miércoles, 3 de enero de 2018

LAS PERLAS DE DIOS




LAS PERLAS DE DIOS 
Todos sabemos cómo se forman las perlas: la ostra, en el mar, está abierta alimentándose del plancton marino. Y, en un momento dado, si le entra algún elemento extraño, como una arenilla, se siente infectada, y en su defensa, comienza segregar una sustancia llamada nácar que recubre la herida producida por ese elemento extraño.
Jesucristo en la Cruz, recibió una infinidad de heridas: “…si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz y creeremos en ti…” (Mt 27-40)Jesucristo lanza una perla: su silencio. ¡Cuántas veces el silencio de Dios es más elocuente que las palabras! Muchas veces nos quejamos del silencio de Dios…Él también nos habla en el silencio.
Uno de los ladrones le increpa: “¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti y a nosotros!” (Lc 23,39)Jesús lanza una segunda perla, ante esa afrenta, esa herida que pone en duda, y en burla, cual herida profunda, su identidad con el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías: su silencio.
No en vano Pedro relatará en su carta:”…en su Pasión, no profería amenazas, se ponía en manos del que juzga justamente” (1P,2, 23)
El otro crucificado con Cristo, Dimas, llamado “el buen ladrón”, tan malvado como el primero, le increpa al compañero:” ¿No temes a Dios, teniendo la misma condena?” Y llega el arrepentimiento: “Señor, ¡acuérdate de mi cuando estés en tu Reino!”
Jesús entonces sí que habla, lanza esta preciosa perla, pero esta vez la herida es de amor:”Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc23,43)
Así es Jesús: el infinito y gratuito Amor. En ese momento se olvidó de todos los pecados de Dimas, simplemente por su confesión de fe, por su petición de clemencia. Así es nuestro Dios, Jesucristo.
Cada vez que alguien te hiera, de palabra o de obra, lánzale una perla, una bendición, reza por él una oración, una jaculatoria. Te aliviará, Dios tendrá clemencia de la persona que te ha herido, y tú no saldrás herido, saldrás sanado.
Tomemos buen ejemplo de Dimas, san Dimas, para ponernos delante del Señor Jesús, diciendo: Señor, conoces mi vida, mis errores, mis pecados, mis traiciones, las heridas que te infligí… ¡acuérdate de mí!
Alabado sea Jesucristo
 
(Tomás Cremades)

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