo 
les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a 
conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en 
ellos y yo en ellos» (Jn 17,24-46).
No hay predicación según el espíritu del Señor Jesús, 
que no conlleve el odio y la persecución. El apóstol Pablo 
clarifica que, para entrar en comunión con Jesucristo, 
habrá que entrar también en comunión con sus sufrimientos 
(Flp 3,8-10). Es más, tiene la conciencia clarísima de que, 
en cada ciudad hacia donde Dios le conduzca para predicar el santo evangelio de su Señor Jesús, le esperan persecuciones y cárceles. Así lo vemos cuando se despide de 
Éfeso para ir a Jerusalén: «Mirad, que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones. Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el 
ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar 
testimonio del Evangelio de la gracia de Dios» (He 20,22-
24).
Pablo entrega su vida al igual que su Señor. Al igual que su Señor, sabe que Dios, su justo Juez, se la devolverá llena de su gloria: «Porque yo estoy a punto de ser 
derramado en libación y el momento de mi partida es 
inminente. He competido en la noble competición, he llegado 
a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora 
me aguarda la corona de la justicia que aquel día me 
entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí sino 
también a todos los que hayan esperado con amor su 
manifestación» (2Tim 4,6-8).
El apóstol Santiago anuncia el triunfo de todos 
aquellos que han mantenido su amor y fidelidad a Dios 
frente a las pruebas: «Feliz el hombre que soporta la 
prueba. Superada la prueba, recibirá la corona de la vida 
que ha prometido el Señor a los que le aman» (Sant 1,12).



    

jueves, 24 de octubre de 2024

Salmo 108(107).- Himno matinal y súplica nacional


Salmo 108 (107)
1 Cántico. Salmo. De David.
2 Mi corazón está firme, oh Dios.
Para ti cantaré y tocaré, gloria mía.
3 ¡Despertad cítara y arpa,
despertaré a la aurora!
4 Te alabaré entre los pueblos, Señor,
tocaré para ti en medio de las naciones,
5 pues tu amor es más grande que los cielos,
y tu fidelidad alcanza a las nubes.
6 Elévate sobre el cielo, oh Dios,
que tu gloria domine la tierra entera,
7 para que salgan libres tus predilectos,
y tu mano salvadora nos responda.

8 Dios habló en su santuario:
«Triunfante ocuparé Siquén,
y repartiré el valle de Sucot.
9 Mío es Galaad, mío Manasés,
Efraín es el yelmo de mi cabeza,
Judá es mi cetro de mando.
la Moab es la jofaina donde me lavo.
Sobre Edón echo mi sandalia,
y sobre Filistea canto victoria».

11 ¿Quién me guiará a una ciudad fuerte,
quién me conducirá hasta Edón,
12 si tú, oh Dios, nos has rechazado,
y no sales ya con nuestras tropas?
13 ¡Socórrenos en la opresión,
que el auxilio del hombre es inútil!
14 ¡Con Dios haremos proezas!
¡Él pisoteará a nuestros opresores!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 108
Victoria de Dios y del hombre

En este salmo el autor recoge en su alma el corazón de todo 
el pueblo, y eleva a Dios un himno de alabanza que se 
entremezcla con la súplica.
 Le pide que sea Él mismo quien 
vuelva a capitanear a Israel para doblegar así a los 
pueblos enemigos que le oprimen.
La entonación de alabanza brota alegre y jubilosa del corazón del salmista, con la expresividad natural de quien reconoce el amor y la lealtad de Yavé en su propia 
historia, que refleja también la historia colectiva de su pueblo: 
«Mi corazón está firme, oh Dios. Para ti cantaré y tocaré, 
gloria mía. ¡Despertad, cítara y arpa, despertaré a la aurora! Te alabaré entre los pueblos, Señor, tocaré para ti en medio de las naciones, pues tu amor es más grande que 
los cielos, y tu fidelidad alcanza a las nubes».
Yavé es soberano de todos los pueblos: «Dios habló en 
su santuario: “Triunfante ocuparé Siquén, y repartiré el 
valle de Sucot... Moab es la jofaina donde me lavo. Sobre 
Edón echo mi sandalia, y sobre Filistea canto victoria...».
¿Cómo es, pues, que Israel está a merced de sus enemigos? Y 
entramos en la súplica.
Hay un pueblo –Edón– por encima de todos los demás que 
personifica la enemistad de las naciones que combaten 
contra Israel. Este se siente impotente ante el poderío de 
su enemigo. No se siente con fuerza para hacerle frente, 
para presentar batalla, porque Dios no está con él, no 
acaudilla sus tropas y así lo expresa lastimeramente 
nuestro hombre orante: «¿Quién me guiará a una ciudad
fuerte, quién me conducirá hasta Edón, si tú, oh Dios, nos 
has rechazado, y no sales ya con nuestras tropas?».
¿Es que no queda ningún héroe, ningún hombre fuerte 
para conducir al pueblo en su combate contra sus enemigos? 
Sin duda que en Israel sobran los guerreros valientes y 
audaces, pero no para enfrentar una derrota que es más que 
cierta. Sucede que Edón representa el mal en toda su 
fuerza, ante quien ningún poder humano prevalece. El 
poderío que representa Edón en esta oración-súplica nos 
sobrecoge. Sólo Dios al frente del hombre puede culminar 
felizmente el combate contra el mal.
¿Qué hace Dios ante la súplica angustiosa de todo un 
pueblo? Ampliamos los sentimientos pavorosos del salmista a 
todo ser humano, y nos preguntamos qué hace Dios ante el 
mal y su príncipe, el seductor del mundo (Ap 12,9). Y Dios nos contesta , Dios, que ama al hombre, envía a su Hijo en medio de 
nosotros. Él solo va a enfrentar al príncipe del mal en su 
propio campo de batalla: el desierto. Con la verdad en sus 
labios y en su corazón, espera la embestida de la mentira 
deshaciendo sus seducciones. Nos referimos al combate, las 
tres tentaciones que el Señor Jesús aceptó en un cuerpo a 
cuerpo con Satanás en el desierto, aplastando al tentador 
(Mt 4,1-11).
Esta victoria del Mesías es la respuesta de Dios a la 
súplica del salmista y de todo hombre que se ve sometido al 
mal. Victoria que viene en nuestra ayuda para paliar las 
tremendas limitaciones que todos tenemos ante el demoledor 
poder seductor que ejerce la mentira y su príncipe (Jn 
8,44).
Victoria sobre Satanás, sobre el que nos miente y el 
que nos engaña. Victoria que el Hijo de Dios hace suya y 
nuestra, ahuyentando de nuestro ánimo cualquier temor y 
derrotismo: «En el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo! 
yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Yo he vencido al mundo 
y los discípulos del Señor Jesús también. Así nos lo 
refiere san Juan en su primera Carta: «Todo el que ha 
nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la 
victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues ¿quién es el 
que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de 
Dios?» (1Jn 5,4-5).
Jesucristo vence a Satanás-Edón con las armas que su 
Padre le da, que no son otras que el obrar según las 
palabras que de Él oye: «Yo no he hablado por mi cuenta, 
sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que 
tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida 
eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me 
lo ha dicho a mí» (Jn 12,49-50).
La fidelidad de Jesucristo al Padre en cada palabra que de Él recibió, le permitió ser fiel a la misión 
confiada. Misión-encargo que consistió en abrirnos la 
puerta de la salvación. Pues bien, en el último diálogo de 
Jesús con el Padre antes de la pasión, le dice que las 
mismas palabras que fueron el arma de su victoria, las ha 
dado a sus discípulos para que también ellos puedan vencer. 
Estas mismas palabras aceptadas, son el fundamento de la fe 
en Él: «Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de 
ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a 
ellos, y ellos las han aceptado y han creído verdaderamente 
que vengo de ti. Y han creído que tú me has enviado» (Jn 
17,7-8).


