En este Evangelio, vemos a Jesús predicando en la sinagoga de Cafarnaún. A un cierto momento y ante la Fuerza y la Luz que emanan sus palabras, un demonio que estaba bien asentado en uno de sus oyentes a voz en grito elevó sus protestas; inmediatamente Jesus le expulsó. Como he dicho, este demonio estaba bien instalado en este hombre al que no le importaba mucho y al que ni le cuestionaba su vida. Este conformarse a los dictados de Satanás somete al hombre hasta tal punto, que como confiesa Pablo de si mismo, le induce a hacer lo que no querría (Rm7,14..) Esta situación anómala tiene sus días contados para quienes deciden emprender el camino del discipulado abrazándose al Evangelio. No son mejores que nadie ni tienen esa pretensión pero saben que la Palabra, que primero escuchan y después acogen, permanece operante en sus entrañas como dice Pablo (1 Ts 2,13) Operante, es decir que trabaja en ellos dándoles la Fuerza y Sabiduría propia de Dios. Solamente así se puede llegar a ser discípulo del Señor Jesús.
(P.Antonio Pavía)
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