De todo se sirve el Señor para comunicarse con el hombre. Digo esto, porque ante la belleza de este cuadro del pintor Nicholaes Maes, discipulo de Rembrand, es capaz de suscitar una mini-catequesis, sin más que ponernos a observarlo, siempre bajo la tutela de Dios.
El cuadro es sencillo: una anciana que está meditando, la Palabra de Dios. Así es , en efecto como podemos observar en la ventana a la izquierda de la señora. Allí observamos un libro abierto, presumiblemente la Biblia.
El cuadro tiene claramente diferenciada la dicotomía Luz –Tiniebla. Ella está inundada por la Luz que le irradia la Palabra escrita, pero todo su derredor está inmerso en la más absoluta oscuridad. Es la lucha del hombre contra el Mal. Se nota claramente la escuela pictórica de donde procede, del estudio de Rembrand
Sobre la ventana aparecen tambien colgadas unas llaves que nos hacen pensar en las llaves del Reino, habida cuenta que la mujer, en posición muy devota, y con la Biblia abierta, induce a pensar que en su meditación, - por otro lado frecuente, pues el Libro está abierto -, es sensible a la entrada en el Cielo.
Incluso sobre el alfeizar se contempla una alcuza de aceite, totalmente brillante, quizá rezumando el aceite que,cual “virgen sabia”,mantiene lleno. Todo un símbolo de la parábola de las vírgenes.
Si nos fijamos en la mesa, también muy iluminada, hay unos platos muy significativos: uno contiene un pescado, y otro un gran trozo de pan. Símbolos inquívocos del gran milagro de la “Multiplicación de los cinco panes y los dos peces”. Incluso vemos un jarro que bien puede ser que contenga vino, con lo que la “llamada” al Misterio Eucarístico del Pan y el Vino es más que evidente. Algún intelectual, no sin cierta picardía, nos podrá argumentar: ¿Dónde se ve que el jarro tenga vino? Cierto. Pero si contiene agua, también nos vale; Jesucristo es el Agua purificadora de nuestra existencia.
No falta en la mesa un cuchillo. Está en posición de ser usado de forma inmediata. Nos recuerda el cuchillo de Abraham con que éste iba a sacrificar a su hijo, imagen del martirio de Jesús. Al final, como ya sabemos, Abraham perdonó a su hijo Isaac, mientras que Dios-Yahvé no perdonó a su Hijo, por amor al hombre.
Inclueso aparece un gato, que, de forma casi violenta, se encarama sobre la mesa, arañando con violencia para participar del festín al que no había sido invitado. Representa el Mal en el mundo, tomando con saña, lo que no le pertenece.
La actitud de la anciana es de oración intensa: sus manos juntas invocan al Dios Altísimo, su rostro está iluminado y no levanta la cabeza en señal de humildad y aceptación.
Toda la vivienda se intuye carente de lujos. El protagonista no está presente. Dios se intuye en los símbolos del Pan , del vino( o Agua), de la Biblia, de la alcuza, del aceite, del cuchillo…De la Luz que es Jesucristo, Luz del mundo.
Alabado sea Jesucristo
(Tomás Cremades)
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