martes, 22 de octubre de 2024

Salmo 107(106).- Dios salva al hombre de todo peligro


Salmo 107 (106)
1 ¡Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre!
2 Que lo repitan los redimidos por el Señor,
los que Él redimió de la mano del opresor,
3 los que reunió de entre los países,
de oriente y occidente, del norte y del sur.
4 Erraban por un desierto solitario,
sin encontrar el camino hacia una ciudad habitada.
5 Estaban hambrientos y sedientos,
y ya les estaba abandonando la vida.
6 En su aflicción, clamaron al Señor,
y Él los libró de sus angustias.
7 Él los guió por el camino recto,
para que llegaran a una ciudad habitada.
8 Que den gracias al Señor por su amor,
por las maravillas que hace en favor de los hombres.
9 Él sació su garganta sedienta
y colmó de bienes su garganta hambrienta.
10 Habitaban en sombras y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias,
11 por haberse rebelado contra las órdenes de Dios,
despreciando el proyecto del Altísimo.
12 Humilló su corazón con fatigas:
sucumbían y nadie los socorría.
13 En su aflicción, clamaron al Señor,
y él los libró de sus angustias.
14 Él los sacó de las sombras y de las tinieblas,
y rompió sus cadenas.
15 Que den gracias al Señor por su amor,
por las maravillas que hace en favor de los hombres.
16 Él rompió las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.
17 Insensatos, en el camino de la transgresión,
eran afligidos por sus propias maldades;
18 rechazaban cualquier alimento
y ya llamaban a las puertas de la muerte.
19 En su aflicción, clamaron al Señor,
y él los libró de sus angustias.
20 Envió su palabra para curarlos,
y para salvarlos de la perdición.
21 Que den gracias al Señor por su amor,
por las maravillas que hace en favor de los hombres.
22 Ofreced sacrificios de alabanza,
proclamad sus obras con gritos de júbilo.
23 Llegaron en naves por el mar,
comerciando en la inmensidad de las aguas.
24 Vieron las obras del Señor,
sus maravillas en alta mar.
25 Él habló, levantando un viento impetuoso,
que alzó las olas del mar.
26 Subían hasta el cielo y bajaban hasta el abismo,
su vida se agitaba en la desgracia.
27 Rodaban, tambaleándose como borrachos,
y de nada les sirvió su pericia.
28 En su aflicción, clamaron al Señor,
y él los libró de sus angustias.
29 Él convirtió la tempestad en una leve brisa
y las olas enmudecieron.
30 Se alegraron con la bonanza,
y él los condujo al puerto deseado.
31 Que den gracias al Señor por su amor,
por las maravillas que hace en favor de los hombres.
32 ¡Que lo aclamen en la asamblea del pueblo,
que lo alaben en el consejo de los ancianos!
33 Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales en tierra sedienta,
34 la tierra fértil en salinas,
por la maldad de sus habitantes.
35 Convierte el desierto en aljibes de agua,
La tierra seca en manantiales;
36 y hace habitar allí a los hambrientos,
que fundan una ciudad habitada.
37 Siembran campos y plantan viñas,
y cogen frutos en abundancia.
38 Los bendice y se multiplican más y más,
y no deja que mengüen sus rebaños.
39 Después disminuyen y decaen
por la opresión del mal y el sufrimiento.
40 Él vierte su desprecio contra los poderosos,
haciéndolos vagar, sin salida, en la confusión.
41 Pero saca al indigente de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.
42 Los rectos de corazón lo admiran y se alegran,
y toda maldad cierra la boca.
43 ¿Hay algún sabio? 
¡Que observe estas cosas,
y sepa discernir el amor del Señor!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 107
Sabiduría del Mesías

Una vez más nos encontramos con un salmo, himno litúrgico, que 
canta los prodigios de Yahvé para con su pueblo, haciendo 
hincapié en la maravillosa experiencia del Éxodo: «Erraban 
por un desierto solitario, sin encontrar el camino hacia 
una ciudad habitada. Estaban hambrientos y sedientos, y ya 
les estaba abandonando la vida». También canta la vuelta del destierro gracias a la 
acción de Yavé: «Habitaban en sombras y tinieblas, cautivos 
de hierros y miserias, por haberse rebelado contra las 
órdenes de Dios, despreciando el proyecto del Altísimo.
Humilló su corazón con fatigas: sucumbían y nadie los 
socorría. En su aflicción, clamaron al Señor, y él los 
libró de sus angustias. Él los sacó de las sombras y de las 
tinieblas, y rompió sus cadenas».
Nos puede dar la impresión de que, ante la repetición 
de los mismos temas, no pocos salmos podrían parecer 
monótonos y reiterativos. Sería así si estos cantos épicos 
fuesen obra de la mente humana. Sin embargo, sabemos que 
están inspirados por Dios y que Él nos anuncia, en salmos 
aparentemente iguales, novedades catequéticas que 
sobrecogen y alegran nuestro espíritu por su riqueza.
Fijémonos, por ejemplo, en el versículo con que 
culmina este cántico: «¿Hay algún sabio? ¡Que observe estas 
cosas, y sepa discernir el amor del Señor!». Es una 
pregunta seguida de una exhortación. ¿Hay algún sabio que 
pueda comprender y dar la debida importancia a la acción salvadora de Dios para con su pueblo?  ¿hay alguien que, viendo las maravillas de Dios, sea capaz de 
comprender que su amor se ha volcado en él?
 Si hay alguien lo suficientemente sabio como para guardar en su alma la obra que Él está haciendo en su historia, es entonces 
cuando, sin agobios y sin angustias, el corazón de este sabio se vuelve hacia Yahvé.
Esto que nos podría parecer natural y lógico, tiene, sin embargo, un freno, un gravísimo impedimento a causa del mal que apareció en el mundo por la envidia del diablo para con el hombre, tal y como nos lo dice la Escritura: «Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo a imagen de su misma naturaleza;( es decir: de la misma naturaleza que Dio) , mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sab 2,23-24).
De hecho, sabemos que fue por obra de Satanás como
Adán y Eva «no observaron» las palabras que Dios les había 
dicho. Con su desobediencia, desplazaron la sabiduría de 
Dios para dirigir su vida con su propia sabiduría: «Y como 
viese la mujer que el árbol era bueno para comer, 
apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido que igualmente comió» (Gén 3,6).
Volvamos, pues, a la pregunta del salmista: ¿Hay algún 
sabio que observe estas cosas y sepa discernir el amor del
Señor? Se está preguntando si es que hay algún hombre que 
anteponga la sabiduría de Yavé a la suya propia, alguien 
capaz de guardar la palabra de Dios hasta comprender su 
amor. Puesto que no hay nadie, el salmista está lanzando 
una pregunta que apunta directamente a Jesucristo, que
tentado exactamente igual que todo hombre, incluidos Adán y 
Eva –como nos dice el autor de la Carta a los hebreos (Heb 
4,14-15)– se agarra a la Palabra que recibe del Padre para 
poder vencer toda tentación. Se manifiesta así como el 
auténtico sabio por el que clamaba el salmista: «Jesús dijo: si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros 
decís: él es nuestro Dios, y sin embargo no le conocéis. Yo 
sí que le conozco y si dijera que no le conozco, sería un 
mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco y guardo su 
Palabra» (Jn 8,54-55). 
El Señor Jesús es aquel que, 
guardando la palabra del Padre, recibe al mismo tiempo su 
sabiduría, que es la que le permite ser fiel a la misión que se le ha confiado.
Jesús es el sabio y maestro de los sabios que, a partir de Él, de generación en generación llenan al mundo de luz y de sal (Mt 5,13-16). Jesús es maestro de todos aquellos que 
vivirán en el mundo con las lámparas encendidas, es decir, 
con la Palabra guardada en su corazón. 
El Señor Jesús fue enviado por el Padre para deshacer las obras de Satanás, la mentira con que engañó a Adán y a Eva, mentira de la que toda la humanidad está revestida: 
«El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo» (1Jn 3,8).
A partir de la victoria de Jesucristo sobre Satanás, 
sobre el mal, 
sobre la mentira, 
sobre la necedad, 
todo hombre tiene acceso a su sabiduría; es más, podemos tener 
la «mente de Cristo» como nos dice el apóstol Pablo: 
«Nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Cor 2,16).
Mente que actúa como arma mortal ante cualquier tentación o 
insinuación del maligno.

