miércoles, 24 de enero de 2018

IMITANDO A ELISEO, LA MUJER TOCA EL MANTO DE JESÚS

Mientras hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante Él y le dijo: “Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá””. Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto, se curaría. Jesús se volvió, y, al verla, le dijo: “¡ánimo, hija! Tu fe te ha curado.” Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: “¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida”. Se reían de Él. Cuando echaron a la gente, entró Él, la tomó de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda la comarca (Mt 9, 18-26.

El episodio que se narra hoy se produce inmediatamente después de una discusión de Jesús con los discípulos de Juan, sobre el tema del ayuno. Es curioso ver cómo incluso judíos de buena fe como los discípulos de Juan, se estremecen por lo que ellos consideran una falta a la Ley de Moisés en lo referente al ayuno. No es de extrañar, por otra parte, pues aún no ha sido revelada toda la Palabra de Jesús a las gentes, y éstas todavía andaban como ovejas sin saber a qué pastor entregarse.
De hecho, nosotros, que llevamos años celebrando la Eucaristía, escuchando en catequesis, etc, nos entran escrúpulos o dudas que es necesario consultar con un buen director espiritual, hasta que lleguemos al auténtico DIRECTOR ESPIRITUAL Cristo, de nuestras almas. Todo lleva un proceso, y es la paciencia y la Misericordia de Dios la que nos acompaña.
Dicho esto, como antecedentes de la meditación de hoy, se nos narran dos milagros que se suceden casi de continuo. Alguien que no se identifica en este Evangelio, pero que en el Marcos (5 ,21) se define como Jairo, jefe de la sinagoga, se postra ante Él y le rompe el corazón con la muerte de su hija. La fama de Jesús ha llegado incluso a la Sinagoga, y el hecho de postrase de rodillas ante Jesús ya es un signo de reconocimiento de su divinidad. Jesús se conmueve al ver la fe de este hombre, se levanta y se dirige a casa del tal personaje.
De camino, entre la muchedumbre que sigue a Jesús aparece una mujer con el problema de padecer constantes pérdidas de sangre. Para los judíos la sangre representa la vida, de tal forma que es su vida la que está perdiendo. Y lleva doce años, número simbólico el doce que representa el todo, la plenitud; en este caso es toda su vida la que pierde. En otros evangelistas, se comenta que había gastado todo su dinero en médicos y todo había sido inútil. Temerosa, se acerca por detrás, con la seguridad de que sólo con tocar el manto de Jesús se curará. Bíblicamente el manto representa el espíritu, la personalidad, la esencia misma del ser.
Al hilo de esto, quiero detenerme en este episodio del “manto”. Leyendo el libro 2 de los Reyes, cuando el profeta Elías es arrebatado al cielo por un carro de fuego, su discípulo Eliseo le pide las dos terceras partes de su manto; le pide nada menos que le dé parte de su espíritu. Y así sucede, a Elías se le cae el manto, y es Eliseo quien lo recupera tomando el espíritu de su maestro. Es bellísimo el texto, y recomiendo al lector su meditación en el epígrafe señalado.
Volviendo al Evangelio, Jesús nota que una fuerza especial ha salido de Él al ser tocado su “manto”, y busca a la mujer, no para increparla, sino para decirle ¡Animo tu fe te ha curado!
Hermosa palabra de Dios. Que se haga según tu fe. ¡Cuántas veces pedimos sin saber lo que pedimos! Jesús nos enseñó a pedir con el Padrenuestro. ¡Tengamos fe! Nos dice Jesús: “…Cuantas cosas pidáis al Padre en mi Nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo…”(Jn, 14,13). ¿Necesitamos más claridad? 
Y entonces cuando pedimos y no obtenemos, ¿Qué ocurre? Simplemente ocurre que pedimos sin fe; y además hemos de ver lo que pedimos, porque lo que a nosotros nos parece que lo necesitamos, puede ser que no sea así, que nos impida nuestra salvación, o que no sea el momento adecuado. Nuestros tiempos no son los de Dios y nuestros parámetros no son los suyos. 
Es muy hermoso el encuentro de Jesús con la hija de Jairo; la niña está muerta, acostada, sin vida. Él la toma de la mano, con ternura, sin prisas, sin sobresalto, huyendo de la multitud, en la intimidad de su alma. La toma con cariño, y la niña se pone en pie. Es la postura del Resucitado.
Me viene a la memoria la última expresión de Esteban en su martirio, cuando es lapidado, en presencia de un jovencísimo Saulo (Pablo). En los últimos momentos dice:”… Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios…” (Hech, 7,56).
Jesús, el Testigo Fiel, puesto en pie, declara ante el Padre a favor de Esteban, que es imagen, en este martirio, de Jesucristo.
Alabado sea Jesucristo

(Por Tomás Cremades)
 

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