Es como se dice en (Ef 4,20-24):
 : «...el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él, y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del 
hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las 
concupiscencias, (y habeis sido enseñados) a renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad»

domingo, 20 de octubre de 2024

Salmo106(105). - Confesión nacional


Salmo 106 (105). -Texto Bíblico

1 ¡Aleluya!
¡Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre!
2 ¿Quién podrá contar las proezas del Señor
y proclamar toda su alabanza?
3 ¡Dichosos los que observan el derecho
y practican la justicia en todo momento!
4 ¡Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo,
visítame con tu salvación,
5 para que experimente la dicha de tus elegidos,
me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad!
6 Hemos pecado con nuestros antepasados,
hemos cometido maldades e injusticias.
7 Nuestros antepasados en Egipto
no comprendieron tus maravillas.
No se acordaron de tu gran amor,
y se rebelaron contra el Altísimo
junto al mar Rojo.
8 Pero Dios los salvó a causa de su nombre,
para manifestar su poder.
9 Amenazó al mar Rojo y se secó,
los guió por el abismo como por tierra firme.
10 Los salvó de la mano del adversario,
los rescató de la mano del enemigo.
11 Las aguas cubrieron a sus opresores,
y no pudo escapar ninguno de ellos.
12 Creyeron, entonces, en sus palabras
y cantaron su alabanza.
13 Muy pronto se olvidaron de sus obras,
y no confiaron en sus proyectos:
14 ardían de ambición en el desierto
y tentaron a Dios en lugares solitarios.
15 Él les concedió lo que pedían,
pero les mandó un cólico por su gula.
16 Envidiaron a Moisés en el campamento,
y a Aarón, el consagrado al Señor:
17 la tierra se abrió y se tragó a Datán,
y sepultó al grupo de Abirán.
18 Un fuego abrasó a su banda,
una llama devoró a los malvados.
19 En Horeb fabricaron un becerro,
adoraron un ídolo de metal.
20 Cambiaron su Gloria por la imagen
de un toro que come hierba.
21 Olvidaron al Dios que los había salvado,
realizando prodigios en Egipto,
22 maravillas en la tierra de Cam,
cosas terribles junto al mar Rojo.
23 Entonces pensaba en exterminarlos,
de no ser por Moisés, su elegido,
que intercedió ante él
para desviar su cólera por destruirlos.
24 Despreciaron una tierra de delicias,
no creyeron en su palabra.
25 Murmuraban dentro de sus tiendas,
no escucharon la voz del Señor.
26 Él alzó la mano y juró
que los haría morir en el desierto,
27 que dispersaría su descendencia entre las naciones,
y los esparciría por entre los países.
28 Se unieron después a Baal Fegor,
y comieron de los sacrificios hechos a dioses muertos.
29 Provocaron a Dios con sus perversiones
e irrumpió una plaga contra ellos.
30 Pero Fineés se levantó e hizo justicia,
y la plaga se detuvo.
31 Cuéntesele esto como justicia,
de generación en generación, para siempre.
32 Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,
y, por su culpa, a Moisés le sobrevino el mal:
33 habían irritado su espíritu
y Moisés habló sin reflexionar.
34 No exterminaron a los pueblos
que les había indicado el Señor.
35 Se mezclaron con las naciones
y aprendieron sus costumbres.
36 Adoraron sus ídolos,
que se convirtieron en trampa para ellos.
37 Sacrificaron a los demonios
a sus hijos y a sus hijas.
38 Derramaron la sangre inocente,
y profanaron la tierra con sangre.
39 Se mancharon con sus propias obras,
y se prostituyeron con sus acciones.
40 Se encendió la ira del Señor contra su pueblo,
y rechazó su heredad.
41 Los entregó en manos de las naciones,
y sus adversarios los dominaron.
42 Sus enemigos los tiranizaron
y, bajo su mano, fueron doblegados.
43 ¡Cuántas veces los libró!
Pero ellos, obstinados en su rebeldía,
perecían a causa de su propia maldad.
44 Pero él vio su angustia
y escuchó sus gritos.
45 Se acordó de su alianza con ellos
y se conmovió por su gran amor.
46 Hizo que se conmovieran todos
los que los tenían cautivos.
47 ¡Sálvanos, Señor, Dios nuestro!
¡Reúnenos de entre las naciones,
para dar gracias a tu santo nombre,
felicitándonos con tu alabanza!
48 iBendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde ahora y por siempre!
y todo el pueblo diga:
¡Amén! ¡Aleluya!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 106
Atraídos por el perdón

Este salmo es como un hontanar del que fluyen dos 
vertientes que, si bien son diferentes, se complementan. 
Imaginamos a Israel congregada en una enorme asamblea 
litúrgica que confiesa al mismo tiempo la bondad de Yavé 
para con el pueblo y la deslealtad de este mismo pueblo para con Yahvé. 
Oímos, pues, cantar en primer lugar la bondad y el amor eterno de Yavé que se manifiesta en las proezas que ha realizado en favor de su pueblo: «¡Aleluya! ¡Dad gracias al
Señor, porque es bueno, porque su amor es para siempre! 
¿Quién podrá contar las proezas del Señor y proclamar toda 
su alabanza? ¡Dichosos los que observan el derecho y
practican la justicia en todo momento!».
A estos compases de gratitud y reconocimiento sigue un 
tono penitencial que sobrecoge. 
A pesar de tantos prodigios 
experimentados, Israel, ni en el presente histórico ni en 
el pasado, en el que sus antepasados fueron testigos del 
cuidado y solicitud de Yavé en los milagros del Éxodo, ha 
vuelto su corazón al autor de tantos y tan sorprendentes 
favores, sino que ha devuelto a Dios la rebelión: «Hemos 
pecado con nuestros antepasados, hemos cometido maldades e 
injusticias. Nuestros antepasados en Egipto no comprendieron tus maravillas. No se acordaron de tu gran amor...».
No hay duda. El hombre es infiel a Dios por naturaleza. Basta que experimente un poco su ausencia, la soledad que a veces conlleva la fe, para que se eche a temblar ante cualquier acontecimiento adverso. Somos tan débiles e inmaduros que, ante el misterio de la cruz que se cierne sobre nuestra vida, desaparece nuestra memoria 
histórica, llegamos incluso a considerar casualidades todo 
lo que Dios ha hecho por nosotros a lo largo de nuestra vida. El mismo miedo que nos atenaza sirve de esponja para borrar el maravilloso actuar de Dios a través de nuestra 
historia personal.
Israel, pueblo elegido por Dios, no está exento de esta debilidad e infantilismo que envuelve nuestro precario corazón. Israel, sin embargo, es un pueblo que tiene la 
sabiduría de reconocerlo, y entra en la verdad de saber pedir perdón humillándose profundamente. Ante su situación, ante su naturaleza profundamente rebelde «no echa balones fuera», no busca culpables fuera de sí mismo; sabe que él 
es el único responsable de sus pecados.
Esta humildad que, como siempre, se corresponde con la verdad, provoca que las infinitas compuertas del amor de Dios nunca se cierren definitivamente; es más, hace que se abran de par en par bendiciendo y perdonando a su pueblo que, si bien es pecador, también es sincero consigo mismo y con Dios.
Muy frecuentes son las invitaciones de los profetas al pueblo para que manifieste, incluso con lágrimas, su dolor y pesar por el hecho de desobedecer a Yavé; desobediencia y rebeldía que ha tenido como consecuencia el torcer y 
desviarse de sus caminos. Entre tantas exhortaciones, nos 
estremece esta de Jeremías en la que el mismo profeta se 
reconoce y se siente partícipe del pecado del pueblo: 
«Voces sobre los calveros se oían: rogativas llorosas de 
los hijos de Israel, porque torcieron su camino, olvidaron 
a su Dios Yavé. Volved, hijos apóstatas, yo remediaré 
vuestras apostasías. Aquí nos tienes de vuelta a ti, porque 
tú, Yavé, eres nuestro Dios... Acostémonos en nuestra 
vergüenza, y que nos cubra nuestra propia confusión, ya que 
contra Yavé, nuestro Dios, hemos pecado nosotros como 
nuestros padres desde nuestra mocedad hasta hoy, y no 
escuchamos la voz de Yavé nuestro Dios» (Jer 3,21-25).
Israel sabe muy bien que Yavé es tierno, que su misericordia es infinitamente mayor que el peso de sus culpas. Por eso hacia el final del salmo quedamos 
estremecidos ante este versículo que anuncia la victoria del Dios-Amor por encima de todo mal que el hombre pueda albergar: «Se acordó de su alianza con ellos y se conmovió por su gran amor».
Se conmovió por su gran amor, se enterneció tanto que envió al mundo a su Hijo no para condenarlo sino para salvarlo, oigámosle: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
El Señor Jesús, en vísperas de su pasión, anuncia su victoria sobre el príncipe de este mundo, aquel que tuerce y desvía nuestro corazón provocando la desobediencia y la 
rebeldía contra Dios. Jesucristo anuncia que será una victoria desde su inmolación, victoria que brota como fruto y medicina para el hombre desde el misterio de la Cruz, que es el misterio del amor de Dios a los hombres: «Ahora es el 
juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será 
echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,31-32).
Esta es la gran sorpresa de Dios: que, si bien nuestro corazón rebelde opta por la huída y la lejanía, su corazón, que es amor y misericordia, opta por atraernos hacia Él; por y para ello nos envió a su Hijo. 

sábado, 19 de octubre de 2024

Partiendo la Palabra A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra 3

Partiendo la Palabra A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra 3


Lo que el Salmista profetizó acerca de María de Betania - recordemos, ( Sl 45,11-12 ) se cumple también en todos los discípulos de Jesús, de ayer, hoy y siempre, por lo que merece un texto exclusivo ya que quien tiene su oido abierto a Dios alcanza una relación con ÉL de tal esplendor e intimidad que sobrepasa este mundo. Relación que solo es posible desde la Fuerza de Dios que reside en el Evangelio.( Rm 1,16 ) Veamos a este respecto y con cierto reparo, la semejanza entre María de Betania y Jesús. Hemos visto a María de Betania con " su oído abierto " a las palabras de Jesús. Por su parte Jesús, tiene su oido permanentemente abierto a la Voz del Padre como fue profetizado : " El Señor me ha dado lengua de discípulo para hacer llegar al cansado una Palabra alentadora. Mañana tras mañana, me abre el oído " ( Is 50,4-5..) Jesús nos dice que recibe el Evangelio que predica del Padre que le hablaba ( Jn 8,28 ) Esta semejanza, más divina que humana de Jesús con María de Betania es extensible a todos sus discípulos.( Jn 1,9-12 ) Oigamos esto que dice Jesús : " Mi Madre y mis hermanos, son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" ( Mt 12,49-50 ) Cumplir la Palabra significa llenar el corazón del Evangelio; paso a paso nos llenamos de su Gracia y su Fuerza hasta que lo vamos cumpliendo. ( Rm 1,16 ) Recordemos que el Ángel llamo a María de Nazaret : " Llena de Gracia y a continuación la dijo: " El Señor está contigo " con esta Riqueza interior le salió natural decirle " Si a la propuesta de Dios " Por eso es nuestra Madre, que nos enseña el secreto para poder decir .. Si a Dios : ¡ Guardando su Palabra !

Partiendo la Palabra IIA los pies de Jesús, escuchaba su Palabra

Partiendo la Palabra II
A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra


Hoy vemos la relación existente entre María de Betania que escucha la Palabra y Jesús que cumple su misión sostenido por la Palabra que escucha de su Padre ( Jn 8,28-29 ) La actitud amorosa de María escuchando a Jesús, está profetizada en este Salmo: " Escucha hija, mira, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna y el rey ( Dios ) se prendará de tu belleza" ( Sl 45,11,12 ) Sabemos que por la escucha de la Palabra, Jesus prende su Fuego en los corazones.( Lc 24,32 ) La relación profunda con el Evangelio, provoca una experiencia de infinitud, ante la Belleza Inmortal de las Palabras de Vida y Espíritu que Jesus le parte para su crecimiento como discipulo suyo ( Jn 6,63b ) Ahora entendemos porque María ni se enteró de los quehaceres y afanes de Marta, su hermana; y es que tenía todo su ser: alma y cuerpo absortos en Jesús, la Palabra del Padre .Oímos antes al salmista que decia : " Inclina el oido ..." y María estaba toda ella inclinada ante Jesús , no por devoción, sino que como virgen ( el alma ) llena de Sabiduría, no quería en absoluto perderse ninguna de las Palabras de Vida que Jesús le daba. A esto se le llama el saber escuchar, cuyo fruto es saber rezar, es decir, saber estar con Dios.
P Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

​Dom XXVIII T. Ord (Mac 1O ,17-30) (13 de Octubre de 2024)

​Dom XXVIII T. Ord (Mac 1O ,17-30) (13 de Octubre de 2024)

Marcos 10

El hombre rico
17 Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.
19 Ya sabes los mandamientos: = No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, = no seas injusto, = honra a tu padre y a tu madre.» =
20 El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.»
21 Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.»
22 Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Peligro de las riquezas
23 Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»
24 Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios!
25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.»
26 Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?»
27 Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»
Recompensa prometida al desprendimiento
28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,
30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.

Partiendo la Palabra
Mi corazón en tus manos, Señor.
Dom XXVIII ( Mc 10 17-30 )

Del Manantial de este Evangelio, se eleva un grito de alerta de Jesús: ¡ No podéis servir a Dios y al Dinero ! ( Mt 6,24 ) Es una alerta que te invita a escoger, entre una vida, que a pesar de mil y una vueltas, queda bien engarzada, o bien otra en la que el paso del tiempo, hace que se desprendan piezas que la sostenían, incluso erguidamente. El que sirve-adora a Dios termina siendo por obra y gracia suya, señor de si mismo y de sus cosas. El que sirve-adora al Dinero llega poco a poco a ser esclavo de sus bienes e incluso anímicamente devorado por ellos. El joven del Evangelio de hoy, deseaba vivir al lado de Jesus, sin dejar su dependencia del Dinero. Jesús le dió a elegir y toda su buena intención y generosidad se le vino abajo, porque tenía sus bienes atados con grandes nudos a su corazón. Que Dios nos de su Sabiduría para valorar nuestra vida, según el concepto que Él tiene del valor, no el nuestro. Jesús nos llama a ser, mas que a tener y nuestro acierto es saber que siempre le tendremos a Él.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

​Dom XXIX T. Ord (Mac 1O ,35-45) (20 de Octubre de 2024)

​Dom XXIX T. Ord (Mac 1O ,35-45) (20 de Octubre de 2024)

Marcos 10

La petición de los hijos de Zebedeo
35 Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen:«Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.»
36 El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?»
37 Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
38 Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?»
39 Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismoconque yo voy a ser bautizado;
40 pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía elconcederlo, sino que es para quienes está preparado.»
Los jefes deben servir
41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago yJuan.
42 Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder.
43 Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor,
44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos,
45 que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»

Partiendo la Palabra Dom. XXIX T. Ord.Marcos 10, 35-45

*Dios se da a conocer a los humildes de Corazón*

Que razón tuvo San Francisco de Asís al decir que lo que más y mejor define el Amor de Dios, es su paciencia con nosotros. Lo vemos en sus discípulos, los primeros... y los de siempre. En este Evangelio, Marcos relata la enésima inclinación de sus discípulos hacia el sórdido mundo de sus vanidades. Santiago y Juan expresan a Jesús, el infame deseo de que, ya que han dejado todo por seguirle, merecen ocupar un lugar, junto a Él, en su Reino. El enfrentamiento en el grupo está servido y las voces de protesta volaron como puñales. Este hecho, nos ilumina a todos. ¿ Como pudieron Santiago y Juan, presumir de que lo habían dejado todo, si sus corazones,ahí estamos todos, era una caverna de ambiciones por ser los primeros avasallando a los demás? Nos preguntamos si Jesús, no podía haber escogido para el Discipulado, a personas menos ambiciosas, sin vanidades. Pues no, porque Jesús vino al mundo justamente porque el pecado original, que tanto nos atrae, nos deja a todos así de tarados. No había otra solución que la de encarnarse y morir; dejarse clavar en la Cruz, anulando así, nuestros sueños y taras de grandeza. Miramos a Jesús y oímos que nos dice: " Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón" ( Mt 11,29 ) !! Aprender viene del verbo prender !! Dejemos hablar a Jesús: Si, prended, guardad mis palabras en vuestro corazón, reducen a la nada vuestras ambiciones y vanidades. Llevemos hacia nuestro corazón,con amor y humildad , el Evangelio de Jesus. Ese amor y humildad que no tuvieron ni tienen los fariseos a quienes Jesús dijo y dice : " Mis palabras no prenden en vosotros " ( Jn 8,37b )
P. Antonio Pavía

miércoles, 16 de octubre de 2024

Salmo 105(104).- La maravillosa historia de Israel


Salmo 105 (104)
1 jDad gracias al Señor, invocad su nombre,
anunciad entre los pueblos sus hazañas!
2 ¡Cantad para Él, al son de instrumentos,
recitad todas sus maravillas!
3 ¡Gloriaos de su nombre santo,
alégrese el corazón de los que buscan al Señor!
4 Buscad al Señor y su fuerza,
buscad siempre su rostro.
5 Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios y las sentencias de su boca.
6 ¡Descendencia de Abrahán, su siervo,
hijos de Jacob, su elegido!
7 Nuestro Dios es el Señor,
él gobierna toda la tierra.
8 Él se acuerda por siempre de su alianza,
de su palabra que empeñó, por mil generaciones.
9 De la alianza que selló con Abrahán,
del juramento que hizo a Isaac,
10 confirmado como ley para Jacob,
como alianza eterna para Israel.
11 «Te daré la tierra de Canaán,
como tu parte en la herencia».
12 Cuando se podían contar,
eran poco numerosos, extranjeros en la tierra:
13 iban y venían, de nación en nación,
de un reino a un pueblo diferente.
14 No dejó que nadie los oprimiera,
por su causa castigó incluso a reyes:
15 «¡No toquéis a mis ungidos,
no maltratéis a mis profetas!».
16 Llamó al hambre sobre la tierra
y cortó el sustento de pan.
17 Había enviado a un hombre por delante;
a José, vendido como esclavo.
18 Afligieron sus pies con grilletes,
le pusieron hierros en el cuello,
19 hasta que se cumplió su predicción,
y la palabra del Señor lo acreditó.
20 El rey lo mandó soltar,
el señor de los pueblos lo dejó libre.
21 y lo nombró señor de su casa,
administrador de todos sus bienes,
22 para que instruyera a su gusto a los príncipes,
y enseñara sabiduría a los ancianos.
21 Entonces Israel entró en Egipto,
y Jacob residió en la tierra de Cam.
24 Dios hizo crecer mucho a su pueblo,
lo volvió más poderoso que sus opresores.
25 A estos les cambió el corazón,
para que odiaran a su pueblo,
y obraran astutamente con sus siervos.
26 Entonces envió a Moisés, su siervo,
y a Aarón, a quien había escogido.
27 Hicieron contra ellos sus signos,
prodigios en la tierra de Cam.
28 Les envió tinieblas y todo se oscureció,
pero ellos desafiaron sus órdenes.
29 Convirtió sus aguas en sangre,
haciendo que perecieran sus peces.
30 Su tierra pululó de ranas,
hasta en los aposentos reales.
31 Ordenó que vinieran insectos,
mosquitos por todo el territorio.
32 En vez de lluvia, les dio granizo,
llamas de fuego en su tierra.
33 Hirió sus viñas y sus higueras,
y quebró los árboles de su territorio.
34 Ordenó que vinieran las langostas,
saltamontes innumerables,
35 que comieran toda la hierba de su tierra,
y devoraran los frutos de sus campos.
36 Hirió a todos los primogénitos de su tierra,
las primicias de su raza.
37 Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y entre sus tribus, nadie tropezaba.
38 Egipto se alegró cuando salieron,
porque le habían infundido su terror.
39 Él extendió una nube para cubrirlos,
y un fuego para iluminar la noche.
40 Lo pidieron, y él hizo venir codornices,
los sació con el pan del cielo.
41 Hendió la roca y brotaron las aguas,
que corrieron por el desierto como un río.
42 Porque se acordó de su palabra sagrada,
la que había dado a su siervo Abrahán:
43 hizo salir a su pueblo con alegría,
a sus elegidos con gritos de júbilo.
44 Les dio las tierras de las naciones,
y se adueñaron del trabajo de los pueblos:
45 para que guardaran sus decretos
y cumplieran sus leyes
¡Aleluya! 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 105
Cantamos su gloria

En el salmo 104 anterior vimos a Israel cantar con todo su 
entusiasmo la grandeza de Yavé; todo el himno era una 
acción de gracias a Dios por su deslumbrante obra creadora que tuvo como culmen el hombre. El presente salmo 105 continúa la 
tónica de júbilo, gratitud y alabanza. La causa no es otra 
sino la estupefacción que provoca la maravillosa historia 
que Dios ha hecho con su pueblo.
Comienza este himno con una sentida loa, riquísima en 
matices, a Yavé porque su poder y sus hazañas son 
incomparables: «¡Dad gracias al Señor, invocad su nombre, 
anunciad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantad para él, al 
son de instrumentos, recitad todas sus maravillas!
¡Gloriaos de su nombre santo, alégrese el corazón de los 
que buscan al Señor!».
A partir de este preludio van apareciendo a lo largo 
del poema distintos personajes; hombres elegidos por Dios y 
de los que se sirve para que pueda realizarse la historia 
de salvación de Israel.
La explosión de gratitud y reconocimiento de la que el 
salmo está impregnado, se desborda en todo tipo de colores 
y formas cuando llega el momento de hacer mención de Moisés 
y Aarón. Sabemos que ambos fueron enviados por Yavé para 
liberar a Israel de la esclavitud de Egipto: «Entonces 
envió a Moisés, su siervo, y a Aarón, a quien había
escogido... Hicieron contra ellos sus signos, prodigios en 
la tierra de Cam... Sacó a su pueblo, cargado de oro y 
plata, y entre sus tribus, nadie tropezaba».
Recordemos que, cuando Israel está sometido bajo el 
yugo egipcio, la alianza promulgada por Yavé a los patriarcas no es sino un vago recuerdo, hasta el punto de poder decir que ha quedado vacía de toda credibilidad, algo 
que nos parece normal ya que en ese momento histórico 
Israel no es ni siquiera pueblo.
Sin embargo, Dios, que es siempre fiel a su alianza, a 
su palabra dada, actúa por medio de Moisés en favor de 
Israel. Los israelitas, esclavos en tierra extraña, son 
testigos privilegiados de la rectitud de Yavé, de su 
lealtad respecto a la alianza que ha hecho con ellos. Aún 
sin salir de su asombro, ven cómo sus pies abandonan el 
recinto de esclavitud y opresión y se encaminan en libertad 
hacia la tierra prometida por Yavé a sus padres. Además, 
sus propios ojos ven cómo Yavé frena, con las diez plagas, 
el poder de sus opresores.
Hacia el final del salmo el autor transcribe, derrama 
con la sabiduría que el Espíritu Santo ha posado sobre su 
alma, la razón y la garantía de la fe de Israel. Más allá 
de los paréntesis tenebrosos que hacen parte de la historia 
del pueblo, prevalece la palabra dada por Yavé a los suyos. 
Palabra, juramento, alianza que resonó con toda su fuerza y 
autoridad en la persona del patriarca Abrahán: «Recordando 
su palabra sagrada dada a Abrahán su siervo, sacó a su 
pueblo con alborozo, a sus elegidos entre gritos de júbilo. 
Les dio la tierra de las naciones y heredaron el trabajo de 
sus habitantes».
A esta altura no nos queda sino llenarnos de estupor, 
asombro y gratitud, ¿por qué? Veamos. Si Israel no puede 
salir de su asombro con respecto a Yavé al ser testigo privilegiado del poder y permanencia que tiene su Palabra, 
si le parece imposible que una palabra dada a los 
patriarcas no se haya diluido en el túnel del tiempo...
¿Qué podemos decir nosotros que somos testigos de que la 
palabra de Yavé ha llegado hasta el límite inimaginable de 
encarnarse?
Efectivamente, Dios-Palabra tomó un cuerpo en el seno de una hija de Israel, María de Nazaret. Desde aquel 
acontecimiento glorioso que marca la historia, Dios habita 
entre nosotros. Ya había anunciado el profeta Isaías que el 
Mesías habría de nacer de una virgen y que su nombre sería 
Emmanuel, que significa «Dios con nosotros» (Is 7,14).
Dios, al iniciar su historia de salvación con la 
humanidad, escogió un pueblo –Israel– para que fuese 
testigo de su gloria. Pero tengamos en cuenta que el 
apóstol san Pablo dice que el pueblo elegido contempla la 
gloria de Dios veladamente, es decir, a través del velo. A 
partir de la Encarnación del Hijo de Dios, el hombre puede 
contemplar tal y como es la gloria de su salvación, sin 
velos ni figuras. Este es el testimonio de los cristianos 
de la Iglesia primitiva, testimonio que nos viene 
confirmado por el apóstol san Juan: «La Palabra se hizo 
carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado 
su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, 
lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). 
No pensemos que la contemplación de la gloria de Dios 
fue un privilegio sólo para los apóstoles. El mismo Pablo 
anuncia que la gloria de Dios rebosa en el santo Evangelio 
de Jesús (1Tim 1,11). Lo que Pablo nos está queriendo decir 
es que todo hombre que acoge la predicación queda revestido 
de la gloria de Dios. En definitiva, la Palabra viva, 
dentro de nuestro ser, es el sello que autentifica nuestra 
pertenencia a Dios. 




Salmo 104(103).- Esplendores de la creación






1 iBendice, alma mía, al Señor!
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Vestido de esplendor y majestad,
2 envuelto en luz, como en un manto,
extiendes los cielos como una tienda,
3 construyes tu morada sobre las aguas.
Haces de las nubes tu carro,
caminas sobre las alas del viento.
4 Tomas a los vientos por mensajeros,
a las llamas de fuego por tus ministros.
5 Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
inconmovible por siempre, eternamente.
6 Cubriste la tierra con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas.
7 Pero huyeron ante tu amenaza,
se precipitaron, al fragor del trueno.
8 Subieron por los montes, bajaron por los valles,
hasta el lugar que les tenías fijado.
9 Fijaste un límite que no pueden traspasar,
y no volverán a cubrir la tierra.
10 Haces manar fuentes de agua por los valles,
y fluyen por entre los montes.
11 En ellas beben todas las fieras del campo ,
y los asnos salvajes sacian su sed.
12 Junto a ellas buscan refugio las aves del cielo,
dejando oír su canto por entre el follaje.
13 Desde tus altas moradas riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu obra fecunda.
14 Tú haces brotar la hierba para los rebaños,
y plantas útiles para el hombre.
Él saca pan de los campos,
15 y el vino que alegra su corazón,
y el aceite que da brillo a su rostro,
y el alimento que le da fuerzas.
16 Los árboles del Señor se sacian,
los cedros del Líbano que él plantó.
17 Allí anidan los pájaros,
en su cima tiene la cigüeña su casa.
18 Los montes altos son para las cabras,
y las rocas, cobijo de los tejones.
19 Hiciste la luna para marcar los tiempos,
el sol conoce su propio ocaso.
20 Mandas las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
21 rugen los jóvenes leones en busca de presa,
pidiéndole a Dios el sustento.
22 Cuando sale el sol, se retiran
y se guarecen en sus madrigueras.
23 El hombre sale a sus faenas,
a su trabajo hasta el caer de la tarde.
24 ¡Cuántas son tus obras, Señor!
¡Todas las hiciste con sabiduría!
La tierra está repleta de tus criaturas.
 25 Ahí está el vasto mar, con sus brazos inmensos,
donde se mueven, innumerables,
animales pequeños y grandes.
26 Por él circulan los navíos, y el Leviatán,
que formaste para jugar con él.
27 Todos ellos aguardan
que les eches la comida a su tiempo:
28 se la echas y ellos la recogen,
abres tu mano, y se sacian de bienes.
29 Escondes tu rostro y quedan atemorizados,
les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo.
30 Envías tu soplo y son creados,
y así renuevas la faz de la tierra.
31 ¡Sea por siempre la gloria del Señor;
que él se alegre con sus obras!
32 Cuando mira la tierra, se estremece,
cuando toca los montes, humean.
33 Cantaré al Señor mientras viva,
alabaré a mi Dios mientras exista.
34 Que le resulte agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
35 Que desaparezcan los pecadores de la tierra,
que los malvados no existan nunca más.
¡Bendice, alma mía, al Señor
¡Aleluya! 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 104
Grandeza de Dios y del hombre

Este salmo expone proféticamente la obra creadora de Yavé. 
El autor, inspirado en el primer capítulo del Génesis, 
expresa bíblicamente y con un estilo sublime las maravillas 
de la creación.
 Inicia su poema con una alabanza a la grandeza de Yavé a quien describe como un Ser envuelto en 
un manto de luz: «¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Señor, 
Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, 
envuelto en luz, como en un manto...». 
Recordemos que la primera palabra creadora que Dios pronunció sobre la tierra, amordazada por el manto de la oscuridad, fue: hagamos la luz (Gén 1,3).
Partiendo de la luz que envuelve a Yavé, el salmista describe en tono creciente, como si se tratase de una extraordinaria pieza maestra de ópera, las maravillas de su
creación. 
Dejemos que el salmista nos describa su exposición artística: «Construyes tu morada sobre las 
aguas. Haces de las nubes tu carro, caminas sobre las alas 
del viento... Haces manar fuentes de agua por los valles, y 
fluyen por entre los montes... Hiciste la luna para marcar 
los tiempos, el sol conoce su propio ocaso. Mandas las 
tinieblas y viene la noche, y rondan las fieras de la selva...».
 Así como toda ópera tiene su culmen, también este majestuoso poema tiene su vértice: la creación del hombre a su imagen y semejanza.
El autor, representando a toda la humanidad, se ve a sí mismo como plenitud de esta creación de Dios. Por eso siente la 
imperiosa necesidad de aclamar su gloria y exultar de 
alegría por la belleza de todas sus obras, entre las cuales 
se reconoce, el mismo salmista, como la cúspide de la creación.
Nuestra fe en Jesucristo nos atestigua que, si bien el 
himno del salmista, acerca de lo que es como hombre, tiene su 
real razón de ser, no es más que el pórtico de la gloria que Dios ha conferido al ser humano. En y por Jesucristo el hombre traspasa ese pórtico para entrar en un crecimiento que lo eleva hasta Dios, como tantas veces nos han afirmado los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, san Hipólito de 
Roma dice: "Dios se hizo hombre para que el hombre llegase a ser Dios."
Podemos desarrollar esta realidad, , señalando que cada persona lleva impresa en su nacimiento la semilla de la divinidad, 
en cuanto que la persona fué creada a imagen y semejanza de Dios.
En Jesucristo y por Él, esta nuestra semilla da su fruto hasta el punto de que el hombre llega a ser una nueva creación. Escuchemos a Pablo, quien categóricamente nos 
describe este imparable don de Dios: «Por tanto, el que 
está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo 
es nuevo. Y todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando 
al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones 
de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la 
reconciliación» (2Cor 5,17-19).
Con qué fuerza señala el Apóstol que este don de llegar a ser divinizados nos viene por el Señor Jesús. Con qué amor dirige su mirada a Jesucristo apuntándolo como el eje de nuestra reconciliación con Dios. Recordemos la 
distancia que el hombre –todos somos Adán y Eva– ha 
mantenido siempre con (Dios) Él.
El mismo Apóstol nos dice,que nuestra reconciliación con Dios, ha sido posible a causa de la sangre, la muerte de Jesucristo: «Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, 
seremos salvos por su vida!» (Rom 5,10). El Señor Jesús es la semilla obediente al Padre que no tuvo reparo en entregarse y dejarse arrojar hacia lo más profundo del 
surco de la tierra. El fruto de la semilla resucitó. Se hizo manifiesta la vida eterna para toda la humanidad.
La resurrección de Jesucristo no fue sólo un triunfo 
personal suyo. Fue el triunfo que eleva a todo hombre hasta 
la vida eterna. De hecho, Jesucristo es llamado primogénito de todos aquellos que entran por el pórtico de la nueva creación: «Él es el principio y primogénito de entre los 
muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo 
a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar 
con él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la 
sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos»
(Ef 1,18-20).
Todo hombre que, de una forma u otra, vive abrazado al 
Evangelio, está dejando posar la semilla de su divinidad en 
el útero que le hará nacer como hijo de Dios. Hijo de Dios, 
no como título, sino en cuanto partícipe de su gloria y divinidad. 
El desarrollo y el crecimiento de la divinidad dentro de él, hace que un día pueda decir, al igual que 
Jesucristo: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,10).
Esto que acabo de afirmar no es una evolución mística, 
privilegio de algún que otro personaje exclusivamente 
selecto. Es, ni más ni menos, lo que Dios quiere hacer con 
cada ser humano. Si es que hay una selección, esta no viene 
marcada por si la persona ha elegido una vida conventual o eremítica, 
sino por el amor con que la persona acoge, abraza y se hace uno con el santo Evangelio del Señor Jesús. Es entonces cuando puede decir, al igual que su Maestro, «Estoy en el 
Padre y el Padre está en mí». En definitiva, esto es la Fe y en esto consiste la grandeza del hombre.


martes, 15 de octubre de 2024

Partiendo la Palabra A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra( Lc 10, 38-42 )

Partiendo la Palabra      A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra
( Lc 10, 38-42 ) 

Escuchar la Palabra en la Espiritualidad bíblica implica la actitud y el deseo de obedecer a Dios.Los primeros cristianos no escuchaban la Palabra solo para aprenderla, sino sobretodo para llegar a ser hijos de Dios ( Jn  1,11-12 ) Jesus no da a María de Betania que está a sus pies escuchándole, unas recomendaciones o un código de conducta;  le está dando " Palabras de Vida Eterna ". Esta mujer al escuchar a Jesús, con los oídos del corazón, anticipa, y esto vale para todos los que escuchan la Palabra como ella,la contemplación de la Gloria de Dios, su estancia a en el Cielo. En su conversación-catequesis con Nicodemo, Jesús le dice, que nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo. ( Jn 3,1..) Está hablando de si mismo pues " Está en el Padre y el Padre está en Él ( Jn 14,11 ) Jesús que viene del Padre, vuelve al Padre en su Ascension . Volviendo a María de Betania, vemos desbordantes de alegría, que Jesús está diciéndonos que la oración contemplativa está al alcance de todos. No es un discurrir sobre etapas, moradas, conquistas..etc ¡¡ No !! María de Betania alcanzó con su amorosa e incondicional  escucha, lo que Pablo llamó: " El Evangelio de la Gracia " ( Hch 20,24 ) Por su forma de escuchar, Jesus creo en su alma la Gracia insondable de...¡ La Oración Contemplativa ! 
Seguimos  el Jueves 
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

viernes, 4 de octubre de 2024

Partiendo la PalabraDom XXVII T. Ord( Mc 1O ,2-16 ) ¿Vives? O vas arrastrando tu vida

Partiendo la Palabra
Dom XXVII T. Ord
( Mc 1O ,2-16 ) 
¿ Vives ? O vas arrastrando tu vida 

Unos fariseos interpelan a Jesús acerca del divorcio, arguyendo que fue permitido por Moisés. Jesús responde que ciertamente, Moisés legalizó el divorcio más no porque fuera algo bueno sino porque ya era un hecho en si, debido a la dureza de corazón del pueblo. La denuncia de Jesús es clara: la sociedad decide legalizar algo e incluso proclamar,  por ejemplo, que el aborto es un derecho de una mujer a poner fin a la criatura que lleva consigo, porque está socialmente aceptado. Jesús apunta a algo tan destructivo como es la dureza del corazón. En el Salmo 81 leemos que Israel no quiso escuchar la Voz de Dios el cual no le castigó,simplemente  le dejó en manos de la dureza de su corazón. Sin Dios, Israel fue endureciendo más y mas su corazón hasta convertirlo en una piedra, que se convirtió en una carga insoportable.( Ez 12,19 ) Carga que se intenta " ignorar " con fiestas,viajes,compras, proyectos, vanidades..etc pero que se hacen notar de mil formas, como por ejemplo, la inestabilidad emocional. Entonces, por amor , por amor a nuestra querencia a vivir de fingimientos, se hizo hombre. Nos vio vejados  y abatidos ( Mt 9,36..) y compadecido nos dijo : " Venid a mí los que estais fatigados y sobrecargados, que yo os aliviaré".. ( Mt 11,28...)
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapos roles com

jueves, 3 de octubre de 2024

Salmo 102(101).- Oración en la desgracia

Salmo 102 (101)
1 Oración de un afligido que, desfallecido,
derrama su llanto ante el Señor.
2 ¡Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti!
3 ¡No me escondas tu rostro
en el día de mi angustia!
Inclina tu oído hacia mí,
y el día en que te invoco,
respóndeme en1seguida.
4 Porque mis días se consumen como el humo,
mis huesos queman como brasas.
5 Mi corazón se seca como hierba pisoteada,
incluso me olvido de comer mi pan.
6 Por la violencia de mis gritos,
la piel se me pega a los huesos.
7 Estoy como el pelícano del desierto,
como el búho de las ruinas.
8 Me quedo despierto, gimiendo,
como un ave solitaria en el tejado.
9 Mis enemigos me insultan todo el día,
y me maldicen, furiosos contra mí.
10 En lugar de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con lágrimas,
11 a causa de tu cólera y de tu ira,
porque me levantaste y me arrojaste al suelo.
12 Mis días son una sombra que se extiende,
y me voy secando como la hierba.
13 ¡Pero tú, Señor, permaneces para siempre,
y tu recuerdo pasa de generación en generación!
14 Levántate y ten misericordia de Sión,
pues ya es hora de que te apiades de ella.
Sí, ha llegado el momento,
15 porque tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas.
16 Las naciones temerán tu nombre,
y los reyes de la tierra, tu gloria.
17 Cuando el señor reconstruya Sión
y aparezca con su gloria;
18 cuando se vuelva hacia la súplica del indefenso
y no desprecie sus peticiones,
19 quede esto escrito para la generación futura,
y un pueblo creado de nuevo alabará a Dios:
20 el Señor se ha inclinado desde su excelso santmlrio,
y desde el cielo ha contemplado la tierra,
21 para escuchar el gemido de los cautivos
y liberar a los condenados a muerte;
22 para proclamar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
23 cuando se reúnan pueblos y reinos
para servir al Señor.
24 Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días.
25 Entonces dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días».
Tus años duran generaciones y generaciones.
26 En el principio, tú fundaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
27 Ellos perecerán, pero tú permaneces.
Se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
28 Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
y tus años no se acabarán nunca.
29 Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
y su descendencia se mantendrá en tu presencia

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 102
Piedras vivas

El salterio nos ofrece un himno penitencial. Un israelita 
piadoso y fiel va expresando, en forma de súplica, su 
dolor; parece como si rompiese en llanto. Está abrumado por 
la ruina de su pueblo y centra su aflicción en la 
destrucción de lo que constituía la alegría de Israel: 
Jerusalén, la ciudad santa y su templo, asiento de la 
majestad y gloria de Dios: «Porque mis días se consumen
como el humo, mis huesos queman como brasas... Por la 
violencia de mis gritos, la piel se me pega a los huesos». 
Sin embargo, si grande es su dolor, mayor aún es su 
esperanza de que Yavé terminará compadeciéndose: «Levántate 
y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te 
apiades de ella. Sí, ha llegado el momento, porque tus 
siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas».
«Tus siervos aman sus piedras». Imaginamos a nuestro 
doliente salmista paseando su mirada sobre Jerusalén; 
intentamos penetrar en su corazón y podemos entender, al 
menos en parte, su terrible abatimiento. Todo lo que antes 
le alegraba la vista se ha convertido en un yermo estéril 
en el que campea la desolación. A pesar de todo, a pesar de 
tanta devastación e impotencia, «ama sus piedras». Aun 
cuando estas no están superpuestas una sobre otra sino 
diseminadas, reflejando el abandono más absoluto, aunque no 
son ni el más leve vestigio de lo que eran cuando 
levantaban el templo Santo de Yavé..., las ama.
El mismo quebranto y dolor lo vemos expresado en los 
profetas, incluso diríamos con tintes más dramáticos. 
Vemos, por ejemplo, a Jeremías lamentarse hasta lo más 
profundo de su ser ante el saqueo y desolación de Israel, 
sentidos como si fuese una terrible plaga que se ha abatido 
sobre él: «¡Ay de mí, por mi quebranto! ¡Me duele la 
herida! Y yo que decía: este es un sufrimiento, pero me lo 
aguantaré. Mi tienda ha sido saqueada, y todos mis tensores 
arrancados. Mis hijos me han sido quitados y no existen. No 
hay quien despliegue ya mi tienda ni quien ice mis 
toldos... ¡Se oye un rumor! ¡Ya llega! Un gran estrépito 
del país del norte, para trocar las ciudades de Judá en 
desolación, en guarida de chacales» (Jer 10,19-22).
Damos un salto en la historia hasta llegar a 
Jesucristo. En él confluye el dolor del salmista, de los 
profetas y de innumerables hijos de Israel. También a Él le 
duele ver las piedras del templo diseminadas, cansadas, 
abatidas y vagando sin sentido. Él ve en las ovejas 
desfallecidas de Israel, hijos de las promesas, la ruina 
que el salmista veía en las piedras fuera de lugar y 
dispersas. Jesús recoge en su alma el dolor de todos los 
hombres rectos de Israel por el pueblo.
Recordemos este texto de los Evangelios: «Jesús, al 
ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque 
estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen 
pastor. Entonces dice a sus discípulos, la mies es mucha y
los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que 
envíe obreros a su mies» (Mt 9,36-38).
Jesucristo es el Buen Pastor enviado por el Padre para 
reunir a sus ovejas que, diseminadas y sin el pasto 
apropiado, vagan sin sentido por los montes de Israel, como 
ya había denunciado el profeta Ezequiel. Es más, ha venido 
como Buen Pastor para reunir en un solo rebaño a todas sus 
ovejas..., que son no sólo las del pueblo elegido sino las 
de todos los pueblos de la tierra: «También tengo otras 
ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo 
que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y 
un solo pastor» (Jn 10,16). Todo hombre-mujer, por el hecho 
de estar creados a imagen y semejanza de Dios, es oveja de 
su rebaño. Alejado y diseminado como está, más allá de las 
puertas del paraíso de donde salió con Adán y Eva, 
encuentra en Jesucristo su vuelta a la presencia del Padre. 
El Mesías lo hace a costa de su vida, por eso es Buen 
Pastor: «Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las 
mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco 
a mi Padre y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,14-15).
Estas ovejas, miradas con amor, acogidas y reunidas 
por el Señor Jesús, son las nuevas piedras vivas del nuevo 
templo espiritual levantado no por manos humanas sino por 
el mismo Dios. El apóstol san Pablo dice a los fieles de la 
comunidad de Éfeso que han sido edificados sobre el 
cimiento de los apóstoles para formar un templo santo en el 
Señor. Escuchémosle: «Ya no sois extraños ni forasteros 
sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 
edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, 
siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda 
edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo 
santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo 
juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el 
Espíritu» (Ef 2,19-22).
En términos parecidos, escuchamos esta catequesis del 
apóstol Pedro, en la que asocia a los que han aceptado su 
predicación a Jesucristo, piedra viva elegida y preciosa 
ante Dios. También los cristianos son piedras vivas 
elegidas y preciosas para Dios Padre: «Acercándoos a él, 
piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, 
preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, 
entrad en la construcción de un edificio espiritual...» (1Pe 1,4-5).

Salmo 103(102).- Dios es amor

1De David.
¡Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre!
2 Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 Él perdona todas tus culpas,
y cura todas tus enfermedades.
4 Él rescata tu vida de la fosa,
y la corona de amor y de compasión.
5 Él sacia de bienes tus años
y, como la del águila, se renueva tu juventud.
6 Señor, haz justicia
y defiende a todos los oprimidos.
7 Reveló sus caminos a Moisés,
y sus hazañas a los hijos de Israel.
8 El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y lleno de amor.
9 No va a acusar perpetuamente,
ni su rencor dura por siempre.
10 Nunca nos trata conforme a nuestros errores,
ni nos paga según nuestras culpa
11 Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su amor por cuantos lo temen.
12 Como dista el oriente de occidente,
así aparta de nosotros nuestras transgresiones.
13 Como un padre es compasivo con sus hijos,
el Señor es compasivo con los que lo temen:
14 porque él conoce nuestra pasta,
se acuerda de que somos polvo.
15 Los días del hombre son como la hierba,
florece como la flor del campo.
16 La roza el viento, y ya no existe,
y ya nadie se acuerda de dónde estaba.
17 Pero el amor del Señor existe desde siempre,
y existirá por siempre para cuantos lo temen.
Su justicia es para los hijos de sus hijos,
18 para los que guardan su alianza
y se acuerdan de cumplir sus mandamientos.
19 El Señor puso en el cielo su trono
y su soberanía gobierna el universo.
20 Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
obedientes al sonido de su palabra.
21 Bendecid al Señor, todos sus ejércitos,
servidores que cumplís su voluntad.
22 Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todos los lugares en los que gobierna.
iBendice, alma mía, al Señor

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Balada del alma

Muchos son los poemas de amor que, a lo largo de la 
historia, nos han legado los grandes poetas de la 
humanidad. Dudo seriamente que haya alguno que pueda 
superar en intensidad, profundidad, realismo, lirismo, e 
intimidad al que se nos ofrece en este salmo.
Inicia el salmista diciendo: «¡Bendice, alma mía, al 
Señor, y todo mi ser a su santo nombre! Bendice, alma mía, 
al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios».
 El autor, más allá de los conceptos mentales que puedan ser 
expresados por su boca, recurre al lenguaje misterioso e inaudible de su alma, allí donde los beneficios de Dios no pueden sufrir el desgaste del tiempo y del olvido, allí donde se han enraizado, se han grabado hasta llegar a ser 
una misma esencia con su persona.
Enumeramos algunos de los beneficios que nuestro autor 
va desgranando. Mira en lo profundo de su interior y se 
sabe perdonado de sus culpas y torpezas: «Él perdona todas 
tus culpas, y cura todas tus enfermedades». Es consciente 
de que el perdón de Dios no es algo parecido a un «perdón 
de expediente», o el que se necesita otorgar para salvar 
las apariencias o la buena educación. Es un perdón 
rescatador que le levanta de su pozo de angustia, que da 
sentido a una vida anclada ya en el absurdo; algo así como 
si ya fuese un cadáver ambulante: «Él rescata tu vida de la 
fosa». Es sobre todo un perdón que actúa como un manto en 
el que el amor y la ternura de Dios le envuelven: «Y la corona (tu vida) de amor y de compasión».
Asimismo define el perdón recibido como cercanía, y señala la relación padre-hijo para plasmar la inaudita e increíble relación Dios-hombre: «Como un padre es compasivo 
con sus hijos, el Señor es compasivo con los que lo temen». 
Con un arte magistral, el autor anuncia el porqué de este 
amor de Dios fuera de toda lógica, fuera de toda 
comparación, fuera de cualquier amor por intenso que sea 
que nos intercambiamos los hombres. ¡Dios nos ama porque 
somos frágiles como el polvo! «Él conoce nuestra pasta, se 
acuerda de que somos polvo».
Volvemos al primer verso de nuestro incomparable 
poema: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su 
santo nombre! ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides 
ninguno de sus beneficios!». Fijémonos que la bendición y 
alabanza que nuestro poeta proclama de forma tan exultante, 
ha de ser extraída de lo más profundo de su alma, de su 
corazón. Se desmarca así de todo tipo de oración, 
bendición, alabanza que podría obedecer al seguimiento 
rutinario de cualquier rito o manual. Seguimiento impersonal que nos puede hacer abrir la boca y los labios siendo estos totalmente extraños al corazón.
Esta forma de relacionarse con Dios ya fue denunciada 
por los profetas. Jesucristo, citando al profeta Isaías, lanza esta denuncia ante los ojos de los fariseos y, en general, de todos aquellos que rezan simplemente porque hay que rezar, pero cuyo corazón no experimenta ninguna 
comunión con Dios, a quien se están dirigiendo: 
«Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: 
Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está 
lejos de mí» (Mt 15,7-8). Sería bueno a este respecto, 
comprender que la oración no es tanto hablar con Dios 
cuanto dejarle a Él que se ponga en contacto con nosotros. 
Para que el hombre pueda alabar y bendecir a Dios desde lo más profundo de su corazón, como hemos visto en el salmista, ha de ser habitado por Él. Yavé había prometido al pueblo de Israel que un día grabaría su Palabra en el 
corazón de los hombres. Solamente así podría darse una 
relación oracional de estos con Dios en espíritu y en verdad. 
Cuando el hombre entra en oración con Dios sin el presupuesto de este don, lo normal es que la oración esté revestida del tedio y las prisas que provoca la obligación, 
sea esta del tipo que sea: obligación a un horario, a un 
compromiso tomado o la que nace del «miedo» que se puede 
tener a Dios. Incluso la oración revestida bajo una emoción 
pasajera puede abrir extraordinariamente los labios sin que se dé conexión alguna con el alma. Precisamente, por esta 
nuestra fragilidad hasta para orar en espíritu y en verdad, 
Dios promete que un día sembrará su Palabra en nuestro 
corazón para que labios y corazón estén al unísono, en armonía a la hora de conectar con Él. Escuchemos su promesa: «He aquí que vienen días –oráculo de Yavé– en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una 
nueva alianza... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel después de aquellos días: Pondré mi Ley –la Palabra– en su interior y sobre sus corazones la escribiré, 
y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,31-33). 214